En estos tiempos en los que escándalos se apilan sobre la mesa de nuestras vidas cotidianas como si fueran platos en un buffet interminable, me pregunto: ¿hacia dónde vamos como sociedad? A menudo, me sorprendo recordando mi primer viaje en Interrail, una experiencia llena de risas, aventuras y, claro está, sorpresas inesperadas. Sin embargo, por más que me esfuerce en recordar esas memorables anécdotas, el que me marcó de manera indeleble fue uno en particular que se remonta a aquel vagón del metro en París donde un curioso personaje decidió exponer su «cultura» a mis ojos desorbitados. Pero eso es una historia para otro momento…

Ahora, centrémonos en lo que realmente importa. A través de diferentes escándalos políticos y actitudes que me dejan perpleja, he llegado a la conclusión de que se ha perdido el pudor, tanto en lo personal como en lo político. ¿Qué ha pasado con esa brújula moral que nos orienta hacia la dignidad? Y, más importante aún: ¿por qué parece que los que están en el poder han decidido ir «con la chorra fuera»?

De interrail a la vida diaria: absurdos que rayan en lo cómico

La vida tiene su forma peculiar de hacernos reír, incluso en los momentos más incómodos. Permítanme relatarles un episodio personal de mi viaje en Interrail. Estaba en el metro de París cuando, de repente, un hombre decidió que su «exposición de arte» no requería más marco que su propia gabardina. Mientras mis instintos me decían que debía gritar o, al menos, mirar al suelo, mi amiga decidió que lo mejor era reírse. Sí, así es, se lanzó a una risa desenfrenada en un idioma que ni siquiera era el suyo, dejando claro que, a pesar de la situación, éramos capaces de encontrar humor en lo ridículo.

Ese día, mientras la vergüenza ajena nos abrumaba, me di cuenta de que la gente, en ocasiones, se siente tan liberada de pudor que decide obviar todo sentido común. ¿Es posible que los políticos hayan tomado nota de esta deshinibición? Mientras la risa era nuestra única defensa ante la incomodidad, España parece atrapada en una secuencia de escándalos políticos que, más que risa, generan vergüenza y desconcierto.

El espectáculo político: ¿quién tiene la culpa?

Entrando al meollo del asunto, no podemos ignorar los escándalos constantes que nos rodean. Desde el caso Ábalos, que ha sorprendido a muchos, hasta el ya famoso título de «hechos alternativos» que emplea la ministra Alegría. ¿Acaso se nos está presentando un nuevo tipo de circo político en el que los payasos no son los que vienen con narices rojas y pelucas coloridas, sino aquellos que toman decisiones que afectan nuestras vidas a diario?

Déjenme detenerme un momento. La política debería ser un espacio para la dignidad y el respeto, pero la realidad es que a menudo se convierte en un campo de batalla donde la decencia queda completamente fuera de juego. Un aspecto notable es cómo muchas figuras públicas parecen tener un sentido del pudor tan reducido que parecen estar despojados de él.

Como bien afirmó el filósofo Aristóteles: “la incultura con poder, insensatez”. Y eso, amigos míos, parece ser una sentencia que se ajusta a la perfección al panorama actual, donde la falta de pudor y el descaro se han vuelto la norma en la esfera pública.

La doble moral del poder: entre el pudor y el escándalo

Un comentario al margen: ¿no les parece curiosa la forma en que los escándalos parecen surgir siempre a la hora menos indicada? En el contexto del caso Koldo, donde se pone en tela de juicio la ética de ciertos actores políticos, uno se pregunta si hemos llegado a un punto en que el pudor se convierte en un lujo. ¿Nos hemos vuelto tan inmunes a la vergüenza que ya no entendemos lo que es la dignidad?

La aparente falta de escrúpulos y la forma inusual en que se manejan relaciones personales en el ámbito político, como lo que algunos han denominado «las lujurias privadas» de personajes como Ábalos, es un claro reflejo de que existe una desconexión monumental entre aquellos que toman decisiones y el común de los mortales que las sufrimos. ¿El amor y el poder deberían entrelazarse? ¿O debería permanecer en el ámbito privado?

Una mirada a la ética en las relaciones de poder

Lo que muchos pasan por alto es que, en este juego, la ética también juega un papel fundamental. Savater plantea que reconocer la dignidad humana implica aceptar la libertad del otro. Aquí entra en juego la complejidad de las relaciones personales en el marco de la política. Las mujeres, en este contexto, deben ser vistas como seres de plena capacidad, y no meras víctimas de un «sistema». ¡Vaya lío!

Se podría argumentar que hay una delgada línea entre el respeto mutuo y el abuso de poder. Esta problemática se hace aún más compleja cuando consideramos las dinámicas de poder en las relaciones. Pero, lejos de ahondar en esta maraña digna de un thriller, lo que de verdad quiero señalar es que lo que subyacía en la opinión pública no era solo indignación, sino también una urgente necesidad de recuperar el pudor.

La filosofía del pudor: un regreso a la esencia

El pudor ha sido un tema recurrente en muchas culturas y filosofías a lo largo de la historia. Wendy Shalit, en su ensayo «Retorno al pudor», argumenta que el pudor es un signo de respeto, tanto por uno mismo como por los demás. Entonces, ¿por qué ha desaparecido en la vida pública? La respuesta es tan compleja como la naturaleza humana, pero una cosa es clara: el pudor no es solo una cuestión de vestimenta o actitudes, sino de reconocer la dignidad intrínseca que todos compartimos.

El pudor, como se ha discutido en diferentes contextos filosóficos, se presenta como una defensa de la intimidad y la vulnerabilidad. Sabemos que vivir sin pudor puede abrir la puerta a un sinfín de problemas éticos y sociales, donde las líneas pueden empezar a difuminarse hasta convertirse en un borrón.

¿Un retorno a la modestia como solución?

¿Qué pasaría si decidimos volver a valorar el pudor en nuestra cultura? Imaginen un mundo donde tanto los políticos como los ciudadanos optaran por un comportamiento más modesto y recatado. En lugar de hacer titubeos, ¿no sería más efectivo ofrecer un espacio para el diálogo sincero y el respeto mutuo? ¿Acaso no necesitamos un poco más de humildad y menos de cotilleo digital? Hay algo profundamente liberador en la modestia, y tal vez eso sea lo que necesitamos para elevar nuestra conversación pública.

Conclusión: un llamado a la acción

Así que, camaradas de la reflexión, ¿estamos dispuestos a seguir permitiendo que nuestros representantes políticos caminen «con la chorra fuera»? O más bien, ¿nos atreveremos a exigir un regreso a un espacio donde el pudor, la dignidad y el respeto sean los pilares de nuestra convivencia? Es fácil reírnos de los escándalos; lo complicado es apuntar hacia un cambio genuino.

Al final del día, la vida se trata de aprender de nuestros errores, y esto incluye a nuestros líderes. Quizás, tal como en aquella anécdota de París, lo que necesitamos es que aquellos que nos representan se miren en el espejo y puedan reírse de sí mismos. Pero no en un sentido despectivo, sino reconociendo que en la vulnerabilidad hay una oportunidad para crecer.

Regresando a mis reflexiones sobre el viaje en Interrail y aquel famoso encuentro en el metro, puedo afirmar que nuestra capacidad para reírnos del absurdo es una forma de supervivencia. Pero no olvidemos que, como sociedad, también necesitamos aprender a proteger nuestra dignidad y resguardar el pudor, porque al final del día, en un mundo donde todo vale, la verdadera fortaleza radica en la capacidad de ser auténticos y respetuosos. ¿Listos para hacer un cambio? ¡Vamos a por ello!