La Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara es sin duda uno de los eventos literarios más esperados del año, un espacio donde las letras toman vida y donde los amantes de la lectura pueden sumergirse en un océano de páginas, autores y novedades editoriales. Este año, con España como el país invitado, la FIL prometía ser un escaparate vibrante de la cultura literaria hispana. Sin embargo, lo que comenzó como un festín cultural rápidamente se convirtió en una tormenta del tipo » I can’t believe it’s not butter» (no puedo creer que no sea mantequilla), justo en el primer día. Y es que, cuando la popular escritora Irene Vallejo cancela su participación, el calmado murmullo de los asistentes se convierte en un zumbido inquietante.

El rumor que paralizó la feria

Imagínate: estás medio dormido, apenas con un café en la mano, cuando de repente te dicen: «Irene Vallejo ha cancelado». ¡Pum! Así fue como esta noticia comenzó a circular como un auténtico fuego en pradera seca. Vallejo, conocida por su trabajo en «El infinito en un junco», resulta ser el chispa que incendió la FIL. ¡Pero qué escándalo, amigos! Se rumoreaba que su enfado tenía que ver con «asuntos de viajes en avión». Pero, claro, ¿quién va a confirmar esto? Al final del día, el evento continuó, pero la intriga sobre esta cancelación sólo había comenzado.

¿No les ha pasado alguna vez que algo tan simple como un retraso en el vuelo se convierte en una historia digna de un bestseller? Recuerdo que una vez cancelé una cita por un problema con mi vuelo. Ahora bien, la diferencia es que yo no soy una autora de renombre y, por supuesto, no estaba en una Feria Internacional del Libro. Como quien dice, «no es lo mismo, pero se parece».

Rosa chicle y el color de la controversia

Pero la FIL no se quedaba en el anecdotario novelístico de Vallejo. Lo que se robó la atención, junto a los murmullos de la ausencia de la escritora, fue el pabellón español en un color que muchos no esperaban —¡rosa chicle!. Aparentemente, eso no es solo un color; es un tema crucial del que hablar. Para muchos, el rosa puede parecer cualquier cosa menos «el color de la bandera de España». Y eso es exactamente lo que a algunos les hizo rasgarse las vestiduras.

«¿Por qué rosa y no rojo?», se preguntaban, como si el asunto fuese un tema de Estado. ¡Oh, por el amor de la literatura! Lo que debería ser un festín visual, se convirtió en una competición de color en el que el rosa salió victorioso. Pero, ¿qué hay en un color? La vida está llena de matices, desde el negro hasta el blanco, pasando por infinitos tonos de gris y algo de rosa chicle.

La voz de las nuevas generaciones

En medio de esta controversia estacional, se planteó otra cuestión interesante: la voz femenina y su protagonismo en la FIL. Ricardo Villanueva Lomelí, el rector saliente de la Universidad de Guadalajara, no pudo evitar destacar que, en sus 200 años de historia, la academia mexicana había estado dominada mayormente por hombres. Sin embargo, esta FIL era el turno de las mujeres, oportunidad respaldada por palabras de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien había sido invitada a la feria.

La pregunta que me surge es: ¿es este un cambio de paradigma? ¿Estamos finalmente escuchando las voces femeninas que durante tanto tiempo habían estado en una esquina polvorienta de la biblioteca?

Más allá de la controversia de Vallejo y la explosión de rosa, esta FIL podría ser un punto de inflexión para la literatura hispana —un espacio donde cada voz cuenta. Sin embargo, en un mundo en el que todavía se debaten temas de inclusión y representación, ¿será suficiente este cambio para marcar una verdadera diferencia?

El eco del exilio entre España y México

El eco del exilio también resonó en la FIL este año, entrelazando dos culturas con una historia compartida que ha tenido momentos de dolor, pero también de solidaridad. Durante su visita, el ministro español de Cultura, Ernest Urtasun, destacó la solidaridad que México había mostrado con los exiliados republicanos después de la Guerra Civil española. Sus palabras, “Lo que supuso el exilio es una lección de fraternidad que los españoles jamás vamos a olvidar”, sonaron como un recordatorio de las conexiones profundas que nos unen, a pesar de las diferencias.

Históricamente, el exilio ha sido una experiencia desgarradora. He escuchado historias de mi propia familia sobre cómo la marcharon en busca de un lugar donde sus palabras pudieran ser escuchadas sin miedo. En la FIL, se reafirmó que el reconocimiento del exilio es esencial para construir puentes, no solo entre países, sino también entre generaciones.

¿Es el mercado editorial un campo de batalla por la memoria colectiva? Hoy más que nunca, la literatura tiene el poder de sanar heridas. La historia nos enseñó que la pluma puede ser tan poderosa como la espada, y a veces, hasta más.

Un espacio para la creación literaria

Por si fuera poco, el pabellón español presentó un concepto hermoso: «camino de ida y vuelta». Es un abrazo de tierras entre el pasado y el presente, recordando no solo las historias de quienes dejaron su tierra, sino también las que las nuevas generaciones están comenzando a contar. Este vínculo entre España y México es más que diplomático; es literario.

En mis lecturas, siempre he buscado esas conexiones. Uno de mis libros favoritos es «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez. ¿El motivo? Hay algo sobre las historias del exilio y la familia que resuena en todos nosotros, independientemente de la cultura. Se siente el mismo sudor, la misma tristeza, la misma esperanza. La FIL fue un recordatorio de que estamos todos juntos en esta travesía literaria.

Conclusión: ¿y ahora qué?

Al final del día, la FIL de Guadalajara no solo es un evento anual, es un suceso cultural que deja huella en el corazón de todos los que participan. Desde la controversia rosa hasta la ausencia de Irene Vallejo, este año nos ha recordado que la literatura es un espacio donde cada voz cuenta, donde cada nuance —o color— puede generar conversación, y donde el exilio trae consigo nuevos relatos, nuevas conexiones.

La FIL, con su paleta de colores y el eco de historias, se convierte en un recordatorio de que, sin importar las diferencias, todos estamos juntos tratando de comprender el vasto océano de la experiencia humana. Así que, para el próximo año, lo que nos queda es reflexionar: ¿cuántas más historias hay por contar? ¿Y en qué color las vestiremos?

Después de todo, si hay algo que la vida y la literatura nos enseñan, es que siempre hay espacio para un poco más de color. ¡Hasta la próxima FIL!