La política en España, en particular la del Partido Popular (PP), parece haberse convertido en un espectáculo donde la palabra «dimisión» se repite con tanta frecuencia que podríamos pensar que se están preparando para una competición de quién la pide con más fervor. La actual situación en la que se encuentra la política española es un reflejo de un comportamiento que, yo diría, tiene poco que ver con la ética y más con una suerte de mantra que se aprehende con insistencia. Pero, ¿qué nos dice esto realmente sobre la ética del poder y la responsabilidad de nuestros líderes?
Pidiendo dimisiones como si no hubiera un mañana
Si alguna vez has tenido la oportunidad de asistir a un debate político o incluso a un café con amigos donde se hable de política, es probable que hayas escuchado eso de «que dimita». En ocasiones, esta frase parece tener más eco que los propios argumentos presentados. Al observar la postura del PP, es evidente que han elevado esta práctica a un nivel casi artístico. Llama la atención que este partido no espera a que ocurra una crisis relevante; no, ellos están en constantes búsqueda de una oportunidad para exigir la cabeza de alguien, cualquier cabeza. Una especie de fútbol político que, en vez de un gol, termina en una dimisión en la puerta de los tribunales.
La ironía del cinismo
Recientemente, más de 130,000 personas salieron a las calles de Valencia exigiendo la dimisión del presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, y su equipo de gobierno, tras su manejo de la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que azotó la región. ¿No resulta irónico que quienes demandan dimisiones a gritos suelen ser los que se aferran a sus cargos con uñas y dientes cuando el escenario se pone feo? La vicepresidenta de la Generalitat, Susana Camarero, desató un bombazo de cinismo al asegurar que “no es una opción ninguna dimisión”. Al parecer, la idea de reconocer errores no se encuentra en el manual de instrucciones de los que ocupan puestos de poder.
Como bien dice el refrán español: «El que calla, otorga». Pero, en este caso, el que no dimite, ignora una realidad clamorosa. Es como si estuvieran escribiendo la versión política de «Cincuenta sombras de gris», donde los responsables del desastre se ven a sí mismos como héroes en vez de villanos.
Dimisión: un acto de responsabilidad y ética
Pongamos algo de empatía en la conversación. Imagina que eres un líder que ha tomado decisiones que han resultado en consecuencias verdaderamente catastróficas para la población. Si las calles retumban con el eco de miles de personas pidiendo tu dimisión, lo más honesto y honorable sería, con un acto de humildad, hacer un paso atrás. Pero lejos de eso, el PP prefiere aferrarse a su poder como si de una tabla de salvación se tratara.
Un acto de dimisión puede ser interpretado como un fuerte gesto de responsabilidad. Y en una sociedad democrática, reconocer nuestros fallos no debería ser visto como una debilidad, sino como una señal de integridad y nobleza. ¿No recordarás aquel momento donde un dirigente se plantó frente a la multitud y, con la cabeza en alto, admitió sus errores? Se sentía como una respiración de alivio colectiva, casi como cuando encuentras el último trozo de pizza escondido en la nevera.
La confianza perdida
La confianza es un pilar fundamental en cualquier sistema de gobierno. Cuando un líder opta por quedarse en su puesto a pesar de la ineptitud demonstrada, está, de facto, perpetrando un acto que socava la fe del pueblo en sus instituciones. El ejemplo del dirigente que se aferra a su poder mientras a su alrededor sigue lloviendo critica la propia esencia de lo que significa ser un representante del pueblo.
Mazón y su equipo han perdido la confianza de la ciudadanía, y cada día que pasan en sus puestos solo agravan la crisis política. La historia está llena de personajes que tuvieron la valentía de dimitir y fueron recordados por su dignidad. ¿No es curioso que, en la memoria colectiva, un buen líder se recuerda más por su integridad que por su longevidad en el poder?
Errores fatales: ¿podría ser que el cambio esté en nuestras manos?
Todos hemos cometido errores, y aunque suene a cliché, es verdad. Recuerdo una vez, durante un recorrido en senderismo, que decidí seguir por un camino «más bonito» que terminó resultando en una ineludible pérdida de tiempo y energía. Esa pequeña decisión personal me enseñó sobre la importancia de informarse y decidir con responsabilidad. Ahora, imagina la magnitud de una decisión política que afecta a miles de personas. Los errores de Mazón y Camarero han sido más que desastrosos; han tenido consecuencias fatales. Y sin embargo, aquí están, aún en el cargo.
Tomando como referencia el último episodio de la DANA, queda claro que el liderazgo implica poder y, con ese poder, la necesidad de rendir cuentas. Los ciudadanos merecen líderes que no solo tomen decisiones informadas, sino que también reconozcan cuando han fallado y actúen en consecuencia, sea mediante disculpas o con un gesto como la dimisión.
La política como servicio público
Muchos ancianos en mi comunidad suelen decir que la política en sus inicios tenía un enfoque genuinamente orientado al servicio público. Pero hoy en día, parece más un espectáculo de lucha libre donde lo que importa es salir vivo (y en el poder), sin considerar las consecuencias de las decisiones. Hay quienes eligen la política como una carrera, pero la realidad es que debería concebirse como un llamado al servicio.
Los ciudadanos de Valencia que exigen dimisiones no están simplemente buscando hacer ruido; están demandando responsabilidad y más que nada, una conexión genuina. La política debería ser sobre el pueblo, y no sobre el político.
En conclusión: ¿seremos testigos de un cambio?
Entonces, aquí estamos, preguntándonos si son realmente capaces de dar un paso atrás. Y lo que es más, ¿seremos testigos de un cambio en la cultura de la dimisión? Cuando un gobierno opta por ignorar la voz del pueblo, convierten a sus líderes en figuras casi míticas, pero no en el sentido positivo. La desconfianza y el cinismo que se desarrollan en torno a estas figuras solo alimentan la idea de un sistema fallido.
La última vez que revisé, la política debería ser un acto de honor y servicio, no un juego de monopolio en el que los que están en la «caja de comunidad» desestiman las cartas desfavorables con un simple “no me afecta”. Por ello es crucial que, como ciudadanos, sigamos levantando la voz siempre que sea necesario. Nunca está de más pedir más responsabilidad de quienes nos representan. En sus manos está gobernar y en nuestras manos está hacerles responsables.
Así que, ¿sería muy atrevido pedir una «dimisión de oficio» en lugar de «por un clamor popular»? La respuesta puede estar más cerca de lo que pensamos, pero para ello, necesitamos una cultura política que valore la dignidad por encima de las poltronas. Afrontar los errores con valentía es el camino hacia la verdadera integridad. La pregunta, ahora, es si nuestros líderes están listos para dar ese paso.