En tiempos convulsos, donde la línea entre el entretenimiento y la propaganda parece desdibujarse, El hijo del siglo, la adaptación de la novela de Antonio Scurati que ha tomado forma en la plataforma SkyShowtime, llega como un cóctel explosivo. Si te preguntas cómo este proyecto ha logrado generar tanto revuelo, permíteme acoger a tus sentidos en un viaje cargado de análisis, humor y una pizca de anécdotas personales. Empecemos por explorar la esencia de la serie y lo que implica en nuestra actual realidad social y política.
La polémica inicial: ¿El arte debe ser responsable?
Desde el primer episodio, la serie establece un tono que invita a la controversia. La premisa, asumida por muchas voces críticas, es que El hijo del siglo podría inspirar tanto a los jóvenes como a los adultos a ver el fascismo bajo una luz casi romántica. Leticia Dolera y Boris Izaguirre, quienes recientemente compartieron sus impresiones en un debate de Movistar, argumentan que la serie no menciona explícitamente las atrocidades de la prostitución ni del fascismo, lo que podría interpretarse como una laguna moral. Entonces, surge una pregunta clave: ¿Debería el entretenimiento tener la responsabilidad de educar sobre la historia, o su función es simplemente entretener?
Desde mi perspectiva, es un delicado equilibrio. Recuerdo un documental que vi sobre la Segunda Guerra Mundial que, a pesar de ser increíblemente informativo, dejó a una generación de jóvenes desatentos porque lo presentaba de una manera excesivamente técnica. Al final, el arte debe provocar reflexión y diálogo, y El hijo del siglo intenta hacer precisamente eso, aunque su ejecución puede ser discutible.
La producción detrás de la locura
El director Joe Wright, junto con la supervisión de Paolo Sorrentino y Pablo Larraín, ha creado un escenario visual que se siente como un cruce entre un musical épico y una fiesta rave de principios de los 2000. La elección de Tom Rowlands, miembro de The Chemical Brothers, para la banda sonora es un guiño impresionante a esa narrativa desenfrenada que rodea a Mussolini.
Imagínatelo: un tirano que se presenta como una celebridad pop, hablando a la cámara con mensajes cautivadores sobre la patria y el amor. «¿Ve a su alrededor? ¡Seguimos aquí!”, declama Mussolini, y, en ese momento, puedes casi oír a un DJ pinchando un ritmo pegajoso mientras eligiendo tu trago en el bar, como si el fascismo fuese solo otra tendencia pasajera.
Sin embargo, al igual que mis intentos de darle sentido a las tendencias de moda de los 90 (¿quién no ha tenido esos horribles pantalones de campana?), la serie puede parecer superficial. Claro, los efectos visuales son impresionantes, pero, ¿hasta qué punto estamos dejando que la estética eclipse el mensaje?
La crítica a la interpretación de Mussolini
Uno de los aspectos más llamativos de esta serie es, sin duda, la interpretación de Luca Marinelli como Mussolini. Aunque su forma de hablar encarna al dictador, su cabello pelado parece una ‘calva artificial’ en algunas escenas. La manera en que la serie ha decidido presentar a Mussolini, comparándolo con personajes icónicos como Willy Wonka, es un enfoque que, en algunos tramos, resulta como si estuviésemos viendo a un mal personaje de cuento de hadas.
¿Puede realmente alguien ver a Mussolini como un «bueno» después de haber vivido la historia de su régimen? No pretendo ser un historiador aquí, pero vamos, si para mí, la imagen más cercana que tengo de él proviene de su figura caricaturesca, ¡ni se me ocurre pensar en que esa imagen podría ser admirativa!
La construcción de un relato interesantemente peligroso
La serie toma riesgos al presentar una visión romanticizada del ascenso del fascismo, en un contexto que puede parecer cada vez más atractivo para cierta parte de la sociedad actual, donde las redes sociales y las plataformas crean un ciclo de información que puede ser peligroso. Musitar temas como “vida, amor, patria” puede, ya sea de manera intencionada o no, conectar con el descontento presente en la juventud de hoy, quienes buscan respuestas a sus frustraciones.
Recuerdo cuando era joven y escuchaba a ciertos cantantes de rock que se referían a sus turbulentos pasados, y cómo esos relatos resonaban conmigo. De alguna manera, la música podía ser un grito de rebelión. Pero, nuevamente, ¿hasta qué punto estamos permitiendo que estos relatos operen como vehículos para ideologías dañinas?
Además, esta serie pone adelante la idea de que el discurso político está plagado de contradicciones, lo que no es del todo falso. “¿Hablas de la unión y la diversidad, mientras hablas de separación y odio?” Por ejemplo, estos son temas que vemos día a día en los debates contemporáneos. La habilidad de Mussolini para enredar en sus propios discursos debería ser una advertencia constante a todos nosotros.
Entre el espectáculo y la educación
La crítica a El hijo del siglo se siente como un debate maduro en el que muchos rasgos humanos surgen. La serie tiene un enfoque divertido y caótico. Por un lado, hay música vibrante, entretenimiento y, en su esencia, un festín visual. Pero, por el otro, se siente una incomodidad en la representación de la historia. Al fin y al cabo, reír y aprender sobre temas tan contundentes como el fascismo podría parecer trivializar la violencia y el sufrimiento que ese régimen trajo al mundo.
Es cierto que, como espectadores, disfrutamos de las interpretaciones gráficas y el ritmo dinámico de la serie, pero al final del día, encontramos que podemos distanciarnos de una realidad histórica que es todo menos divertida. Las palabras de Mussolini, algunas veces hilarantes, se convierten en advertencias en medio de un espectáculo.
Apuesto a que muchos espectadores se preguntan: “¿Es esto un homenaje que busca entender, o es una simple trivialización de una historia oscura?” La respuesta probablemente varía de persona a persona, y este es el dilema que El hijo del siglo nos deja a todos.
Reflexiones finales: ¿qué futuro nos espera?
Con una primera temporada que termina en 1925, esta serie nos deja en un punto culminante, donde Mussolini alcanza el poder. Pero, cuando miras hacia atrás en la historia, te preguntas: ¿puede la repetición de los errores del pasado ser evitada? Serie tras serie, vemos cómo, a menudo, las generaciones se enfrentan a las mismas razones por las que el extremismo logra captar la atención de las masas.
Para muchos de nosotros, el fascismo se siente como un eco del pasado, aunque, en tiempos recientes, cada vez más personas parecen elevar sus voces en apoyo a ideologías que creíamos olvidadas. La serie y su presentación espectacular o ficticia pueden hacer que algunos jóvenes estadounidenses sintonizen con Mussolini como si él fuese solo otro influencer, una figura que evoca «poder» y «liderazgo».
Así que, a medida que sigas viendo El hijo del siglo, tal vez te plantees la intersección entre entertainment y responsabilidad. Esta serie no solo es un espectáculo; es un recordatorio de que la historia a menudo se repite si no se escucha y se aprende de las voces del pasado. Además, recuerda ese momento incómodo en el que te diste cuenta de que los fascistas también pueden bailar. ¿No es eso para pensarlo dos veces?
Y tú, ¿qué opinas? ¿Es un espectáculo educativo o una trivialización de una historia oscura?