En un mundo en constante cambio, donde la innovación y la modernidad a menudo chocan con la tradición, la reciente Orden Ejecutiva de Donald Trump sobre la arquitectura cívica ha generado un aluvión de opiniones. Titulada «Promover una arquitectura cívica federal bonita», la orden se presentó con una aura de solemnidad que recordaba a los antiguos rituales de coronación. Pero, al igual que un regalo cuya envoltura es más impresionante que su contenido, esta orden esconde muchas más preguntas que respuestas. Así que, acompáñame en este recorrido a través de la complejidad estética, cultural y política que envuelve a esta controvertida propuesta.

¿Qué hay detrás de la belleza?

Primero, analicemos ese término aparentemente benigno: «bonita». Es curioso cómo una palabra puede ser tan ambigua y, al mismo tiempo, cargar con implicaciones profundas. En la mente de Trump, podría estar relacionado con los ostentosos lobbies de las Trump Towers o con el glamour de sus casinos en Atlantic City. Pero, ¿qué sucede cuando expandimos el concepto de belleza a un contexto tan vasto como los Estados Unidos?

Como dijo una vez un sabio: «La belleza está en el ojo del espectador». No sé tú, pero a mí me gustaría pensar que la diversidad arquitectónica de este país es tan rica como su gente. Desde las longhouses de los iroqueses hasta los rascacielos de Mies van der Rohe, hay un aplastante caudal de influencias que conforman la esencia de lo «bello» en la arquitectura estadounidense. Pero ¿realmente se puede encasillar todo esto en estilos neoclásicos, regionales o tradicionales?

La orden, como si de una nota de anticuada patriotera se tratara, parece dejar de lado importantes capítulos de la historia arquitectónica estadounidense, en lugar de abrazar la pluralidad. Es un poco como si nos dijeran que nuestro próximo viaje debe ser solo a las mismas viejas playas: ¿dónde queda la emoción de descubrir nuevos horizontes?

La archienemiga de lo contemporáneo

En una visita que recuerdo vívidamente, me encontré frente al magnífico Guggenheim de Frank Lloyd Wright. Allí, un diseño rompedor se unía a la funcionalidad de un museo, todo en un giro helado de concreto y forma orgánica. Esa extraordinaria audacia visual, que se despojaba de las viejas tradiciones para dar paso a una nueva narrativa, es lo que Estados Unidos necesita. Entonces, ¿cómo puede la administración defender un neoclasicismo que parece más un tributo a una época que a un futuro?

Es evidente que la obsesión por lo tradicional está salpicada de ironías. Recordemos la historia del Chrysler Building, ese emblema del art déco neoyorquino. Durante su construcción, la ciudad estaba congestionada por el crecimiento; mientras tanto, aquí estamos ahora, posiblemente a punto de estancarnos en una nostalgia arquitectónica incierta.

¿Una decisión estéticamente antidemocrática?

Un aspecto fascinante de la orden es cómo se conecta con el sentimiento de patriotismo. Trump, guiado por su lema de «Make America Great Again», parece querer atar la grandeza nacional a la estética de la arquitectura. Una visión que, curiosamente, también nos remonta a regímenes totalitarios, donde la arquitectura era una herramienta de propaganda. Desde la Alemania nazi hasta Moscú bajo Stalin, los edificios monumentales eran un símbolo del control y el poder. No sé tú, pero hacer una comparación con estos contextos históricos es, sin duda, un tanto inquietante.

La arquitectura como símbolo es un tema recurrente, y no está limitado a las dictaduras. En otros países, como en algunas naciones democráticas, podrían argumentar que un diseño arquitectónico debe estar reflejado en la diversidad cultural y no adherirse a un marco rígido. Aquí podría ser más efectivo un esquema que tuviera como base la pluralidad de estilos, no un manual de instrucciones que se detiene en el neoclásico.

El dilema de la «grandeza» en la arquitectura

Volviendo al concepto de «grandeza», es claro que esta orden busca asociarse con una época particular, una nostalgia por un «mejor» pasado que, por cierto, se basa en un relato selectivo. En el siglo XIX, cuando florecía el neoclásico en Estados Unidos, el país era, en muchos sentidos, un rompecabezas digno de un espectáculo de magia. Nueva York era un caos de calles embarradas, edificios de ladrillo y cerdos vagando en lo que ahora consideramos el corazón de la ciudad. ¿Realmente queremos volver a un pasado que no fue tan grandioso?

Es más, los verdaderos hitos de la arquitectura estadounidense llegaron a principios del siglo XX. Recordemos los rascacielos de acero que emergieron en el horizonte de Chicago y Nueva York. Fruto de la audacia y el ingenio, estas construcciones definieron un nuevo estándar que comunicaba optimismo y progreso. Sí, la grandeza moderna reside en la capacidad de mirar hacia adelante, no en la repetición de patrones del pasado.

¿Qué significa “tradición”?

Teniendo en cuenta la diversidad cultural y la rica historia de este país, es justo preguntarnos: ¿qué significa “tradición” en el contexto de la arquitectura? Tradicionalmente, los edificios funcionan como un espejo de su sociedad. Pero si, en este caso, decidimos ignorar a las misiones españolas del siglo XVIII o a los magníficos pueblos de los nativos Americanos, estamos, de alguna manera, despojando de su valor a un vasto legado cultural.

La architettura debe ser un reflejo de su gente, de su historia y de su evolución. De hecho, cada vez que visito una ciudad diferente, mi parte favorita es descubrir cómo las estructuras empiezan a contar historias singulares que, a su vez, se entrelazan con la historia colectiva.

Símbolos en la era de redes sociales

Dicho esto, estamos en una época donde las redes sociales han transformado la manera en que interactuamos con la arquitectura y el diseño. Tomemos un segundo para imaginar las imágenes que todos compartimos sobre lugares emblemáticos. Cada publicación en Instagram, cada tuit, nos conecta con la referencia estética del momento. Ahora, considerando que un edificio «bonito» se convierte en un símbolo de un gobierno pasado que busca perpetuar nostalgias, ¿dónde queda el espacio para la innovación?

Te lo digo: la grandeza arquitectónica no se encuentra en la reproducción de estilos de siglos pasados, sino en la capacidad de arriesgarnos a crear algo verdaderamente nuevo.

La encrucijada de la diversidad arquitectónica

En resumen, la Orden Ejecutiva de Trump sobre la arquitectura cívica toca numerosas fibras emocionales: la nostalgia por un pasado, la definición de lo «bello», y un debate más amplio sobre la identidad nacional. Y aquí estoy, proporcionándote un enfoque honestamente divertido para considerar la arquitectura como una representación de todos, desde los pueblos indígenas hasta los cubistas del siglo XXI.

Pero, justo aquí es donde surge el dilema: ¿un país que se precia de su diversidad puede realmente prosperar aferrándose a un molde arquitectónico? La grandeza no se encuentra en las columnas o los estilos. En cambio, reside en el reconocimiento de que cada historia, cada edificio, cada cultura, suman a un panorama más amplio de lo que significa ser estadounidense.

Al fin y al cabo, la verdadera belleza de un país no se mide por su arquitectura, sino por las voces que dan vida a cada estructura. ¿Estás de acuerdo?