Cuando escuchas sobre escándalos de pederastia, especialmente aquellos que involucran a figuras respetadas como médicos, no puedes evitar sentir que se te revuelven las entrañas. A veces, es difícil creer que en la sociedad moderna, en un ambiente que pretende ser protector y seguro para nuestros menores, todavía haya personas que se aprovechen de su poder y confianza. En este caso, el cirujano francés Joël Le Scouarnec es el protagonista de una de las historias más horrendas que podamos imaginar, y desafortunadamente para muchos, un recordatorio de que el mal también puede vestirse de bata blanca.

Un juicio que jamás debería haber llegado

A lo largo de cuatro meses, desde el 5 de marzo hasta el 16 de mayo, el Tribunal Penal de Morbihan, en Vannes, se convierte en el escenario de un juicio que ha resonado en toda Francia. 299 víctimas menores de edad, la mayoría con una media de 11 años, han sido atacadas por Le Scouarnec entre 1989 y 2014. No solo hablamos de la violación de sus derechos, sino de una serie de abusos que se llevaron a cabo en instituciones que se supone deberían proteger la vida y salud de los menores. Y, si me permites hacer una pequeña reflexión personal, me resulta profundamente doloroso pensar que algún día nuestros hijos podrían ser pacientes en un hospital donde alguien así ejerza.

A menudo me pregunto: ¿qué tipo de sistemas permiten que un carnicero de la ética como Le Scouarnec actúe durante tantos años sin ser detenido? La verdad es que la justicia, claramente, no ha estado a la altura.

Un cirujano con un oscuro secreto

La historia de Le Scouarnec no comenzó directamente en su banquillo de los acusados. Hay que retroceder a 2017, cuando tras un registro en su vivienda se encontraron diarios que detallaban sus atrocidades. Esos gruesos volúmenes son una especie de «log» macabro donde nuestro protagonista se describe como un “exhibicionista, voyeur, sádico, masoquista y pedófilo”. Por si fuera poco, se “jactaba” de ser intocable, describiendo cómo evadía a la justicia durante tres décadas. Me parece increíble cómo una persona puede sentirse orgullosa de semejantes actos. ¿Acaso no sabemos que la verdadera grandeza radica en la bondad y no en la maldad?

El monstruo y su modus operandi

La forma en que Le Scouarnec abusaba de sus víctimas es aún más escalofriante por la confianza que sus pequeñas víctimas depositaban en él como médico. En sus propias palabras, él creía tener un “poder” sobre ellos, aprovechando la vulnerabilidad que significa estar en un quirófano o en un cuarto médico. Sus abusos se llevaban a cabo durante revisiones médicas, y en quirófanos, donde los menores estaban bajo los efectos de anestesia.

Podría escribir una novela de terror con esta trama, pero la realidad supera a la ficción en este caso. Imagínate estar en la piel de uno de esos niños, completamente indefenso, mientras alguien a quien se supone debe velar por tu bienestar abusa de ti. Eso es el verdadero horror.

Deficiencias en el sistema: un problema de fondo

Además de la vileza del individuo, hay que poner el foco en el sistema que permitió que esto sucediera. Asociaciones como Solidaires y Nous Toutes se han manifestado exigiendo justicia, y con razón. La realidad es que muchas violaciones quedan impunes, y las instituciones que deberían proteger a la infancia a veces fallan estrepitosamente.

¿Es posible que todos los que pasaron por sus manos no vieran las señales? Esto plantea una pregunta crucial: ¿por qué muchos de nosotros no estamos más atentos a las vulnerabilidades de otros? Me viene a la mente una anécdota personal, en la que una vez vi a un médico comportarse extrañamente durante una revisión. Aquel día decidí no decir nada. La culpa me persigue. Si un pequeño gesto podría haber marcado una diferencia, ¿por qué no lo hice?

Un llamado a la acción

Este juicio no es solo un grito de dolor por parte de las víctimas y sus familias. Se ha convertido en un llamado a la acción para todos. La portavoz de Solidaires, Morgane Guessant, exigió que las “instituciones pongan los medios necesarios para que todo este horror acabe de una vez por todas”. Este no es solo un deseo, es una necesidad del siglo XXI. Sabemos que el sistema sanitario tiene fallos, pero cerrar los ojos no es una opción.

Como sociedad, debemos reflexionar profundamente sobre cómo protegemos a nuestros más vulnerables. ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para asegurar que estas atrocidades no se repitan? Quizás involucrarnos más, apoyar a las organizaciones que trabajan en pro de la protección infantil, o simplemente, educar a nuestros hijos sobre la importancia de hablar y ser escuchados.

La voz de las víctimas

Un padre desgarrado clamó en el tribunal por justicia para su hijo Mathis, quien se suicidó años después de haber sido víctima de Le Scouarnec. “Quiero que él reconozca lo que ha hecho y que pague por ello,” dijo, con lágrimas en los ojos. Su dolor resuena en un clamor colectivo por reconocer el efecto a largo plazo del abuso sexual en la vida de una víctima.

Las estadísticas son inquietantes: el número de víctimas que sufren secuelas psicológicas tras abusos es alarmante. Muchos de ellos se convierten en adultos con problemas emocionales, dificultades para establecer relaciones sanas, y lo que es peor, en algunos casos, continúan con el ciclo del abuso de modos que se reflejan en sus propias vidas.

La mirada hacia el futuro

Este juicio no solo pretende enjuiciar a un hombre, sino abrir una serie de interrogantes sobre el respeto y la protección que merecen los menores. Un veredicto se espera para el 6 de junio, pero más allá de la sentencia, queda la enorme tarea de reconstruir un sistema que ha fallado a sus pacientes más frágiles.

La realidad es que cada uno de nosotros puede ser un agente de cambio. Tal vez no seas el próximo defensor de la infancia, pero pequeñas acciones, como compartir información, educar a otros y no silenciar lo que parece incorrecto, siempre hacen una diferencia.

Conclusión: el poder de la voz

Al final, el juicio de Le Scouarnec es un recordatorio sombrío de lo que puede suceder cuando el poder se convierte en abuso. Nos invita no solo a reflexionar, sino a actuar. Debemos ser la voz de los que no pueden hablar por sí mismos, porque, después de todo, no se trata solo de justicia, se trata de humanidad.

Y tú, qué piensas de toda esta situación. ¿Cómo crees que podemos cambiar las cosas? Te invito a compartir tus pensamientos, porque al final, cada palabra cuenta y puede ser el inicio del cambio.