El 25 de noviembre nos trae una fecha que, lejos de ser solo un día en el calendario, se ha convertido en un grito constante de alerta y resistencia. Se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, un día en el que miles de voces se unen en una manifestación que resuena en cada rincón de España y más allá. Pero, ¿qué hay detrás de esa multitud de pancartas, consignas y lágrimas?
Este año, por desgracia, la situación era más tensa que de costumbre. La marcha se celebró mientras España amanecía con la noticia de un nuevo asesinato machista en Orihuela, lo que llevó a casi todos los asistentes a preguntarse: ¿cuántas más deben perder la vida para que la sociedad despierte de este letargo monumental? Con este homicidio, el número de mujeres asesinadas este año se eleva a 42, y el total a 1.287 desde que empezamos a contar estas atrocidades en 2003.
Dos marchas, un mismo grito
Este año, la manifestación se dividió en dos marchas, un reflejo de las tensiones presentes en el movimiento feminista en torno a temas como la ley trans o la prostitución. La Comisión 8M y el Foro de Madrid se vieron frente a frente, cada uno levantando sus voces con un mensaje claro, aunque con matices diferentes. Según datos de la Delegación del Gobierno, más de 6.500 personas se posicionaron en las calles, todas compartiendo el mismo mensaje en contra de la violencia machista.
Mientras las calles se llenaban de consignas como “No estamos solas, faltan las asesinadas”, también se sentían las diferencias internas del movimiento. La marcha de la Comisión 8M comenzó a avanzar al ritmo de “Se acabó” de María Jiménez, cambiando la culpa del agresor a la víctima. Al mismo tiempo, el Foro de Madrid, encabezado por figuras políticas como la ministra de Igualdad Ana Redondo, se hacía eco de la necesidad de abordar la violencia desde las redes sociales y el consumo de pornografía en Internet.
La unión en la diversidad de voces
A pesar de las diferencias, en el aire se sentía la unión que ha caracterizado el movimiento feminista en los últimos meses, especialmente tras el aluvión de denuncias por agresiones sexuales que ha sacudido las redes sociales y ha llevado a muchas a señalar a personajes públicos. “Nos tocan a unas, respondemos todas”, gritaban las manifestantes con fuerza, al compás de los tambores.
Una de las figuras claves del día fue Gisèle Pelicot, una mujer que ha sobrevivido a una década de abuso y violaciones. Su presencia inspiraba a muchos, y no es de extrañar que su nombre y su historia se convirtieran en el símbolo de la lucha contra la violencia machista. En un emotivo homenaje, muchos llevaban carteles que decían “Merci, Gisèle”, expresando gratitud por su coraje al alzar la voz.
Al recordar su historia, mi pensamiento regresó a momentos en que el silencio me invadía también. Es impresionante cómo el miedo se convierte en una correa que nos ata, evitando que expresemos nuestro dolor.
Historias de lucha y vulnerabilidad
A medida que la marcha avanzaba, conocí a Miriam Giménez, una joven de 27 años que compartió su experiencia personal con la violencia machista. Recordó cómo, un día, alzó la voz para permitir que el mundo conociera su verdad y terminó más sola que nunca. “No hay maltratador sin entorno que lo proteja”, decía mientras sostenía su pancarta con determinación. Su historia es una dura realidad que muchas mujeres enfrentan y que nos lleva a cuestionar las dinámicas del miedo y la complicidad que a menudo rodean estos casos.
El día se llenaba de consignas reenfocadas. Lemas como “Basta ya de violencia patriarcal” o “La culpa no era mía ni dónde estaba ni como vestía” eran de lo más emotivo. Pero lo que realmente me sorprendió fueron los nuevos gritos de “Ser mujeres nos está costando la vida” y “Cuidado, cuidado, puedes tener a Errejón al lado”, que, aunque a veces sonaban a humor negro, reflejaban la gravedad de la situación actual. Se siente un aire de tanto cansancio colectivo.
Un cambio necesario
Hablar de violencia machista no es un tema fácil, pero es necesario. Las cifras son escalofriantes, y cada año parece que la lucha debe comenzar de nuevo. La impunidad sigue siendo una roca pesada que muchas mujeres cargan en su camino. ¿Cuántas veces he escuchado la frase “no deberías haber hecho esto o aquello”? La verdad es que jamás esto debería ser un argumento para validar el abuso o el maltrato.
Esas voces que se alzan en la calle son un recordatorio de que el machismo no es un problema aislado. Es un virus que se ha infiltrado en todos los rincones de la sociedad, pero, ¿realmente estamos listos para enfrentarlo? Ojala que sí.
Nuevas generaciones
Es también digno de mencionar a las nuevas generaciones que se suman a esta lucha. Niñas y adolescentes marchan al lado de mujeres más jóvenes y adultas; todas comparten la misma misión de acabar con los estigmas. La pregunta que queda es, ¿qué legado dejaremos a las futuras generaciones? La lucha debe continuar y ampliarse para incluir a todas las voces.
Al igual que muchas, yo también recibí el mensaje de que todo iba bien siempre y cuando no alzaras la voz. Sin embargo, es un pensamiento cuestionable, ya que la pasividad nunca ha sido la respuesta para un cambio real. Necesitamos a todos los que se atrevan a levantar la mano y gritar.
Reflexión final
La lucha feminista se mantiene viva, y aunque está marcada por profundas divisiones y variados puntos de vista, la base de todas las manifestaciones sigue siendo la lucha contra el miedo, la violencia y la impunidad. La realidad es que no estamos solas en este camino; cada grito resonante es una ola de manifestaciones que sigue fortaleciendo el movimiento.
La violencia que enfrentamos no es un acto aislado de algunos, sino un fenómeno social arraigado en nuestras estructuras. Es hora de unirnos y repensar cómo abordamos estas cuestiones. Lo hicimos en la calle, lo hicimos por las que ya no están y lo seguiremos haciendo.
Así que la próxima vez que veas una manifestación, recuerda que cada pancarta, cada grito y cada lágrima cuenta una historia. Lo que verdaderamente importa es que, mientras continuemos luchando, aún hay esperanza. ¡Vamos a seguir gritando!
Como ves, el 25 de noviembre es solo un día en el calendario, pero cada uno de esos días debería ser un recordatorio de nuestra lucha y nuestra valía. ¿Te animarías a alzar la voz también?