En un rincón de Nueva York, cada año, se lleva a cabo una reunión que podría ser catalogada como el espectáculo más grande del mundo de la política: la Asamblea General de la ONU. Pero, seamos sinceros; para los que hemos tenido la suerte (o desdicha, dependiendo del ángulo desde que lo miremos) de presenciarlo, a veces parece más una farsa cómica que un evento serio destinado a la resolución de problemas mundiales. Así que, ¿realmente vale la pena la pena? Vamos a analizarlo con un poco de humor, anécdotas y, por supuesto, un toque de honestidad.
Un desfile de estrellas políticas y sus secuaces
Imagina esto: un despliegue interminable de limusinas llevando a líderes mundiales a la asamblea, como si se tratara de una premiere de Hollywood. Lo bonito es que, a diferencia de los Oscar, no hay una estatuilla de oro para el mejor discurso. En cambio, lo que se vive en la ONU es un desfile de declaraciones grandilocuentes, acompañadas frecuentemente de la sensación de que más de uno se pregunta: “¿De qué estoy hablando aquí?”.
Recuerdo una vez haber escuchado a un político europeo dar un discurso que hacía más referencia a su propio país que a la crisis de los refugiados, algo que era la razón principal de la reunión. ¿Acaso hay algo más incómodo que ver a alguien usar una plataforma global para hacer auto-promoción? Para ser justos, a veces me siento como el protagonista de mi propia película de comedia cuando tengo que lidiar con este tipo de situaciones.
¿Cuánto impacto real tiene la ONU?
De acuerdo con lo que hemos visto en los últimos años, la Asamblea General de la ONU suele culminar en una palmada en la espalda global: unos días repletos de discursos sin sentido, donde se da más importancia al número de «Me gusta» en redes sociales que al impacto real de las votaciones o resoluciones. ¿Te suena familiar? Así es como muchas veces siente uno cuando espera que algo importante se decida, pero al final solo recibe palabras vacías.
Es difícil no sentir un nudo en el estómago cuando observamos cómo caen en saco roto llamados al alto el fuego en lugares como Gaza y Líbano. Aunque no podemos culpar a la ONU per se, es asombroso ver cómo se da un púlpito a los tyranos del mundo, mientras que las verdaderas cuestiones que realmente importan tienden a quedarse en el aire. Pero, ¿qué se puede hacer?
El dilema del Consejo de Seguridad
El eterno debate sobre la reforma del Consejo de Seguridad es relevante, especialmente cuando nos enfrentamos a problemas que parecen irresolubles. A fin de cuentas, siempre se habla de la necesidad de que este consejo pueda actuar con más fuerza. Sin embargo, hay una pregunta pertinente: aunque se realizaran cambios significativos, ¿realmente cambiaría algo?
En los días actuales, parece que el consenso en la política global es tan frágil como un castillo de naipes. Ya no importa tanto el aparataje institucional que se ha creado para manejar asuntos mundiales; lo que realmente hace la diferencia son los líderes y sus decisiones. Pero, ¿qué ocurre cuando dichos líderes son más destructivos que benevolentes?
Las contradicciones del poder global
Me atrevería a decir que el verdadero problema son las contradicciones de los grandes países. ¿Cómo es posible que se «desate» el horror en Ucrania y, a su vez, se mantenga la justicia en la mira de otros intereses? Allí está la clave: en la complicada danza del poder global, donde cada giro podría ser la punta de un iceberg.
Si tomamos el caso de Vladímir Putin y Benjamin Netanyahu, hay un eco claro en los reclamos de una misma hipocresía. Las acciones de ambos líderes han llevado a sufrimientos indescriptibles, y, a menudo, el debate político se reduce a una batalla verbal en lugar de soluciones efectivas. Pero claro, eso no quiere decir que todo sea culpa suya. Culpar a un solo individuo por toda la ineficacia de la ONU sería como tratar de arreglar el clima cerrando las ventanas en un día de tormenta.
Un enfoque en la humanidad por encima de las instituciones
Al final del día, yo la única esperanza que retengo es que el año que viene menos líderes funestos tengan un púlpito desde el cual hablar. Quizás la verdadera pregunta sea: ¿podríamos aspirar a un mundo donde las luchas sean en favor de la humanidad y no de OPEC o del fondo monetario internacional? No tengo una respuesta definitiva, pero estoy convencido de que es posible.
Me pregunto hasta qué punto la comunidad internacional está dispuesta a actuar para contener los desastres provocados por la irresponsabilidad de los líderes. En cada reunión de la ONU debería haber un recordatorio sonoro de que, detrás de los discursos, hay personas, familias y comunidades que sufren.
Reflexiones finales: el futuro de la ONU
Las sesiones de la Asamblea General son, en efecto, un espejo donde se reflejan las vergüenzas y carencias de los líderes del mundo, pero también una oportunidad para reflexionar y actuar. Tal vez, en lugar del habitual despliegue de retórica, te invito a que pensemos en un formato más honesto, un espacio donde realmente se busquen las respuestas y soluciones, donde la retórica quede en el olvido y los discursos se traduzcan en hechos concretos.
Hoy más que nunca, necesitamos líderes que sean verdaderos. Porque, seamos realistas, la última vez que alguien realmente escuchó un discurso de la ONU probablemente estaba esperando que el micrófono se apagara. Así que la próxima vez que el mundo se reuna, recordemos: las cifras y las palabras son solo eso, y al final del día, lo que realmente importa son las acciones que seguimos.
¿Te imaginas una ONU donde la humanidad y el bienestar común fueran realmente el foco? Eso sería el verdadero éxito de este foro global. Mientras tanto, ¿por qué no tomamos un poco de ese desmadre y, tal vez, invertirlo en hacer que lo que ocurre no sea solo un desfile de palabras vacías? Así es como se forjan los cambios, después de todo.