La noche del 3 de diciembre en Seúl comenzó como cualquier otra. En ese entonces me encontraba en un estado zen, alternando entre leer un libro que prometía cambiar mi vida (spoiler: no lo logró) y viendo videos de recetas complicadas en YouTube, sinceramente, me sentía más chef que nunca. Fue entonces cuando Yoon Suk Yeol, el presidente surcoreano, decidió elevar la adrenalina de mi noche al declarar la ley marcial de emergencia por primera vez desde 1979. Pero, ¿cómo es que un sábado tranquilo se convierte en un desfile de caos a las 22:23?

La sorpresa y la confusión inicial

Cuando escuché la noticia, pensé que era un error. “¿Es esto una broma?”, me pregunté, mientras mi teléfono explotaba en una serie de mensajes de texto y notificaciones. La confusión era palpable: «¿Puedo seguir bebiendo en el bar esta noche? ¿Mis hijos podrán ir a la escuela mañana?». Eran preguntas más que válidas, porque, seamos honestos, nadie en su sano juicio quiere perder su derecho a una buena noche de tragos por una emergencia no anunciada.

¿Qué llevó a Yoon a hacer esto?

El discurso de Yoon fue directo y agresivo. Habló de “erradicar las fuerzas pro-norcoreanas” y “proteger el orden constitucional de la libertad”. Vaya, parecía que en lugar de presidente, se había puesto el disfraz de un villano de película de acción. Pero si miramos la situación con un poco más de detalle, empezamos a ver el trasfondo: un panorama político destrozado por escándalos de corrupción y ratings de aprobación que harían sonrojar a cualquier representante democrático.

La ley marcial, ese término que evoca una mezcla de historia y terror, tiene un propósito claro: actuar como un gobierno militar en tiempos de emergencia. Sin embargo, el contexto era lo más desconcertante. En un día que empezó con una sesión de natación y terminó en un culebrón político, es fácil preguntarse: ¿realmente había una emergencia?

Un eco del pasado

La historia de Corea del Sur está marcada por años de dictadura y represión. Mis padres, quienes vivieron la dura división del país, tenían miedo, una sensación que me transmitieron a través de los relatos de su juventud. Recuerdo claramente a mi abuelo hablando con temor sobre las 16 veces que se declaró ley marcial en el pasado. Cada relato era un recordatorio de que nuestra democracia aún es joven, frágil y susceptible a las travesuras políticas.

Yoon, en su afán por afianzar su control, parecía ignorar las lecciones del pasado. Cuando decretó la ley marcial, muchos surcoreanos intentando encontrar la lógica detrás de esos anuncios, empezaron a cuestionarse: “¿Estamos de vuelta a la era de Park Chung-hee?”, refiriéndose al dictador que gobernó en las décadas de 1960 y 1970. Sin duda, el olor a autoritarismo había comenzado a flotar en el aire de Seúl.

Las consecuencias inmediatas

En un giro inesperado, lo que se esperaba fuera una noche llena de tensión terminó siendo, afortunadamente, un episodio fugaz. A las 4:30 a.m., la ley marcial fue revocada. ¿Qué pasó durante esas horas? La mayoría de los surcoreanos sintieron un temor visceral, un eco desconocido de algo que muchos solo habían escuchado en las historias de sus padres.

Los memes en redes sociales comenzaron a aparecer, pero el humor escondía un trasfondo de preocupación: ¿Cómo es posible que un presidente pudiera estar jugando con la libertad de su gente de esta manera? Entre bromas y risas nerviosas, la ansiedad colectiva creció. ¿Cuántos de nosotros recordaríamos el día en que Yoon decidió jugarse el todo por el todo?

La reacción popular

A través de todo este revuelo, lo que más me impactó fue la rapidez con la que la población reaccionó. En una muestra de unidad poco común, los políticos, incluso aquellos del partido de Yoon, se alinearon para rechazar su decisión. ¿Y qué decir de los ciudadanos? Las manifestaciones comenzaron a organizarse en cuestión de horas. Una respuesta casi visceral a un acto que consideraban no solo inconstitucional, sino insultante.

Un vistazo a la historia política

Para entender la gravedad de la situación, es crucial recordar que la democracia surcoreana se instauró tras el fin de la dictadura en 1987. Cada pequeño retroceso trae consigo el peso de los traumas del pasado. La dicotomía entre los veteranos de la ley marcial y la nueva generación que no ha vivido esos horrores es un tema recurrente en conversaciones familiares. Cuando mi abuelo comenta sobre la “buena época” de la represión, yo no puedo evitar reír nerviosamente, mientras que al mismo tiempo pienso en cuántas vidas y Libertades se sacrificaron en el camino.

Este reciente episodio no es solo un recordatorio de lo vulnerable que puede ser nuestra democracia; también es un grito de advertencia. Después de todo, no se necesita mucho para que las libertades que tenemos se esfumen en un abrir y cerrar de ojos, o en un discurso que parece sacado de un guion de Hollywood.

Reflexiones finales y lo que nos espera

Así que, después de reanudar mis actividades cotidianas y recuperar el ritmo de mi vida, no puedo evitar preguntarme: ¿qué sigue para Yoon? Sus colaboradores más cercanos han decidido presentar sus renuncias, dejando a muchos de nosotros preguntándonos si el presidente estaría preparado para enfrentar un proceso de destitución. ¿Su destino político es tan incierto como mi habilidad para lograr una receta digna de Instagram?

La lucha por la democracia en Corea del Sur no es solo el resultado del interés político; es una cuestión de identidad nacional. Aquellos que salieron a las calles no estaban solo defendiendo a Yoon o criticando al gobierno, estaban defendiendo su derecho a ser escuchados. Hay algo profundamente empoderador en ese tipo de resistencia.

Así que, mientras el clamor por la democracia resuena en las calles de Seúl y más allá, espero que todos podamos recordar la fragilidad de nuestras libertades y la necesidad de estar siempre en alerta. En un mundo donde la realidad puede ser a veces más extraña que la ficción, quizás, solo quizás, todos deberíamos tomar un momento para apreciar lo que tenemos: libertad, voz y, sí, la posibilidad de ser un poco más chef cada día.

Este evento nos recuerda que la historia no es solo algo que leemos en los libros; es un ciclo continuo, y nosotros, los surcoreanos, somos los que tenemos la responsabilidad de asegurar que el pasado no se repita.