¿Alguna vez te has encontrado atrapado en una conversación incómoda, deseando con todas tus fuerzas que alguien más marito el cuchillo en el centro de la mesa? Bueno, imagina estar en medio del océano, en una balsa de 12×7 metros, sin escape, ni Wi-Fi, ni siquiera una botella de vino para amenizar la tensión. Esa fue la realidad de 11 personas en los años 70, bajo la dirección del antropólogo Santiago Genovés, quien soñó con responder a una de las preguntas más importantes de la humanidad: “¿Podemos vivir sin guerras?”.
Lo que comenzó como un experimento sociológico se transformó en un episodio digno de un reality show de la década del 70, aunque con mucho menos glamour y sin la opción de irse a casa cuando las cosas se volvían incómodas. Te invito a zambullirte en esta travesía de 101 días por el océano Atlántico, donde las emociones, tensiones y un poco de locura fueron los verdaderos protagonistas.
La travesía de Acali: de las Islas Canarias a México
Para entender el «Proyecto Paz», debemos viajar a mayo de 1973, cuando la balsa Acali zarpó del Puerto de la Luz en Las Palmas de Gran Canaria. Genovés, un nativo de Ourense que había vivido la guerra en su juventud, decidió reunir un grupo diverso de desconocidos. Seis mujeres y cinco hombres, todos sin experiencia previa en navegación y con pasados personales tan variados que habrían dado para un buen drama. El viaje prometía ser una mezcla explosiva de experiencias, emociones y, tal vez, hasta un poco de romance.
¿Valientes o conejillos de indias?
Si te parece que esta situación se asemeja más a un reality show que a un experimento científico, no estás equivocado. Genovés publicitó su proyecto en periódicos internacionales, buscando a «diez valientes desconocidos». Se requirió que los voluntarios fueran hombres y mujeres jóvenes, preferiblemente casados pero sin sus parejas a bordo, y que estuvieran dispuestos a dejarlo todo por un viaje inesperado. Algunos buscaban escapar de situaciones difíciles; otros simplemente querían una aventura.
Entre la tripulación había de todo: un sacerdote de Angola, una camarera de Alaska, una buceadora francesa y un fotógrafo japonés. ¿Qué podría salir mal con un equipo tan diverso? Aparentemente, solo la comida, el espacio personal y el baño. Hablaremos de eso más adelante, pero primero, volvamos a aquellos días soleados en el océano.
Conflictos en alta mar: más allá de las olas
Genovés estaba desesperado por encontrar un espacio controlado donde observar comportamientos humanos en condiciones extremas. Pero, ¿realmente se puede crear una sociedad pacífica encerrando a 11 personas en una pequeña balsa? Las tensiones comenzaron a surgir más pronto que tarde. Aunque al principio los conflictos fueron menores, las fricciones se fueron intensificando al pasar los días. ¡Y no es de extrañar! Imagínate compartir un cuarto de 12 metros cuadrados con 10 personas extrañas, sin la posibilidad de salir a tomar aire fresco.
Y aquí viene la parte más divertida; algún miembro de la tripulación comenzó a fantasear con derrocar al líder del experimento —el mismo Genovés— en un acto que podría haber sido un libreto de comedia oscura. En declaraciones posteriores, se reveló que algunos pensaron en «dejarlo caer» por la borda, una idea tan astuta que ni siquiera hubiera sido necesario un «plan de escape». Solo imagina las conversaciones que debieron darse al respecto: «Oye, ¿has visto cómo me miró? ¡Quizá deberíamos iniciar un plan para antagonizarnos por las olas!»
La relación entre sexo y agresión: ¿Realidad o ficción?
La prensa no tardó en adjudicarle un apodo más subido de tono al experimento, llamándola la «Balsa del Sexo». Ciertamente, la idea de diez jóvenes, apiñados, solitarios y con problemas de privacidad en medio del océano resultaba irresistible. ¿Hubo alguna conexión romántica entre ellos? ¿Estaban al borde de un escarceo amoroso? La realidad era diferente.
Aunque los rumores abundaban, la verdad de la vida a bordo de Acali era bastante menos emocionante. Con un espacio tan reducido, las relaciones «íntimas» se convirtieron en algo prácticamente imposible. Tal como lo expresó José María Montero, uno de los antropólogos participantes: «No fue lo que la gente se imaginó.» La intimidad era prácticamente inexistente, y los constantes turnos de guardia no permitían mucho espacio para dobles sentidos.
Una mirada científica a la convivencia
Más allá del morbo, Genovés utilizaba su viaje para analizar cómo las personas manejan el conflicto en un entorno cerrado. Con el ojo de un antropólogo, sus observaciones abarcaban desde la dinámica social de su grupo hasta cómo influían las oleadas de emociones. Genovés pensaba que su experimento podía arrojar luz sobre nuestra naturaleza humana y el origen de los conflictos.
Por supuesto, la ciencia nunca es un camino recto. A pesar de las expectativas, lo que se encontró más tarde fue que el verdadero antagonismo no provenía de la tripulación, sino de un tiburón; un giro irónico muy digno de Jaws.
¿Un experimento fallido?
A medida que los días se convertían en semanas, Genovés se divertía haciendo notas e informes sobre su grupo, todos los cuales se encuentran excesivamente cargados de anticipación. A pesar de que no estallaron riñas significativas —excepto por el momento en que un tiburón apareció como el verdadero villano de la historia— el resultado del experimento fue agridulce. Seguirían discutiendo sobre si su proyecto alcanzó el objetivo real o no. Al final, la balsa Acali llegó a México, pero Genovés nunca logró una respuesta clara a su enigma.
Reflexiones finales: el legado de Acali
Al cumplir su travesía, Genovés y sus tripulantes pasaron por evaluaciones médicas y psicológicas antes de regresar a sus vidas; algunos seguirían hablando del experimento por años. En sus reflexiones, el antropólogo admitió que el único que mostró signos de agresividad fue él mismo. Quizás es un recordatorio de cómo, a pesar de nuestras intenciones, el viaje de la humanidad hacia la paz es lento y complicado.
En un mundo donde nos encontramos atrapados entre opiniones conflictivas y diferencias culturales, Acali se convierte en una metáfora de la posibilidad de vivir en armonía, con todo y tiburones acechantes.
¿Podemos vivir sin guerras? Tal vez la respuesta no esté en la balsa, sino en nuestra disposición a entender y convivir en la diversidad. Si lo piensas, en realidad es un reto que enfrentamos en nuestra vida cotidiana, solo que, por fortuna, tenemos más espacio para respirar. Como dice el dicho: «Mejor compañeros en la tierra que enemigos en el océano». Sin embargo, si alguna vez decides hacer una travesía similar, asegúrate de llevar al menos una botella de vino y, por Dios, un rascador de espalda. ¡Nunca se sabe!
En esta época de discotecas y redes sociales, la vida de los integrantes de la balsa Acali refleja las dinámicas humanas en su forma más cruda. La risa, los desacuerdos y la lucha por encontrar un espacio personal son elementos que nos definen. Quizás no hay respuestas fáciles respecto a cómo vivir sin guerras, pero si hemos aprendido algo de Santiago Genovés, es que, entre el amor y la irritación, hay un viaje en alta mar que vale la pena explorar.