La dependencia no es solo un término técnico; es un concepto que afecta la vida de miles de personas. Y cuando hablamos de la gestión pública en Andalucía, el tema se convierte en un torbellino lleno de tensión y descontento. En los últimos meses, el sistema de dependencia ha sido centro de atención, no por razones positivas, sino por un colapso que se arrastra desde hace años. Juanma Moreno, el presidente de la Junta de Andalucía, ha sido claro al respecto, admitiendo que el modelo actual está «colapsado». Pero, ¿qué significa esto en términos prácticos para los ciudadanos?

Un panorama desolador

La situación actual del sistema de dependencia en Andalucía podría ser objeto de una serie de televisión dramática, porque los problemas son reales y palpables. Este estancamiento no solo afecta a quienes necesitan ayuda, sino que también repercute en las vidas de los trabajadores que están en la primera línea de atención. ¿Te imaginas ir a trabajar cada día sabiendo que tu esfuerzo no se traduce en resultados visibles y que el malestar entre tus compañeros crece como la espuma?

Nuria López, secretaria general de CCOO-A, se unió a las protestas junto a otros miembros del sindicato. «La dependencia no espera», fue el lema de una concentración en Sevilla. Su descontento es justificable: hay más de 25,000 personas que no pueden acceder a su derecho a solicitar atención, mientras el Gobierno andaluz parece estar pintando un cuadro de caos y desorganización. Sin duda, esto nos lleva a preguntarnos: ¿dónde quedan los derechos de estas personas?

Protestas y apoyos: un coro entre diferentes voces

La oposición no ha sido indiferente ante este panorama; todos los grupos se han pronunciado al unísono. José Luis Ruiz Espejo, diputado socialista, lo dejó claro: “Es urgente un cambio de rumbo”. Y no es para menos. La dependencia no es solo un asunto de números, es una cuestión de dignidad. Las personas mayores y con discapacidades merecen ser atendidas con el respeto que les corresponde. ¿Realmente podemos permitir que estos reclamos caigan en el olvido?

De la misma manera, Inma Nieto, coordinadora de Por Andalucía, y Toni Valero de IU, han coincidido en la necesidad de abordar esta crisis de forma inmediata. “Se están riendo de los derechos de una generación de personas mayores”, expresó José Ignacio García de Adelante Andalucía en redes sociales. Está claro que la gente está cansada de promesas vacías y espera respuestas concretas.

Incluso Vox –aunque no estuvo en la calle– manifestó su apoyo. Manuel Gavira, su portavoz, argumentó que “hay motivos de sobra” para protestar. Y ¿quién podría refutar esto? La cuestión es que, mientras los diferentes grupos abren la boca, las personas que realmente importan siguen atrapadas en un laberinto burocrático.

La consejera y los cambios estructurales

Loles López, la consejera de Inclusión Social, ha defendido la gestión actual, argumentando que la situación caótica se debe a la necesidad de implementar cambios estructurales. Pero, si lo que se está realizando es un cambio dragón –es decir, la gestión es aún más caótica que antes–, ¿realmente sirve de algo el ajuste? Lamentablemente, los resultados no están a la vista. La Administración sigue lidiando con retrasos y complicaciones que parecen no tener fin.

La consejera, en un intento de aliviar la tensión, propuso volver al antiguo sistema, donde las listas de espera ascendían a 200,000 personas. ¿Tan malo se volvió el antiguo sistema como para que se le envíe al rincón oscuro de los olvidos? Puede que por los ranchos de España se escuche el eco de esa pregunta.

Recursos económicos y expectativas futuras

El reto financiero también es monumental. El coste del sistema de dependencia superará los 2,000 millones de euros; una buena parte de esa suma proviene del Gobierno central. Lo que se observa es que la Junta busca que el 50% del financiamiento ventile sus arcas, pero el desempeño ha sido totalmente insuficiente hasta ahora. La ley dice una cosa, y la realidad parece otra.

Por supuesto, todos sabemos que cambiar un sistema no es cuestión de un par de semanas. Requiere tiempo, esfuerzo y, sobre todo, inversión real. Sin embargo, y con todo lo anterior en mente, cabe preguntarnos: ¿cuál es el verdadero propósito de estas reformas si el bienestar de la población no es su prioridad?

Una mirada personal y el impacto de la crisis de dependencia

Hablando desde una perspectiva personal, he tenido la oportunidad de ver de cerca las realidades de la dependencia. Conocí a una señora mayor que vivía en una pequeña casa en las afueras de Sevilla. Su vida se había convertido en una serie de llamadas a la Administración esperando que alguien escuchara su pedido de ayuda. Era la clásica historia de una persona atrapada en un sistema que no sabe devolver el cariño que ella había brindado a su familia durante años.

Cuando una vez la visité, ella me sonrió y me dijo: “No he perdido la esperanza, pero me estoy cansando”. Y ahí es donde reside el verdadero drama del sistema de dependencia. La esperanza de las personas no puede ser una moneda de cambio en el juego de la burocracia. Mientras los políticos se intercambian palabras vacías en sus conferencias de prensa, ¿qué pasa con el dolor diario de quienes realmente necesitan ayuda?

Conclusión: ¿hacia dónde vamos?

La situación actual es insostenible. Los cambios son necesarios, pero deben ser reales y no solo palabras vacías. Tal vez la mayor lección que podemos aprender de todo esto es que la dependencia no es un problema aislado, sino que es un espejo que refleja el sentido de justicia social de nuestra sociedad.

La cuestión es, ¿estamos dispuestos a hacer el esfuerzo necesario para cambiar esta narrativa? Porque si no lo hacemos, es probable que pronto nos encontremos organizando más concentraciones y escuchando lemas que nos recuerden que la dependencia no espera.

Así que, mientras navegamos por este mar de incertidumbres, tal vez lo que realmente necesitamos es una brújula compasiva: una que siempre apunte hacia la empatía y la acción efectiva. En un momento en que tantos necesitan que se escuchen sus voces, hay que preguntarse: ¿hay alguien ahí que realmente esté escuchando?