La vida moderna a menudo nos hace sentir como si estuviéramos en una carrera constante, como personajes de una película de acción persiguiendo a los buenos o, quizás, a los malos. El tiempo parece volar, y nos encontramos atrapados en nuestras propias rutinas, olvidando que hay un mundo entero a nuestro alrededor. Pero de vez en cuando, una anécdota o una conversación breve puede cambiar nuestra perspectiva. Hoy quiero explorar el poder de la amabilidad, esa fuerza sutil pero poderosa que, a pesar de los retos y la prisa de la vida cotidiana, siempre merece nuestra atención.

Mis primeros pasos en la radio: lecciones de bondad y generosidad

Era el año 2010 y, como muchos de ustedes, yo estaba intentando descifrar el mundo laboral. Había conseguido una beca en el programa ‘A vivir que son dos días’ de la Cadena SER, y mi corazón palpitaba con la mezcla de emoción y nerviosismo. Entre los compañeros de redacción había una figura que irradiaba energía: Sara Vítores. Siempre frenética, optimista y con una sonrisa lista para repartir, Sara no solo era una gran periodista, sino también una maestra en el arte de la amabilidad.

Recuerdo claramente una tarde en que me senté junto a ella, completamente perdida con los cables de mi grabadora enredados, intentando entender cómo encajar mis fragmentos de audio para crear un reportaje que no fuera un “dormidero”. Sin que yo hiciera ningún tipo de solicitud, Sara se sentó a mi lado y me ofreció una generosa dosis de su tiempo. Durante más de media hora, me impartió un máster gratuito sobre cómo contar historias en la radio: cómo mantener el ritmo de atención, cómo alternar entre texto y sonido sin que se sintiera como una clase magistral. La amabilidad desinteresada que mostró hacia mí dejó una huella que jamás olvidaré.

Desafortunadamente, la semana pasada nos dejó. Sara falleció tras una lucha contra el cáncer y, mientras sentía la pérdida, también me di cuenta de cuántas cosas había aprendido de ella. ¿No es curioso cómo a veces son las interacciones más breves las que nos dejan las lecciones más duraderas?

La amabilidad como respuesta a la urgencia diaria

Podría decirse que la vida de hoy en día está marcada por una constante sensación de urgencia. Vamos de un lado a otro como coches de choque en una feria, tratando de cumplir con nuestras obligaciones mientras el tiempo se nos escapa entre los dedos. A menudo, nos olvidamos de cuidar de nosotros mismos y, mucho menos, de los demás. Y aquí es donde entra el dilema: ¿por qué la amabilidad parece ser un lujo que no nos podemos permitir?

Una de mis batallas internas es preguntarme si al ofrecer ayuda a un anciano en la calle lo estoy haciendo porque realmente quiero ayudar o porque me estoy sintiendo un poco mal conmigo mismo. ¿Acaso no es eso una forma de egoísmo? Gente hay de todos tipos: algunos consideran la amabilidad como un signo de debilidad, mientras que otros ven la oportunidad de ser generosos como algo casi vital, una bocanada de aire fresco en un mundo que se siente a menudo sofocante.

La historiadora Barbara Taylor y el psicoanalista Adam Phillips reflexionan sobre esto en su ensayo «On Kindness», donde afirman que hemos convertido la bondad en nuestro placer prohibido. ¿Por qué algo tan simple y esencial se ha convertido en un acto que a menudo tememos practicar?

Reconociendo nuestra propia humanidad a través de la amabilidad

Una de las cosas que a menudo olvidamos es que la amabilidad también nos beneficia a nosotros mismos. Cuando hacemos algo amable, no solo estamos ayudando a otra persona; a menudo, también nos sentimos mejor. Después de ofrecer nuestro asiento en el metros o ayudar a alguien en apuros, hay una súbita sensación de lucidez y conexión con el mundo que nos rodea.

Sigrid Nunez, en su libro «Los Vulnerables», sugiere que «para aliviar el estrés y la ansiedad, para consolarte en el duelo, la tristeza y la pérdida: busca a alguien que necesite tu ayuda». ¿No es esto una verdad conmovedora? En una era de histeria y agitación, un simple acto de amabilidad puede desarmar situaciones tensas y brindar un suspiro de alivio.

Recuerdo a un compañero de trabajo que, antes de renunciar, decidió organizar una pequeña sorpresa para todos. Trajo un delicioso pastel a la oficina un lunes por la mañana, alegando que era una excusa para celebrar “el día de sobrevivir al lunes”. Todos compartimos risas, un par de historias, y, de repente, ese pesado peso del inicio de semana se volvió un poco más ligero. ¿Acaso no son esos momentos pequeños, pero significativos, lo que cultivamos en nuestra memoria colectiva?

Cómo practicar la amabilidad todos los días

¿Estás listo para poner en práctica la amabilidad en tu vida diaria? Aquí hay algunas ideas sencillas que pueden ayudarte a añadir un poco de amor al día a día.

Regala tu tiempo

La próxima vez que veas a alguien en apuros, quizás un anciano que lucha por cruzar la calle o una madre cargando a sus hijos, ofrécele tu tiempo. Puedes quedarte un minuto extra para ayudar. Es un regalo simple, pero poderoso. Recuerda, el tiempo es un recurso valioso, y regalarlo puede impactar la vida de los demás de manera inesperada.

Escucha de verdad

Muchos de nosotros escuchamos con la intención de responder, no de comprender. Practica simplemente escuchar. Imagina cuán poderoso puede ser escuchar a alguien que tiene un mal día: no necesitas dar consejos, solo ser un oído atento. ¡Quizás incluso puedas sacar un par de risas de una anécdota divertida!

Haz pequeños gestos

Una de las formas más sencillas de practicar la amabilidad es a través de pequeños gestos. Desde abrir la puerta a alguien, hasta compartir una sonrisa con un extraño o agradecer a alguien por su trabajo. Cada pequeño acto cuenta y puede marcar la diferencia en el día de otra persona.

Cuando la amabilidad se torna en actitudes negativas

Sin embargo, hay quienes pueden ver la amabilidad como un signo de debilidad. ¿Cuántas veces hemos escuchado la frase «la buena voluntad no paga las cuentas»? La realidad es que vivir con amabilidad no significa ignorar nuestros propios intereses o poner a otros siempre primero. Se trata de encontrar un equilibrio donde podamos ayudar sin descuidar nuestras propias necesidades.

A veces, la gente se siente incómoda al recibir ayuda. Quizá vinculan la amabilidad con deudas o expectativas. La próxima vez que intentes hacer algo amable, recuerda que no todos estarán dispuestos a recibirlo con los brazos abiertos, y está bien. La clave es actuar desde un lugar de sinceridad y estar dispuestos a aceptarlo si no se responde como esperábamos.

Un tributo a la amabilidad de Sara Vítores

Cuando pienso en Sara, pienso en la generosidad de su tiempo y atención, y cómo eso dejó una huella imborrable en mi vida. La vida es demasiado corta como para no practicar la amabilidad. Nunca sabemos lo que otra persona está atravesando, y ese simple gesto podría ser el respiro que necesitan en su día. Mirando atrás, me doy cuenta de que ella fue una de esas personas que supo dar sin esperar nada a cambio, ¿acaso no es justo eso lo que todos deberíamos aspirar a ser?

¿Y tú? ¿Cómo puedes incorporar más amabilidad en tu vida? Ya sea a través de pequeños gestos de cariño o acciones más significativas. La amabilidad es una calle de doble sentido; retribuye a quien la da tanto como a quien la recibe.

Reflexiones final sobre la amabilidad y su poder transformador

En estos tiempos, donde el ruido de la vida puede ser ensordecedor, tomémonos un momento para desafiar nuestras propias barreras y reconocer la humanidad en los demás. La amabilidad no debería ser un lujo del que solo algunos pueden disfrutar, sino un derecho que todos debiéramos practicar a diario. Al final del día, ¿no somos todos humanos intentando encontrar nuestro camino en un mundo a menudo caótico?

Recordemos siempre que cada acto de bondad cuenta. Si somos capaces de aceptar y dar amabilidad, podemos, poco a poco, construir un mundo más comprensivo y amoroso. Y como diría la gran Sara Vítores, “el regalo de tiempo y atención que ofrecemos a otros puede ser el acto más valioso de todos”. Así que, ¿por qué no empezar hoy?