En el mundo de la arqueología, donde la búsqueda de la verdad es tan sagrada como la historia misma, a veces nos encontramos con sorpresas que nos dejan boquiabiertos. Imagina por un momento que estás soñando con descubrir un antiguo artefacto y terminar tejiendo una trama que parece sacada de una película de intriga. Lo que parecía ser una investigación académica de prestigio, ha salido a la luz como un verdadero culebrón. Hoy vamos a adentrarnos en un escándalo que ha sacudido el ámbito arqueológico español en Egipto, y hay tanto que decir que podríamos llenar un túnel oculto tras las pirámides.

El diciembre que desencadenó todo

Todo comenzó en diciembre de 2011, cuando Mostafa Amin, por aquel entonces secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, recibió una carta que desató una serie de eventos tan inusuales como un gato persa intentando cazar un pez. Dentro de esta misiva se incluían «evidencias irrefutables» y un CD que supuestamente contenía pruebas de irregularidades en las excavaciones del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto (IEAE) en Luxor. ¿Quién podría haber imaginado que un simple correo podría provocar tal tempestad en el mundo académico?

La aventura del IEAE: un viaje con altibajos

Para aquellos que no estén familiarizados, el IEAE, en aquel entonces dirigido por Valentín y Teresa Bedman, contaba con dos proyectos de excavación permanente. Uno se encontraba en la venerada tumba del visir Amen-hotep Huy, y el otro en la tumba de Senenmut. Lo curioso de esta historia es que ambas excavaciones estaban financiadas por el Ministerio de Cultura español y una fundación de Melilla. Es como si el estado español hubiera decidido invertir en un capítulo de «Indiana Jones», pero con efectos secundarios.

Sin embargo, el Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto tenía reglas claras: no se puede trabajar en más de un sitio a la vez. Y ahí comenzó el primer tropiezo en este emocionante relato. ¿Qué pasa cuando uno ignora las reglas? A menudo, se recogen deudas. En este caso, la deuda era de serias acusaciones.

Denuncia de fraudes y explotation laboral

Ya en el 2011, varias becarias estaban agotadas y decidieron alzar la voz. Según informes, no solo se les había negado la devolución de dinero por un proyecto que no se llevó a cabo, sino que también denunciaron la falta de permisos por parte de los directores de las excavaciones. ¡Imagínate! Pagar por un sueño arqueológico, solo para descubrir que lo único que encontraste fue una serie de irregularidades y más complicaciones.

Una de las denunciantes se dio a la tarea de investigar a fondo la historia de estos directores de campo. Un descubrimiento revelador: Valentín era licenciado en Derecho y tenía un doctorado en Religión Egipcia… pero no en Arqueología. ¿No es un giro inesperado de la trama? Es como invitar a un chef a tu fiesta de cumpleaños, solo para que acabe cocinando bocadillos de una marca de comida para perros. Preguntas del tipo: «¿Pero así funciona esto?».

Una búsqueda más exhaustiva reveló que Teresa Bedman también afirmaba estar capacitada, pero no contaba con la documentación que corroborara su titulación. Es increíble lo que se puede aprender de una carta de denuncia. Si este tipo de sorpresas fueran menos frecuentes en la vida, el mundo del reality show sería un emocionante mundo lleno de normalidad.

Efecto dominó: testimonios que no se pueden ignorar

Para tener una idea más clara del impacto del trabajo poco ético, numerosos arqueólogos y profesionales que habían trabajado en las excavaciones comenzaron a compartir sus experiencias. Uno de ellos, un arqueólogo anónimo, denunció que un grafito en la tumba de Senenmut estaba cubierto de barniz, el resultado de una rampa de madera mal instalada. ¿No es un poco como si alguien pintara el Mona Lisa y lo cubriera con una capa de plastiquito? No brilla en su máximo esplendor, ¿cierto?

Este arqueólogo también explicó que le pidieron que reintegrara el grafito, pero se negó rotundamente. ¿Qué clase de ronda de trabajo es esa? Si solamente se trataba de proteger un patrimonio universal, ¿por qué en vez de atender su conservación, se les instaba a hacer todo lo opuesto?

Un informe que selló el destino

No solo se quedó ahí. Una arquitecta que colaboró con estas excavaciones redactó un informe alertando sobre problemas estructurales que amenazaban con hacer inhábil su trabajo. Pero, en lugar de tratar sus recomendaciones como un oro académico, les ignoraron. ¡Es como enviar un SOS desde un barco a punto de hundirse y que la respuesta sea «gracias por tu mensaje»!

Como si eso no fuera suficiente, la denuncia también incluyó casos de personal no cualificado que se encargaba de clasificaciones que requerían escrutinio técnico. Imagina a un estudiante de ciencias haciendo de mecánico de coches: (sorpresa) la cosa no va a andar.

Las redes sociales, que en aquellos días estaban en auge, se convirtieron en el campo de batalla donde se difundían las quejas. Así, imágenes de integrantes no cualificados manipulando cerámica y restos humanos llamaron la atención de las autoridades egipcias, que decidieron investigar el asunto más a fondo.

Testimonios impactantes: una voz al margen

Uno de los más destacados en esta controversia fue el periodista Luis del Palacio, quien recibió un «permiso» de poco tiempo para gestionar las excavaciones. Y aunque toda la situación sonaba a su propia película de acción, se vio obligado a abandonar por la falta de preparación. Imaginen la escena: un periodista haciendo de Indiana Jones y, de repente, se da cuenta de que le quedaba más manual de ‘Código de Arqueología’ que brújula.

Luis no se quedó callado; tras ser expulsado y liberado de la obligación de silencio, decidió hacer pública su experiencia tocando la campana de alerta. Se unió así a un coro de voces que piden que se proteja el patrimonio cultural. ¡Bien por la honestidad! El #MeToo en el mundo de la arqueología parecía empezar a tener su resonancia propia.

La lección final

Este escándalo no solo plantea interrogantes sobre la ética en la investigación científica, sino que también nos hace reflexionar sobre cómo la pasión por la arqueología y la historia puede verse puesta en peligro por ambiciones personales o incompetencias. ¿Acaso la historia no merece ser protegida y mantenida en el estado en que la encontramos?

La arqueología, en su esencia, no es solo un trabajo; es una vía de vida, un llamado a aprender del pasado para no cometer los mismos errores en el presente. Esperamos que este espinoso asunto sirva de lección para futuros investigadores y que la ética se convierta en la brújula que guíe cada excavación.

Así que la próxima vez que leas sobre un viaje al antiguo Egipto, recuerda que el verdadero patrimonio no solo está en las piedras y monumentos, sino en cómo los tratamos y respetamos. La historia tiene muchas voces, y es nuestra responsabilidad asegurarnos de que las historias se cuenten con honestidad y respeto, y no en forma de escándalo.

¿Te imaginabas que este culebrón arqueológico tendría tales giros? A veces, la realidad supera a la ficción, si no es que la historia misma es la mayor de las fábulas.