El reciente anuncio del Gobierno de Javier Milei sobre la clasificación de la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) como organización terrorista ha generado un aluvión de reacciones. En un país donde la historia es un tema delicado, especialmente cuando se habla de indígenas, tierra y cultura, la decisión ha levantado polvareda en medios, redes sociales e incluso en la cocina de muchos hogares argentinos.

El contexto de la polémica

La declaración, firmada por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se basa en los incendios devastadores que han arrasado con 37,000 hectáreas de bosques nativos en la Patagonia argentina. Imagina, si quieres, un espacio verde maravilloso, lleno de vida, convertido en cenizas. ¿No es esto una pesadilla? Para muchos argentinos, lo es.

Entonces, ¿quiénes son los culpables? Según el Gobierno, la RAM, liderada por Jones Huala, es el principal sospechoso. Sin embargo, aquí viene la parte confusa: Huala ha declarado reiteradamente que su organización no tiene relación con los incendios. En una declaración reciente (de esas que se vuelven virales en las redes), dijo: “Jamás hemos atacado nuestro entorno, donde vive nuestra gente. Que andamos prendiendo bosques son toda mentiras”.

Pero claro, ¿quién puede creer a alguien que tiene un pasado tan turbio como el de Huala? Nadie se queja de los antecedentes penales, solo de cómo se descompone la narrativa entre los funcionarios y la realidad.

Haciendo el paralelismo

Recordando mi propia experiencia, recuerdo una vez en la escuela, cuando un compañero fue acusado de un crimen que no cometió. Todos estaban listos para condenarlo, excepto aquel que lo conocía de verdad. La historia del gobierno argentino suena similar. Un individuo es señalado, y de repente, toda una comunidad es tachada de terrorista. ¿Es justo?

El informe del Ministerio de Seguridad dice que RAM está detrás de una «catástrofe ecológica» donde los bosques milenarios están en peligro. Pero los mapuches no son un grupo monolítico que comparte un mismo punto de vista. De hecho, la Coordinadora del Parlamento Mapuche Tehuelche de Río Negro acaba de publicar un comunicado en el que rechazan esta demonización. Se preguntan: “¿Somos ahora los invasores y quienes incendiamos nuestro propio territorio?”

La respuesta a esto debería hacer sonar alarmas. La narrativa apocalíptica que rodea la situación es un claro ejemplo de cómo un Gobierno puede utilizar el miedo para desviar la atención de problemas más significativos: como el cambio climático y sus políticas.

La historia detrás de los incendios

Por si no lo saben, los incendios en la Patagonia son los peores en tres décadas. Y cuando digo «peores», me refiero a que no han sido capaces de contenerlos; han afectado barrios enteros en localidades como El Bolsón y Epuyén. La situación ha sido tan grave que los bomberos no están dando abasto y las comunidades han empezado a organizarse en brigadas. Imagina a tus vecinos, armados con cubos de agua y mangueras, haciendo lo posible para salvar lo que puede ser su hogar. ¿No es eso una historia digna de una película?

La subsecretaria de Ambiente, Ana Lamas, incluso renunció en medio de la crisis. Su sucesor, Fernando Brom, tuvo la valentía de autocrítica. “Lo que hay que hacer es tratar de prevenir. Evidentemente, no lo hemos hecho bien”, dijo. Es claro que, cuando las llamas devoran un bosque, hay más que una cancelación de culpa en juego. Pero, ¿acaso la prevención está en el orden del día del Gobierno?

¿Y qué pasó con el cambio climático, que parece ser un mito para Javier Milei y algunos de sus compatriotas? En un escenario donde la evidencia científica es continuamente desacreditada, hablar de prevención parece un lujo o, peor, un tema ideológico.

¿Por qué esta etiqueta de «terrorismo»?

La etiqueta de «terrorismo» es poderosa. No solo afecta la percepción pública, sino que tiene consecuencias legales y sociales. Al catalogar a la RAM de esta manera, el Gobierno no solo está desdibujando la línea entre la política y la criminalidad, sino que también está enviando un mensaje de represión. Imagina ser un mapuche en la Patagonia tuxta a ser declarado «terrorista». Acojonante.

¿Qué hay de la responsabilidad del Estado? ¿No debería ser su función proteger a todos los ciudadanos, independientemente de su origen étnico? La respuesta puede estar en la balanza de poder: quien manda, hace la historia.

Desde un punto de vista sociopolítico, esta medida se parece a un movimiento de ajedrez en un tablero en el que muchos ni si quiera tienen piezas. Las comunidades indígenas ya se sienten amenazadas. La narrativa oficial deslegitima no solo los problemas ambientales, sino también el activismo por los derechos indígenas.

Pensando en el futuro

Los incendios ecológicos son un problema que no desaparecerá ni con una solución rápida. Cada vez que leo sobre esto, me pregunto: ¿será que estamos en un ciclo repetitivo? Recuerdo una vez encontrarme con un viejo amigo, un activista ambiental, quien me dijo: “La naturaleza siempre encuentra la manera de restablecerse, pero los humanos…”. Allí me di cuenta de que la lucha no es solo por tierras, sino por un futuro en común.

Así que aquí viene la gran pregunta: ¿realmente estamos dispuestos a continuar por el mismo camino? Muchas veces, el camino de menor resistencia es el que nos lleva a la destrucción.

Ahora bien, en este momento crucial, más allá de las decisiones del Gobierno, ¿qué podemos hacer? La respuesta puede no ser fácil, pero empieza por reconocer la diversidad de voces. Debemos empezar a escuchar a los que viven y sienten la tierra que está en riesgo. Tomemos como ejemplo a los mapuches que repudian la violencia y las etiquetas. Su visión de la vida no es un ataque, sino una defensa de su hogar.

Conclusiones

La decisión del Gobierno de Milei sobre la clasificación de la RAM necesita un examen más profundo. No es solo cuestión de política; es una cuestión de justicia histórica, medioambiental y personal.

Evidentemente, hay un vacío en la comunicación y la comprensión entre el Gobierno y las comunidades indígenas. Es un momento crítico que puede definir el futuro del país y de sus recursos naturales.

Así que la pregunta final que deberíamos hacernos es: ¿quién somos los verdaderos terroristas? Los que prenden fuego a los bosques o los que, en su afán por conservar el poder, permiten que un programa medioambiental se desmorone. Quizás, como siempre, la respuesta esté más cerca de lo que pensamos, en nuestras acciones cotidianas y en nuestra disposición a escuchar.


Espero que este artículo resuene en ti como un recordatorio de la complejidad que existe en la interacción política y social. Ojalá podamos encontrar caminos hacia soluciones más equilibradas y justas. 🌍✨