Estamos en una época donde nuestra educación enfrenta desafíos que, francamente, parecen obras de ficción. Al mirar lo que sucede en las aulas, me acuerdo de la célebre anécdota de Galileo Galilei y su experimento en la torre de Pisa. Sí, ese ya famoso lanzamiento de esferas que, aunque no está del todo comprobado que realmente ocurrió, es un símbolo presente en nuestra historia educativa. La imagen de Galileo, con su espíritu rebelde, arrojando esferas y desafiando las premisas de la mecánica aristotélica, me hace preguntarme: ¿dónde están hoy esos Galileo que desafían las nuevas dogmas educativas?

¿Una nueva escolástica educativa?

La verdad es que, hoy en día, la pedagogía tiene un peso similar al que la escolástica tuvo en el periodo medieval. No se trata solo de que los colegios y universidades estén inundados de terminología compleja como “rubricas” y “competencias”. La poderosa jerga institucional ha reemplazado el sentido común, y eso, querido lector, es motivo suficiente para preocuparnos.

Recuerdos de mi propia experiencia educativa

Permítanme compartirles una anécdota de mis años como estudiante. Era un día cualquiera, yo tenía unos 15 años, y entré a una clase de Historia de la Literatura. El profesor decidió que lo mejor era enseñarnos un poema de Vicente Aleixandre. Puedo ver a mis compañeros, aquellos ojos atónitos y la profunda pereza en el aire. Tal vez pensaban en cómo usarían ese tiempo para estudiar algo ‘útil’, como los números de las estadísticas de sus videojuegos favoritos. Pero, ¿quién se interesaría por un poema cargado de metáforas?

Años después, esos versos se convirtieron en compañeros de vida. Así que, ¿no deberían nuestros estudiantes tener esa misma oportunidad? La idea de que los clásicos son irrelevantes se parece más a una condena que a un avance. ¿Qué tal si olvidamos a los Reyes Católicos y nos centramos en cómo hacer un tutorial de TikTok? Suena atractivo, ¿verdad?

La fascinación perdida por la lectura

El último debate relacionado con la educación secundaria ha sido la eliminación de las lecturas obligatorias. No, amigos, no es un mal sueño; es nuestra realidad. Pero, ¿es realmente más atractivo leer a autores modernos que a las plumas que han dado forma a nuestra lengua y cultura? ¿Es esta eliminación estratégica o solo un acto de desesperación buscando captar la atención de los jóvenes?

Es fascinante cómo comenzamos a pensar que el conocimiento puede ser reducido a lo que está “de moda” y olvidamos a los autores que han sacudido las conciencias. Me recuerda a ese amigo que al salir de una película, llena de drama, se vuelve crítico de cine en su círculo de amigos, sin haber leído jamás un guion. ¿Qué pasa aquí?

Lo actual frente a lo clásico

Admiro los esfuerzos por hacer que la educación sea más accesible y relevante, pero deshacerse de los clásicos es como intentar encontrar la esencia del chocolate en una barra de dieta. ¿Qué tal si diseñáramos un plan de estudios que combinen ambos mundos? Imaginemos un diálogo entre Aleixandre y las letras de Bad Bunny. ¿Por qué no?

Por un lado, está el sabor de las letras modernas que pueden enganchar a los más jóvenes. Pero, en la otra esquina, tenemos los grandes clásicos que reflejan nuestras raíces. La educación podría ser un puente entre ambos mundos, no una barrera de separación.

Informe PISA: ¿los resultados hablan por sí solos?

El temido informe PISA llega cada año, trayendo consigo un mensaje claro: las cosas no van bien. ¿Estamos escuchando? Claro que no. Elegimos seguir aferrándonos a un camino conocido, incluso cuando está demostrado que no lleva a cambio alguno. A veces me pregunto cuándo fue la última vez que decidimos ser los Galileos de la educación. ¿Qué pasaría si, en lugar de elegir el camino menos resistente, optáramos por examinar la caída de las esferas en la torre de Pisa?

Ver sus resultados es un poco como ver una película de terror donde ya sabemos que los personajes no saldrán bien parados. ¿Cuándo aceptaremos que los métodos pedagógicos que utilizamos hoy están llevando a nuestros estudiantes al fracaso? Ver a las autoridades educativas cerrando los ojos a esta realidad tiene un toque cómico, a la vez que trágico. Tal vez deberíamos añadir al currículo una nueva asignatura llamada «Realidad Aumentada» y hacer que todos lleven gafas de realidad virtual para percibir lo que realmente necesitan.

Un silogismo contemporáneo para reflexionar

Vamos a plantear un pequeño silogismo educativo:

  1. Todos los profesores son sabios.
  2. Ningún pedagogo es profesor.
  3. Por tanto, la sabiduría en nuestros colegios es una mezcla de spreadsheets más que de vida real.

La conclusión me lleva a insistir en la resistencia. ¿Qué pasaría si comenzásemos a ver a los estudiantes con los ojos de Galileo, más que de un gerencial fancy, que se viste con sus términos enlatados?

El retorno a la esencia de la educación

Quizás lo que necesitamos es un retorno a lo fundamental. La educación no debe ser un mero trámite. Necesitamos mentores, no solo pedagogos; necesitamos contar historias, no solo asignaturas. Que el aula no sea un escenario donde se repiten lecciones como si fuera un guion, sino un lugar donde se forjan conexiones, donde se desafían las ideas.

¿Qué tal si dejamos que un Capitán Trueno o una Enid Blyton encabezan la lista de las lecturas obligatorias? Antes de que salten al ataque las almas literarias, permítanme decir que la inclusión de narrativa popular no significa la exclusión de los clásicos. Simplemente, podríamos abrir el horizonte de lo que es relevante para los jóvenes.

Un llamado a la acción

Sí, amigos. Este es un llamado a la acción. Como sociedad, debemos demandar un cambio en cómo se concibe la educación. Proponemos un método en el que se fusionen las letras con la virtualidad y la historia con la cultura popular. Los jóvenes deben sentirse emocionados por el conocimiento, no asfixiados por él.

La cuestión que queda en el aire es: ¿Estamos dispuestos a empoderar a nuestros futuros estudiantes para que sean los Galileos del mañana, con mente inquisitiva y espíritu invencible? Debemos dejar de ser los guardianes de una escuela del silencio y convertirnos en participantes de un diálogo educativo vivo y vibrante. ¿Cuál es tu anhelo? ¿Cómo imaginas el aprendizaje del futuro?


Reflexionemos sobre esto, y quién sabe, tal vez en un futuro no tan lejano, los alumnos no solo aprendan sobre la gravedad, sino que también sientan el enorme peso de la historia y del arte que nos ha sido legado. Al final del día, la débil línea entre lo que es relevante y lo que no, es un asunto que no podemos permitir que desaparezca. ¿Estás listo para el cambio?