Ah, la España de los años 60. Una época de progreso y cambio, pero también de silencio impuesto. Mientras el mundo se iluminaba con melodías de rebeldía, en la penumbra de un régimen opresivo, se tejía una trama de censura que dejó huella en la cultura catalana y más allá. Hoy, a través del libro de Maria Salicrú-Maltas, «Aquesta cançó, no!», exploraremos un periodo difícil, pero no sin un toque de humor y algún que otro guiño reflexivo. Porque, después de todo, ¿quién no ha sentido a veces que su playlist está censurada?

La Nova Cançó: un canto a la libertad

La Nova Cançó no fue solo un movimiento musical; era el grito de una generación que deseaba libertad y el derecho a expresar sus emociones en su lengua. Si bien hoy disfrutamos de un amplio repertorio musical, en aquella época, muchos catalanes tenían que conformarse con susurros, ya que más de 600 canciones en catalán fueron prohibidas. Imaginen por un momento a un cantautor en pleno apogeo, guitarra en mano, listo para tocar su canción, pero con la certeza de que podría ser la última vez que lo hiciera. Puede parecer una película de terror, pero era la realidad de aquellos días.

¿Quiénes eran los censores?

La figura del censor resulta quizás la más extraña e irónica de todas. En un primer vistazo, podríamos imaginar a un individuo de aspecto tenebroso, con gafas oscuras y un rostro de solo referencias en películas de terror. Pero como narra Salicrú, muchos de estos “lectores” eran, de hecho, personas educadas y cultivadas. Sociólogos, profesores y, a veces, incluso amantes de la música que se encontraban atrapados en un juego de poder del que no podían escapar. Es casi poético, ¿no creen? Estos censores tenían vidas alternativas, y al caer la noche, algunos incluso se atrevían a cantar las canciones que durante el día habían prohibido. Un poco de «¿has visto ‘La vida de los otros’?» de nuestro amigo Florian Henckel von Donnersmarck resonó en esas partes ocultas de su existencia.

La «habitación de la esquina»: un universo de control

Dentro del Ministerio de Información y Turismo (MIT), un lugar oscuro, casi como una sala de escape de película, existía la famosa “habitación de la esquina”. Allí, pasaban días enteros escuchando discos, evaluando letras y decidiendo qué canción podría ser «radiable». Lo irónico es que, en esos cubículos, muchos de los censores también tenían su “guitarra interior”. Es como si fueran trabajadores de una oficina Ikea, armando muebles de restricción, pero en lugar de un manual بسيط, tenían que lidiar con letras que potencialmente podrían incitar al «separatismo catalán».

[¿Alguna vez has tenido un trabajo tan extraño? Aquí estoy yo, en medio de un proyecto de equipo, y resulta que mi verdadero hobby es observar lo que otros hacen para que no se enteren de que estoy escuchando música de protesta en secreto.]

Censura y creatividad

Es fascinante observar cómo la censura puede, paradójicamente, estimular la creatividad. La presión de no poder tocar ciertas canciones llevó a muchos artistas a buscar nuevas formas de expresión dentro de los límites impuestos. Como una especie de evolución forzada del arte. Después de todo, ¿no es cierto que el ser humano siempre encuentra maneras de adaptarse? En medio de la adversidad, la creatividad florece como una flor que se aferra al asfalto.

Las trágicas consecuencias de la censura

El impacto de la censura fue devastador. No solo afectaba a los artistas que intentaban expresar su visión, sino que también repercutía en los organizadores de conciertos, quienes podían ver sus eventos cancelados en un abrir y cerrar de ojos. Imagínate el estrés de tener todo listo para el gran acontecimiento de la semana, y entonces, ¡pum! Un teléfono que suena con la voz de un censor que dice: «Lo siento, esa canción no puede ser tocada». Escribí un guion para una película de drama, pero creo que la realidad superó cualquier cliché.

La censura, que llegó al punto de rechazar incluso cuentos infantiles por simples referencias culturales, como la sardana, dejó a muchos artistas en la clandestinidad. Conciertos improvisados en casas de amigos, donde la única garantía es que solo los músicos y unos pocos elegidos estén presentes.

Un relato humano: el vínculo con los censores

No todo fue negativo en el viaje de Maria Salicrú. Ella relata anécdotas conmovedoras sobre la relación que desarrolló con algunos de los censores, como José Mampel Llop, cariñosamente llamado «el lobo». Esta figura paradigmática, con su faceta de censor por el día y amante de la música por las noches, plantea una pregunta interesante: ¿hasta qué punto debemos juzgar a las personas por sus trabajos, especialmente si las circunstancias de la vida no les han ofrecido otras opciones?

“Vamos a construir una novela sobre la censura, pero el antagonista es un censo musical”. ¿Por qué no? Al final del día, todos llevamos un censor interno que a veces necesitamos aprender a desafiar.

Reflexiones finales: evitando la repetición del pasado

«Aquesta cançó, no!» no es solo una obra sobre la censura, sino un recordatorio poderoso de la importancia de la memoria. Como dijo George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Hoy, en medio de nuevas formas de censura y control de información, esta lección cobra más sentido que nunca.

En nuestras generaciones actuales, ¿quiénes son los censores? ¿Dónde están los libros, las películas o las canciones que no podemos disfrutar? Es un viaje desafiante, pero necesario. Las historias de la Nova Cançó y el impacto de la censura del franquismo deben seguir siendo contadas para que no caigamos en los mismos errores.

Hoy celebramos la música, la cultura y todos esos artistas que, a pesar de las restricciones, se alzaron para hacer escuchar su voz. Así que, la próxima vez que escuches una canción que resuena en tu corazón, pregúntate: ¿qué historia hay detrás de ella?