La historia de un barrio es mucho más que sus calles y edificios; es el eco de las risas de la infancia, el lamento de las luchas comunitarias y, a menudo, un reflejo de las transformaciones sociales que hemos vivido como sociedad. Moratalaz, un barrio del este de Madrid, es uno de esos lugares que, como una cápsula del tiempo, encierra las vivencias de varias generaciones y sus aspiraciones. En este artículo, exploraremos el conmovedor relato que Silvia Nanclares comparte en su libro Nunca voló tan alto tu televisor, donde cada palabra resuena con las luchas y esperanzas de quienes han llamado a Moratalaz su hogar.

Cuando las palabras conllevan una historia

Empecemos con un recuerdo personal. Siempre que pienso en Moratalaz, me viene a la mente el viento soplando entre los bloques de apartamentos, cargado de risas de niños que jugaban en las aceras. Hace unos años, visité a un viejo amigo que vivió allí. Tenía un pequeño balcón con vista a un enorme árbol que parecía tener su propia historia que contar. Nos sentamos en ese balcón, recordando anécdotas de la infancia. «¿Recuerdas aquella vez que intentamos construir una casa en el árbol?» me preguntó, mientras ambos reíamos de la locura que era. Nuestras historias no eran solo nuestras; eran parte de una narrativa más grande, una que se entrelaza con la historia de Moratalaz.

Un barrio marcado por la historia

En su libro, Silvia Nanclares nos traslada a 1976, momento en el cual la vida cotidiana en Moratalaz estaba plagada de carencias y luchas. «Las manifestaciones de los vecinos eran comunes», escribe. En una era donde el poder adquisitivo se mantenía raquítico, era común escuchar gritos por mejores colegios, transporte y por zonas verdes. Las merceditas de las madres acumulaban polvo mientras sus corazones estaban cargados de la esperanza de un futuro mejor para sus hijos.

La autora menciona a Urbis, la inmobiliaria responsable de gran parte de la construcción en el barrio, cuya presencia es emblemática de un régimen que construía más viviendas sin pensar en las necesidades de la comunidad. Pero, para aquellos que vivieron en Moratalaz, la lucha vecinal fue la que verdaderamente construyó el barrio. Una guerra constante contra la deshumanización que a menudo acompaña a la urbanización masiva.

La lucha comunitaria: un movimiento que transforma

La resiliencia de los residentes de Moratalaz es admirable. Me acuerdo de una vez que mi madre, en sus días como presidenta de la junta de padres de la escuela, organizó una reunión para reclamar mejoras en las instalaciones educativas. Nunca olvidaré el fuego en sus ojos mientras hablaba sobre la importancia de crear un espacio donde los niños pudieran aprender y crecer. ¿Y quién dice que las mamás no son guerreras?

Nanclares nos muestra cómo, aunque con fondos limitados, el espíritu de lucha de la comunidad prevalecía. “El vecindario se opuso a más construcciones”, cuenta. Aquellos vecinos sabían que un barrio es mucho más que ladrillos y cemento; es un espacio donde los recuerdos y las conexiones humanas cobran vida.

La importancia de la educación: un cambio de paradigma

La autora también explora el cambio en la concepción de la educación en España durante la Transición. Antes, el sistema educativo se centraba en un modelo memorístico, pero pronto se dio paso a una nueva era donde los docentes comenzaron a forjar un vínculo con la educación como herramienta de emancipación. «Hubo profesoras que entendieron la educación como evangelización laica», subraya Nanclares.

Tuve la suerte de tener algunos profesores que me inspiraron en mis días de escuela. Recuerdo a uno que siempre decía: «La educación es el pasaporte hacia el futuro». No solo eran palabras; era una filosofía de vida. En Moratalaz, como en otros barrios, las escuelas se constituyeron en el corazón del cambio social.

El impacto del entretenimiento: un reflejo de la sociedad

El libro también menciona a la famosa torre de telecomunicaciones, el Pirulí, un icono de Madrid que apareció en el horizonte de muchos hogares. Era un símbolo de esperanza y modernidad, un faro en la vida de aquellos que miraban hacia el futuro con ilusión. Para muchos, era «una nave nodriza», como dice Nanclares. Mi primer recuerdo de ver una televisión en casa fue fascinante. ¿Acaso hay algo tan mágico como esa conexión a mundos lejanos desde la comodidad de un sofá?

La televisión, aunque llamada «la caja tonta» por muchos adultos, creó un sentido de comunidad. Las familias se sentaban juntas para ver las novedades, conectando a las personas más allá de sus diferencias. “La tele nos hizo tener una vida”, reflexiona Nanclares, y no puedo estar más de acuerdo.

La cultura como herramienta de emancipación

Nanclares profundiza en la importancia de la cultura en la lucha por los derechos. En aquellos días, había una guerra por fomentar la lectura y el acceso a la cultura. «Las bibliotecas fueron mi salvación», dice. Esto resuena en mí. Recuerdo pasar horas explorando el rincón de libros en la biblioteca de mi barrio, soñando con aventuras que vivían más allá de las páginas. La literatura no solo era un pasatiempo; era una ventana a nuevas posibilidades.

Como bien dice la escritora, “una conquista”. En Moratalaz, las bibliotecas no eran solo un lugar para tomar prestados libros, eran santuarios de conocimiento y comunidad. La cultura se convertía en un derecho, y las campañas de lectura eran herramientas para empoderar a generaciones.

Reflexiones sobre el cambio y el neoliberalismo

En la conversación sobre Moratalaz, no podemos pasar por alto el impacto del neoliberalismo que llegó con la llegada de los años 80. Había un sentimiento de haber llegado, de que todo estaba resuelto, y eso llevó a muchas personas a alejarse de las luchas comunitarias. “¿Por qué debería preocuparme por los problemas del barrio si ahora tengo un piso nuevo?”, podría haber sido el pensamiento predominante.

El caso de Maribel, un personaje del libro, se convierte en un símbolo de esta lucha intergeneracional. «Vengo de una familia popular, he estado luchando por el colegio de mis hijos», expresa en un momento de conflicto interno. Es un reflejo de cómo a menudo priorizamos el éxito personal sobre el bienestar comunitario, un dilema que muchos hemos enfrentado en nuestras propias vidas.

Las mujeres en la sombra: las madres de la democracia

Un aspecto que me impactó profundamente fue cómo Nanclares reconoce a las «Madres de la Democracia». Estas mujeres, que a menudo fueron invisibilizadas, desempeñaron un papel crucial en las reivindicaciones sociales y educativas de la época. “Eran las que lucharon por las guarderías, las que estaban en la puerta de los coles”, dice la autora.

En un mundo donde los narradores suelen ser hombres, es esencial recordar y honrar el papel que las mujeres han jugado en la construcción de nuestras comunidades. ¿Cuántas veces hemos olvidado agradecerles por su arduo trabajo y sus sacrificios? Si las comunidades son fuertes, es en gran parte gracias a ellas.

Conclusión: el futuro de Moratalaz y la memoria colectiva

Al cerrar este capítulo sobre Moratalaz, nos encontramos ante una serie de preguntas: ¿Cómo recordamos la lucha por nuestras comunidades? ¿Dejaremos que las nuevas generaciones olviden el sacrificio de quienes vinieron antes? Al caminar por las calles de Moratalaz, un barrio que ha evolucionado con el tiempo, uno no puede evitar sentir un profundo respeto por aquellos que lucharon para crearlo.

El legado de Silvia Nanclares en Nunca voló tan alto tu televisor es un recordatorio poderoso de que la historia de un lugar se teje con las experiencias compartidas de su gente. Y hoy, mientras miramos hacia el futuro, debemos continuar luchando por nuestros barrios, por la comunidad y por la cultura, recordando que, al final, todos somos parte de una misma historia.

Así que, la próxima vez que camines por un barrio, recuerda: estás pisando más que solo suelo; estás caminando por las historias de aquellos que han luchado para que lo que hoy damos por sentado, pudiera ser una realidad.