La canonización es un proceso fascinante, casi como un guion de una película de Hollywood, donde la vida de algunas personas se convierte en una historia de redención y virtudes heroicas. Este proceso no solo pone en el centro de atención las vidas de aquellos que se santifican, sino que también refleja la historia de la Iglesia católica a lo largo de los siglos. Y mientras algunos de nosotros nos esforzamos por alcanzar pequeñas metas diarias, otros parecen tener el “superpoder” de realizar milagros. Pero, ¿qué se necesita realmente para convertirse en santo en el mundo católico? ¿Vale la pena el esfuerzo?

El camino a la santificación

La canonización es el último peldaño en la escalera de la santidad, un reconocimiento formal por parte de la Iglesia católica. Para llegar a este punto, hay varias fases, comenzando desde la beatificación. Ahora, lo que suele fascinar a la gente son los requisitos. El más destacado es que, para ser canonizado, el candidato debe haber realizado al menos dos milagros. ¡Sí, lo has oído bien! A veces me pregunto si los ciertos milagros no son simplemente un enfoque de la ciencia que aún no comprendemos. ¿Quién no querría contar entre sus hazañas: «Oh, sí, hice que una taza de café se llenara dos veces sin que nadie la tocara»?

Además, los candidatos deben haber fallecido hace al menos cinco años y haber llevado una vida de virtudes y acciones ejemplares. Esta etapa se asegura de que solo los verdaderamente excepcionales lleguen a la fila del altar, lo que nos lleva a la reciente canonización del santo Nicolás María Alberca.

Un evento memorable

El papa Francisco proclamó oficialmente a Nicolás María Alberca como santo en una ceremonia celebrada en la emblemática plaza de San Pedro. Imaginen la escena: el clima fresco, gente de pie con el encuadre arquitectónico perfecto de la plaza, la Eucaristía fluyendo, y del otro lado de la multitud, una delegación de cuarenta personas de Córdoba. Al menos, si los números son correctos, el coro debe haber sonado celestial.

Entre los asistentes se encontraban los llamados «mártires de Damasco». ¡Qué historia más impresionante! En julio de 1860, un grupo de siete frailes franciscanos y tres laicos maronitas encontraron su destino a manos de militantes drusos. Fue un sacrificio terrible y doloroso, pero su canonización después de 160 años de espera parece incluso más asombroso. En un mundo donde el tiempo parece volar en comparación con lo que ahora vivimos, esperar tanto tiempo para el reconocimiento debe sentirse como una eternidad.

Contexto histórico y reflexiones

Damasco, una de las ciudades más antiguas y de gran valor histórico, ha sido el hogar de comunidades cristianas durante siglos. Hoy en día, sin embargo, su población cristiana se ha reducido a un dos por ciento. Hay algo irónico en esta reducción demográfica: a medida que el mundo avanza, algunas de las historias más antiguas se esfuman y dejan un innegable vacío. La guerra civil en Siria ha dejado cicatrices profundas, lo que nos recuerda que el sacrificio de estos mártires sigue resonando en la realidad moderna.

Esto me lleva a preguntarnos: ¿cuál es el mensaje que debemos extraer de todo esto? ¿Es que, a pesar de las circunstancias, siempre habrá quienes estén dispuestos a sacrificarse por su fe? La respuesta parece ser un resonante «sí». La comunicación sincera sobre sus experiencias y su lucha en tiempos de crisis resuena en la sociedad y plantea un tema valioso: la importancia de la solidaridad y la empatía.

Claves de la canonización: la vida de los mártires

Los mártires de Damasco y los otros recién canonizados como Giuseppe Allamano, Elena Guerra, y Marie-Leonie Paradis, tienen historias que abarcan continentes y épocas. A través de sus vidas, se observa la dedicación perfecta al servicio, lo que es crucial en el proceso de santificación. El viaje de un misionero, monja, o fundador de comunidades religiosas se muestra como un estudio de contrastes. Mientras que hay países llenos de comodidades, también hay lugares donde la verdadera lucha por la supervivencia es cotidiana. Aquí es donde la Iglesia entra en juego, mostrando regiones donde la fe ha recobrado significado a lo largo del tiempo.

¿Quién puede olvidar a Carlos Acutis, el “Influencer de Dios”? Este adolescente, que aprovechó las redes sociales para compartir su fe, murió de leucemia en 2006. Su visión premonitoria sobre el uso de la tecnología para evangelizar es especialmente relevante hoy en día, cuando la línea entre el mundo digital y el espiritual se difumina cada vez más. ¿No es curioso cómo los mensajes de amor y esperanza encuentran su camino en nuestras pantallas?

Un futuro incierto

Más allá del brillo de la canonización, hay un futuro incierto. El Papa Francisco ha mencionado la posibilidad de más canonizaciones en el marco del Jubileo de 2025, año en el que se espera que más de 30 millones de peregrinos acudan a Roma. Este evento promete ser monumental, y podría representar un renacimiento en la devoción y el fervor de la fe cristiana. Pero una pregunta persiste en mi mente, ¿los eventos de masas aún tienen el mismo efecto que antes? ¿O se han convertido en simplemente un espectáculo?

Los avances en convocatoria a eventos grandes, las redes sociales proporcionando un altavoz a todos y la cultura de compartir instantáneamente están entrelazados. Pero la esencia de la fe evangélica no se ha atrofiado. En un momento donde la confusión abunda, los relatos de estos nuevos santos pueden servir como guía para muchos que buscan respuestas.

Reflexiones finales

La canonización es más que un proceso religioso; es un viaje humano. Las historias de los mártires de Damasco y otros newly minted saints abren la puerta a reflexionar sobre cómo la fe puede mantenerse viva a pesar de la adversidad y la opresión. Cada historia de sacrificio y dedicación nos invita a considerar cómo, a nuestra manera, podemos contribuir a un mundo mejor.

Y así, mientras nos sumergimos en este asombroso mundo de santidad, recordemos que todos, de alguna manera, aspiramos a ser la mejor versión de nosotros mismos. Después de todo, aunque no todos estamos destinados a realizar milagros, siempre existe la oportunidad de hacer el bien y encontrar una chispa divina en nuestras acciones diarias.

Es un nuevo mundo, y solo el tiempo dirá qué milagros nos depara. Pero mientras tanto, les agradezco a los mártires de Damasco y a todos los nuevos santos su ejemplo inspirador. ¡Quién sabe! Tal vez algún día, en un giro de la vida, pueda desear que me canonizen por hacer el mejor café… o por tweetear la frase que todos esperaban escuchar. ¿Te imaginas?

La historia de la canonización continúa, y todos somos parte de ella, cada uno en su camino hacia la santidad. ¡Manténganse atentos, que la próxima gran historia podría ser la tuya!