Las guerras son devastadoras. Perder vidas humanas en un conflicto armado es solo la punta del iceberg. Bajo la brutalidad de los bombardeos y el estruendo de las balas se encuentra un daño colateral que es menos visible pero igualmente catastrófico: la destrucción de nuestro planeta. ¿Alguna vez te has preguntado cómo una guerra puede afectar tu salud, incluso si vives a miles de kilómetros de allí? Lo que parece ser un conflicto lejano puede repercutir en el equilibrio de nuestro ecosistema y, por ende, en nuestra vida cotidiana.
Así que acompáñame en este recorrido donde exploraremos el verdadero impacto de la industria militar sobre el medio ambiente, la economía y la sociedad. Y no temas, lo haremos con un toque de humor, algo de empatía y muchas preguntas retóricas, porque, después de todo, la vida es también un juego de preguntas y respuestas.
El primer impacto: pérdida de vidas y tierras
Después de un conflicto armado, lo que se suele ver es un territorio arrasado; las imágenes de ciudades destruidas son desgarradoras. Pero más allá de las infraestructuras destruidas, se encuentran los ecosistemas. La pérdida de territorios agrícolas y la muerte de animales no solo afectan la oferta de alimentos, sino que destruyen comunidades enteras, que quedan desplazadas y sin medios de subsistencia.
Permíteme compartirte una anécdota personal. Recuerdo haber viajado a una región en guerra, y lo que más me impactó fue ver cómo el paisaje, un día vibrante de vida, se había transformado en un conjunto de escombros y polvo. Esa imagen me quedó grabada, como un recordatorio de lo que se pierde en cada conflicto. ¿Cómo podemos entonces mirar hacia otro lado cuando los conflictos generan tanto daño?
El impacto de la industria militar sobre el medio ambiente
Te preguntarás, ¿cuál es la relación entre la guerra y el cambio climático? La respuesta es más compleja de lo que parece. La industria militar es responsable de un porcentaje sorprendentemente alto de emisiones de gases de efecto invernadero. Según Linsey Cottrell y Stuart Parkinson, alrededor del 5,5% de las emisiones totales provienen del sector militar. Pero, ¿qué sucede cuando miramos la situación estadounidense? Aquí, la cifra se eleva a un 31,2% de las emisiones históricas del país, según el Transnational Institute de 2023.
Es increíble pensar que, en un mundo que constantemente nos recuerda la importancia de reducir nuestra huella de carbono, la industria militar se escabulle de cualquier tipo de control. ¿Spray de desodorante? Un fiasco. ¿Bombardeos? Sin problema. Esto es como ir a una fiesta donde controlan tu ingesta de comida si te ven con un donut, pero el tipo con un pastel entero puede comer a sus anchas.
La paralela desinversión en el cambio climático
Afrontémoslo: hay algo profundamente frustrante en el hecho de que la inversión en la industria militar supere con creces la que se destina a mitigar el cambio climático. Según un estudio de Denise García en Nature, los países y las instituciones internacionales parecen estar más interesados en armas y guerras que en combatir el calentamiento global. ¡Es como si en una tienda de dulces, la gente prefiriera comprar bombas de chocolate en vez de simplemente devorar un cupcake!
¿Cómo podemos permitir que esto suceda? ¿Estamos tan acostumbrados a la guerra que hemos normalizado el hecho de que una parte significativa de nuestra economía esté dedicada a destruir en lugar de construir? Lo peor es que, aunque estos conflictos son provocados a menudo por el interés de unos pocos, las consecuencias recogen sus frutos sobre la humanidad entera.
Una mirada crítica a los efectos económicos y sociales
No todo se reduce a las emisiones de gases. La industria militar tiene efectos nocivos sobre los tres pilares del desarrollo sostenible: medio ambiente, economía y sociedad. En términos económicos, mientras que la industria militar genera inmensas sumas de dinero, también desestabiliza las economías locales, limitando la posibilidad de un futuro sostenible. Si en lugar de gastar en armamento invirtiéramos en agricultura o educación, ¿cuántas vidas podríamos salvar y cuántos ecosistemas podríamos restaurar?
Cuando se habla de los efectos sociales, no podemos obviar el impacto que los conflictos tienen sobre la salud física y mental de las personas. He leído estudios donde se menciona que los niños que crecen en zonas de guerra tienen más probabilidades de desarrollar problemas de salud mental. En una época en la que la salud mental se ha convertido en un tema central, esta realidad, que debería dejarnos a todos fríos, a menudo pasa desapercibida.
La ecuación de la paz y sostenibilidad
Piénsalo un momento: si buscamos un futuro más sostenible, ¿realmente podemos seguir ignorando lo que la industria militar hace a nuestro planeta? «La paz es el camino» podría ser un buen lema, pero ¿qué tan probable es que logremos tener paz si nuestro propio sistema nos empuja a centrarnos en la competencia y la guerra?
Las mujeres de India que reciben microcréditos para proyectos sostenibles, las iniciativas en Sri Lanka y Pakistán para restaurar los ecosistemas de manglares, o los esfuerzos en Latinoamérica para proteger las comunidades indígenas: son solo algunas de las maravillosas iniciativas que están floreciendo en medio de un mundo hostil. ¿Qué pasaría si también comenzáramos a ver la lucha por la sostenibilidad en términos de colaboración global y desarme?
La necesidad de transparencia en la industria militar
Una cuestión que merece ser resaltada es la falta de transparencia en la industria militar. Gracias a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, los países están obligados a reportar sus emisiones, pero el sector militar queda fuera de este marco. Es como si se les diera un pase libre para sobrepasar todas las reglas del juego, mientras el resto de nosotros tenemos que jugar con las cartas que nos dan.
Si nuestra meta es un mundo más pacífico y sostenible, es hora de que la industria militar comience a rendir cuentas por su huella ambiental. Pero, ¿cómo lograr que esto suceda?
La esperanza está en nuestras manos
Pensar que podemos cambiar algo puede sonarnos utópico. Pero si algo hemos aprendido en esta era de la información es que nuestras acciones, por pequeñas que sean, cuentan. El compromiso ciudadano, la presión sobre nuestros líderes políticos, y un consumo consciente pueden ser las herramientas que necesitamos para abogar por un futuro más equilibrado.
Sí, quizás en la esfera internacional la guerra podría parecer un monarca invencible, activa y descontrolada. Pero a nivel local, cuando la comunidad se une y la voz de los ciudadanos se levanta, el cambio es posible.
Finalmente, la pregunta que debemos hacernos no es solo «¿Y yo qué puedo hacer?» sino también «¿Qué haremos juntos?» En este camino hacia la paz y la sostenibilidad, cada paso cuenta y cada palabra resuena.
Al final del día, debemos recordar que si la guerra nos enseña algo, es que el verdadero enemigo no son solo las armas sino la indiferencia. Si logramos superar esto, quizás podamos soñar —y conseguir— un mundo donde la paz sea la norma y la sostenibilidad nuestra guía. ¡Y quién sabe! Tal vez empiecen a hacer fiestas donde en vez de repartir armas, lo hagan con cupcakes. ¿No sería eso un verdadero triunfo en esta época loca en la que vivimos?