La situación fiscal en España siempre ha sido un tema que suscita controversia y un sinfín de opiniones encontradas. La reciente reforma fiscal presentada por el Gobierno ha dejado a muchos observadores con más preguntas que respuestas. Después de jornadas maratonianas en el Congreso y un tira y afloja político digno de un drama shakespeariano, lo que se ha aprobado suena casi a lo que esperábamos, pero, ¿realmente es suficiente?

En un país donde los impuestos parecen ser el pan de cada día, ¿por qué seguimos hablando de reformas que parecen no cumplir con las expectativas? Acompáñame en este análisis donde exploraremos las maneras en las que estas reformas afectan no solo a las grandes multinacionales, sino también a tus bolsillos.

El marco de la reforma fiscal: ¿de qué estamos hablando?

La reforma fiscal que recientemente ha pasado por el Congreso busca, principalmente, establecer un tipo mínimo efectivo del 15% en el Impuesto sobre Sociedades para grandes grupos empresariales y multinacionales. Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse: ¿es eso suficiente para hacer un cambio real? La intención de los legisladores fue clara: equiparar la presión fiscal en España a la media de la Eurozona y cumplir con las exigencias de Bruselas para acceder a esos codiciados 7.200 millones de euros de fondos europeos. Pero una vez más, parece que la realidad se interpone en el camino de la ambición política.

Una jornada maratoniana en el Congreso: ¡Qué espectáculo!

Imagina esto: una sala repleta de políticos, muchos de ellos visiblemente cansados, debatiendo hasta bien entrada la madrugada sobre un tema que a la mayoría de la gente le parece árido. No me atrevería a decir que es la reunión más emocionante desde que se inventó el botón de “mute”, pero definitivamente había un aire de tensión.

Los grupos lograron dejar fuera varias propuestas que parecían tener un impacto significativo, como el alza fiscal a las socimis y la tributación del diésel equiparada a la gasolina. Es un poco como una película de suspenso donde uno espera un gran giro argumental, pero lo único que pasa es que el protagonista se olvida de pagar la cuenta del restaurante.

Qué se queda y qué se va: un esquema agridulce

Al final, la ley contempla cosas interesantes, pero también deja a muchos decepcionados. Lo que se votará permite que las pymes más pequeñas vean su impuesto de sociedades reducido del 23% al 17%. Eso suena genial, pero ¿por qué siempre parece que las grandes empresas se quedan con el trozo más grande del pastel?

Por otro lado, y aquí es donde las cosas se complican, se ha introducido un impuesto a los vapeadores y un aumento en los impuestos para el tabaco. Así que, mientras intentamos fomentar una vida más saludable, también estamos sumando un golpe financiero a quienes intentan dejar de fumar. Como si no bastara con la factura del dentista, ahora hay que sumar un impuesto extra.

El galimatías de los impuestos a banca y energéticas

Una de las partes más intrigantes (y un poco confusas) de la reforma es el foco en los impuestos a las energéticas y los bancos. La decisión de endurecer el impuesto a los bancos con mayores ingresos es, sin duda, un paso hacia adelante. Pero, ¿es suficiente? El que se recaudado se destine a las comunidades autónomas parece más un intento de apaciguar que una solución real.

En términos de energía, la fórmula de dejar fuera a las compañías que están invirtiendo en descarbonización es como intentar reparar un barco que ya se hunde mientras te sientas en la cubierta disfrutando de un refresco. Es un alivio para algunas, pero una clara señal de que en realidad no estamos buscando un cambio radical.

¿Hacia dónde vamos desde aquí?

La gran pregunta que todos tenemos en mente tras la ya famosa jornada del Congreso es: ¿realmente estamos avanzando hacia un sistema fiscal más justo y equitativo? Si nos detenemos a analizar un poco, parece que estamos caminando sobre un terreno inestable. Por un lado, están las promesas y, por otro, la realidad.

Por ejemplo, el aumento del tipo impositivo en el IRPF para las rentas superiores a los 300.000 euros anuales es un paso en la dirección correcta. Las personas con mayores ingresos deberían contribuir más al bien común. Pero al mismo tiempo, esa idea de «impuesto de lujo» queda un tanto diluida cuando vemos que sus efectos pueden ser mínimos en un mar de exenciones fiscales para grandes corporaciones.

Aquí es donde entra la empatía:, si yo, un simple mortal con un salario promedio, puedo sentir la presión y el peso de los impuestos, ¿por qué los grandes grupos empresariales parecen esquivar estas mismas balas?

Reflexiones finales: ¿espejismos o realidades?

Podemos concluir que la nueva reforma fiscal puede parecer un pequeño paso, pero está rodeada de complejidades, vacíos y una estructura que tiende a favorecer a algunos sobre otros. La jornada en el Congreso puede haber tenido un fin, pero la conversación debe continuar.

A medida que observamos cómo se desarrolla esta reforma, debemos preguntarnos: ¿es suficiente lo que se ha hecho hasta ahora? La respuesta puede ser relativa, pero una cosa es segura: seguiremos discutiendo sobre ello. Cambio tras cambio, parece que estamos en un ciclo que nunca termina.

Como ciudadano, me gustaría ver más transparencia ya que nos afecta a todos. Porque si hay algo en lo que todos estamos de acuerdo, es que pagar impuestos es inevitable; lo que realmente queremos es sentir que estamos contribuyendo a un bien mayor. En la próxima reforma fiscal, quizás el Gobierno pueda pensar un poco más en la gente común antes de hacer ajustes que, a primera vista, parecen más una estrategia de marketing que un cambio real.

Entonces, ¿qué piensas tú de esta nueva reforma fiscal? ¿Te parece que estamos avanzando en la dirección correcta, o crees que simplemente seguimos paseando por un laberinto interminable?