La vida en redes sociales ha creado un nuevo y complejo ecosistema en el que ser visto, comentado y compartido es, para muchos, más importante que los valores humanos fundamentales. El ejemplo más claro lo tenemos en el reciente fenómeno que ha surgido en situaciones de crisis: el conocido como “turismo de catástrofe”. Pero, ¿realmente entenderemos las implicaciones de este comportamiento? En este artículo, exploraremos las razones detrás de este fenómeno, el impacto que tiene en nuestra sociedad y cuál es nuestro papel en esta constelación de likes y comentarios.

El fenómeno del turismo de catástrofe

Este término, que podría parecer nuevo, no es más que una extensión de un comportamiento humano más antiguo: la curiosidad por lo trágico. Todos hemos estado en situaciones donde un accidente despierta el morbo de los que pasan cerca, como si estábamos en un episodio de una serie dramática. Recuerdo una vez que, volviendo a casa, un choque de coches me hizo detenerme. Allí estaban esos “turistas de la tragedia”, con sus teléfonos haciendo zoom en la escena. ¿Se habrán detenido a pensar en lo que realmente estaba ocurriendo? No lo creo. A veces, es como si necesitaran capturar la angustia ajena solo para compartirla después en su feed.

La preocupación surge cuando nos damos cuenta de que este comportamiento se ha legitimado, especialmente con la explosión de las redes sociales. Ya no se trata solo de reporteros o periodistas mostrando el mundo tal como es; ahora cualquier persona con un teléfono puede convertirse en un “influencer de la desgracia”. El impacto de esto es profundo y requiere un análisis más cuidadoso.

El papel de las redes sociales

Desde que Facebook, Twitter e Instagram entraron en nuestras vidas, hemos pasado de compartir fotos de nuestra cena a documentar eventos globales en tiempo real. Y, seamos honestos, hay algo casi intoxicante en ver que los números de vistas y likes aumentan. Pero esto ha llevado a una extraña obsesión: cada vez más personas sienten la necesidad de ser las primeras en contar una noticia, incluso si eso implica involucrarse en una tragedia.

Un estudio reciente de Unicef refleja que el 15% de los adolescentes españoles presenta síntomas de depresión graves. Y aunque quizás no sea correcto atribuir esto únicamente a la búsqueda de likes, es difícil ignorar la presión social que se siente al no recibir esa atención. ¿No da miedo pensar que hay personas que prefieren ser vistas en un contexto de desastre que no ser vistas en absoluto?

La dualidad del reconocimiento

Aquí es donde entra en juego el, a menudo mencionado, “hambre de fama”. Este deseo por el reconocimiento puede ser tóxico, y aunque nos brinda momentos de felicidad instantánea, su efecto es efímero. Nos convertimos en adictos a esos pequeños “corazones” y “me gusta” que, honestamente, no llenan el vacío que deja la falta de conexiones verdaderas.

Es fácil entender por qué hacemos esto. A lo largo de nuestras vidas, anhelamos el reconocimiento de los demás. Antes, ese reconocimiento venía de nuestros círculos cercanos: amigos, familiares, maestros. Pero ahora, con la presión de ser validados públicamente, nos encontramos en un lugar raro y un poco deprimente. ¿Cuál sería la reacción ante un “like” en el post del funeral de un ser querido? Algunos lo ven como una forma de asociarse con el dolor ajeno, mientras que otros lo consideran una aberración.

¿Dónde queda la empatía?

Podemos preguntarnos, ¿qué ha sucedido con la empatía? ¿Dónde quedó la compasión y el deseo genuino de ayudar? Si te encuentras con una tragedia, lo más humano sería ofrecer asistencia, hacer una donación, e incluso unirse a organizaciones que están trabajando in situ para ayudar a los afectados. Sin embargo, el “turismo de catástrofe” convierte a personas con buenas intenciones en meras figuras de fondo en sus propias historias.

En este mundo, el verdadero reconocimiento no proviene de una imagen viral, sino de las acciones que tomamos. Sin embargo, ¿cuántas veces hemos visto a alguien haciendo un post épico sobre cómo “ayudó” en una tragedia, cuando en realidad sólo estaba allí con su cámara? En lugar de convertirnos en héroes, terminamos siendo simples espectadores.

Imaginemos por un momento…

¿Qué pasaría si nadie se detuviera a tomar fotos y en su lugar se organizara un grupo de voluntarios para ayudar? ¿Qué aventuras de vida podríamos crear al lado de aquellos que atraviesan momentos difíciles?

Una de mis anécdotas favoritas es de un amigo que se fue a una región afectada por un desastre natural. En lugar de hacer un post humilde hablando de su generosidad, dedicó su tiempo a construir refugios y repartir alimentos. Al regresar, compartió sobre las relaciones que había creado, las lecciones aprendidas y cómo esas experiencias lo habían transformado. Sin embargo, no había fotos del doloroso proceso. Solo imágenes de sonrisas, de comunidad y esperanza. Ahí está el verdadero viaje que merece ser registrado.

El ciclo del reconocimiento y la insatisfacción

Así como un dulce puede ser satisfactorio en el momento, el reconocimiento a través de las redes sociales puede generar un ciclo de satisfacción que rápidamente se convierte en insatisfacción. La búsqueda de esos likes es similar a tomar una sobredosis de azúcar: al inicio es placentero, pero luego deja un vacío. Este ciclo se repite: buscamos más “reconocimiento” y, al no encontrarlo, recurrimos a estrategias más extremas para saciar esa “hambre de fama”.

Lo preocupante es que este comportamiento se ha normalizado hasta tal punto que, para muchas personas, el desprecio por la experiencia ajena es mínimo. Hay casos de influencers que en lugar de angustiarse por una tragedia, ven su potencial para “viralizarse”. ¿Y entonces qué? ¿Tal vez un poco de compasión se han dejado de lado en esta búsqueda frenética de atención?

El camino hacia la recuperación: ¿cómo podemos cambiar?

Si seguimos con esta narrativa, nos lleva a una reflexión crucial: ¿Es posible redirigir nuestro enfoque hacia conexiones auténticas y un verdadero deseo de ayudar? La respuesta es un sí rotundo, pero implica un cambio de mentalidad.

Primero, aprender a encontrar satisfacción en hacer el bien sin necesidad de compartirlo públicamente. Imaginen si decidimos hacer acciones altruistas sin que fueran para mostrar a otros lo que hicimos. Puede sonar simple, pero es un gran paso hacia la autenticidad.

Además, volver a nuestras raíces, donde la aprobación venía de aquellos que realmente nos conocían, puede ser un camino hacia la sanación. Supongamos que te dedicas a un hobby que te apasiona, o que decides ayudar a un vecino anciano sin esperar recompensa alguna. Recibir un abrazo sincero o una sonrisa como agradecimiento puede ser mucho más poderoso que mil likes en una red social.

¿No queda claro que la adoración fugaz de las redes sociales no llenará nunca esos espacios vacíos? Por tanto, hay que fomentar mensajes positivos en las redes sociales que resalten la importancia de la conexión humana sobre los impulsos instantáneos y superficiales.

Reflexiones finales

El “turismo de catástrofe” es un síntoma de nuestra cultura actual, que se encuentra atrapada entre la búsqueda de reconocimiento y la falta de empatía genuina. Si podemos encontrar maneras de deshacernos de esta obsesión por lo efímero y saciar nuestra hambre de fama a través de conexiones humanas auténticas, quizás podremos comenzar a curar lo que está roto en nuestra sociedad.

Después de todo, al final del día, lo que realmente importa no son los likes, sino las personas con las que compartimos nuestras vidas. Como dicen, “Lo que hacemos por nosotros mismos muere con nosotros. Lo que hicimos por otros y el mundo, queda y es inmortal”. Así que quizás deberíamos dejar los teléfonos en casa la próxima vez que decidamos ayudar y comenzar a anotar las experiencias de verdad.