La historia que nos ocupa es desgarradora, pero ineludible. En septiembre de 2022, Mari Carmen Fernández, una valiente mujer que trabajaba como camarera en un buque del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), desapareció en altamar tras activar un protocolo contra el acoso sexual. Un año después, el CSIC lanzó un comunicado reafirmando su gestión del caso, pero en lugar de ofrecer respuestas, generó más preguntas. Hoy, me propongo explorar este complicado entramado de hechos, emociones y sobre todo, la lucha contra el acoso en ambientes laborales, sin perder de vista un toque de humanidad y humor que, a veces, funciona como válvula de escape en los temas serios.
¿Qué sabemos del caso de Mari Carmen Fernández?
Mari Carmen no es solo un nombre. Esa mujer representa la lucha diaria de miles que, como ella, se ven acosadas en sus lugares de trabajo. Según lo que ha revelado un reciente informe, Mari Carmen había denunciado el acoso por parte de un compañero. Ante una situación tan crítica, el CSIC inició un expediente que luego fue cerrado en falso. Esto es algo que no solo le ocurrió a ella, sino que refleja un patrón que persiste en muchas instituciones. ¡Qué confuso, verdad?
En una nota interna, el CSIC asegura que ofrecieron «apoyo psicosocial» a Mari Carmen y su familia, pero aquí es donde empieza la confusión. ¿Fue suficiente? ¿Qué significa realmente «apoyo psicosocial»? Se nos presenta un cuadro donde el dolor se mezcla con la burocracia, y la inacción se esconde tras un manto de supuesta confidencialidad.
La inescrutable postura del CSIC
En su comunicado, el CSIC expresó que la desaparición de Mari Carmen fue recibida «con gran preocupación». Pero lo que más llama la atención son las palabras sobre el archivo del caso y la mención de que todo lo sucedido califica como «especialmente complejo». ¿Alguna vez han escuchado la frase «sabor a nada»? Eso es precisamente lo que siento al leer esa declaración. Lleno de protocolos y jerga institucional que parece alejarse más del corazón de la situación, parece un intento de minimizar el dolor en lugar de confrontarlo.
La marcada falta de una respuesta pública más contundente por parte del CSIC puede ser vista como una forma de escudarse detrás de papeles y documentos, algo que resulta inquietante. ¿Cuántas Mari Carmenes más han hecho eco de su dolor sin ser escuchadas? Este silencio es quizás el grito más fuerte en un entorno que supuestamente lucha contra el acoso.
La estadística detrás del dolor: 12 casos en cinco años
Al leer que el CSIC ha activado su protocolo contra el acoso en 12 ocasiones en los últimos cinco años, me pregunto: ¿cuántas de esas instancias se convirtieron en algo más que un mero trámite? Es como cuando intentas aprender a bailar salsa y solo consigues mover los brazos: mucha acción, poco ritmo. La institución, en lugar de proporcionar detalles sobre estos casos, parece observar un silencio también inquietante. ¿Están todos esos casos unificados bajo la misma etiqueta de «grave»? Me pregunto si, al final del día, realmente se entiende la profundidad del sufrimiento que encierra el acoso sexual y la falta de acción eficiente.
Con la reciente actualización de sus protocolos, que incluyen diez mejoras fundamentales, uno podría pensar que el CSIC está tomando medidas decisivas. Sin embargo, la falta de transparencia sobre el desenlace de esos 12 casos genera más escepticismo que confianza. ¿Cuántas veces se ha ido el malestar a casa con la persona agredida, y cuántas veces han sentido que no se les escuchó? Esos casos son más que números; son historias de vida que merecen atención genuina.
Un llamado a la humanidad: el protocolo y el dolor personal
Los protocolos son, en teoría, un buen paso. Pero, ¿qué pasa cuando estas medidas no se aplican con el rigor que prometen? La creación de una unidad para promover un entorno «sano y seguro» es efectiva, pero… ¿acaso no existe una unidad llamada «empatía» que debería estar siendo activada aquí? Hay un componente humano que está ausente en muchas de estas iniciativas. Un empleado que sufre necesita algo más que un formulario de directrices; necesita un compañero que lo escuche.
En mi propia experiencia, he visto cómo la ausencia de un ambiente de apoyo puede llevar a la desolación. Recuerdo una vez en la que un amigo mío sufrió acoso en su lugar de trabajo. En lugar de ayudarlo, las personas a su alrededor optaron por: “Psssh, no es tan grave”, como si eso fuera a hacer que el dolor se desvaneciera. Esa indiferencia ayuda a perpetuar el ciclo de silencio y negación en ambientes laborales. En un mundo donde se habla tanto de inclusión y respeto, me atrevo a decir que necesitamos de un cambio en la conversación en lugar de solo en los documentos.
La cultura institucional y el cambio necesario
El comunicado del CSIC, al hablar de la «inadmisibilidad» del acoso sexual, debería ser un grito de guerra, pero se siente más como una frase vacía lanzada al viento. Las verdaderas transformaciones requieren del compromiso de todos los miembros en una institución, y no solo de sus directivos. La cultura institucional tiene que incluir lo que significa la protección real y la validación del dolor de los afectados.
Los programas de capacitación y sensibilización deben ser más que simples requisitos formales; deberían ser parte de la moralidad de la institución. ¿Quién realmente habla de estas cosas después de firmar un protocolo?
Cuando las palabras fallan: ¿qué podemos hacer?
Vivimos en una era donde el cambio es posible, pero todavía no suficientemente palpable. Como sociedad, debemos estar dispuestos a hacer preguntas difíciles. ¿Por qué el acoso sexual sigue existiendo en nuestros espacios de trabajo? ¿Qué podemos hacer? Quizá lo que necesitamos es menos autocomplacencia y más acción colectiva.
Una opción es fomentar un espacio donde todos puedan expresar su historia, porque hay poder en la voz de quienes han sido silenciados. Este poder, como el mismo sonido de mi abuela diciendo «Todavía hay esperanza», puede ayudarnos a cambiar estas conductas nefastas. Si no comenzamos a escuchar, seguiremos repitiendo historias similares a la de Mari Carmen una y otra vez.
Conclusión: la urgencia del cambio
La situación de Mari Carmen Fernández es un recordatorio desgarrador de que nuestras instituciones y organizaciones deben hacer más que solo hablar de protocolos y políticas. Estas estructuras deben crear un espacio donde cada voz cuente, donde el dolor sea comprendido y se traduzca en acción. Un lugar donde el apoyo psicosocial no sea solo un término, sino una práctica constante.
Al final del día, todos merecemos trabajar en un entorno seguro y respetuoso. La lucha contra el acoso laboral no consiste solo en firmar documentos; se trata de crear una cultura de apoyo, comprensión y acción. Así que, si tú o alguien que conoces está atravesando una situación similar, déjame recordarte que no estás solo. Es hora de hablar, es hora de actuar. Porque cada voz cuenta, y cada historia merece ser escuchada.