La corrupción es un tema que ha estado en la primera plana de los periódicos durante tantos años que, francamente, parece haber logrado una residencia permanente en nuestros corazones (y nuestras conversaciones). ¿Pero qué es exactamente la corrupción en España y por qué parece tener un lugar privilegiado en la cultura popular? Vamos a explorar este fenómeno, desde sus orígenes hasta su manifestación contemporánea, todo con un tono ameno y un poco de humor, porque después de todo, ¿quién no necesita una buena risa mientras habla de corrupción?
La corrupción: un fenómeno nacional
Primero, hablemos de lo obvio: la corrupción en España es casi como el jamón ibérico: está en todas partes y parece que no podemos vivir sin ella. Y si hay algo que he aprendido, es que no hay nada tan español como hablar (o quejarse) sobre la corrupción. Recuerdo la primera vez que escuché a mi abuelo, un hombre que ha vivido tanto que podría contar historias de la Guerra Civil mientras mastica su chicle, hablando de escándalos de corrupción. Yo era solo un crío y pensaba: “¿Por qué hablas de esto, abuelo? ¡Los personajes en la tele son más interesantes!”. Ahora, años después, entiendo que la corrupción es como ese chicle: está pegajoso, nunca desaparece y sigue volviendo.
En el transcurso de los años, hemos tenido bandas de picarones, políticos dubitativos y casos de corrupción como el famoso Caso Gürtel, que se ha mencionado más veces que la famosa frase “¡Me cago en la leche!”. Punto para los que se sienten orgullosos de esta metáfora nacional. Peces gordos, por cierto, que escaparon del gancho. ¿No es irónico que, a pesar de todo el escándalo, el país en su conjunto aún tenga una preocupación moderada? La gente vota, a menudo a regañadientes, porque tal vez sientan que es su único recurso.
De héroes a villanos: la dualidad hispánica
La idea de personajes corruptos y héroes incorruptibles no es nueva. ¡Ah! La eterna batalla entre lo bueno y lo malo, donde los pícaros y los incorruptos parece que se intercambian lugares como si de un juego de sillas musicales se tratase. En este sentido, podemos relacionar nuestra historia con la famosa obra de Harold Pinter, El montaplatos: una obra que nos presenta a dos gángsters atrapados en un sótano, incómodos entre sí mientras enfrentan la amenaza del montaplatos, que puede ser un símbolo de la corrupción que nunca desaparece. Me pregunto, ¿quién no se ha sentido atrapado en un sótano de este tipo, esperando que el montaplatos decida de una vez por todas su destino?
Pero, volviendo al tema, siempre hemos tenido a nuestros pícaros. Rinconete y Cortadillo, Lazarillo de Tormes y tantos otros personajes, reflejaban una sociedad que, a pesar de todo, encontró en la picardía y el ingenio una manera de sobrevivir. ¿Acaso no es vergonzoso que los más vulnerables a menudo son los que sufren las consecuencias de este sistema corrupto? La picaresca ha sido parte de nuestra cultura, un reflejo de cómo los que tienen menos a menudo deben hacer pliés hacia un sistema donde el “toma y daca” es la norma.
La corrupción como un arte
Algunos incluso dirían que la corrupción es un arte en España. Un arte que los políticos parecen dominar con una facilidad inquietante, cada uno con su técnica particular, desde sobornos hasta complicidades incomprensibles. ¿Y qué hay de esos infames debates en el Parlamento, donde un diputado señala al otro con un tono casi poético: “¡Pero tú más!”, mientras el otro aúlla de vuelta, redoblando el ataque? Oh, qué espectáculo. Me encanta cómo estas escenas se convierten en un meme viviente en las redes sociales.
Vivimos en una lucha constante, entre el deseo de honestidad y la tendencia a normalizar la corrupción. La cultura de la corrupción se entrelaza con nuestro ser, es como el aliado invisible que siempre está ahí. ¿No seremos nosotros, los ciudadanos, quienes también contribuimos a este ciclo? Tal vez. Pero entonces, ¿cómo romper con esta cultura de complicidad y resignación?
El papel de los medios de comunicación
Y a este respecto, no podemos olvidar el papel de los medios de comunicación. Los ‘periodistas’ son los héroes anónimos de esta historia, a menudo enfrentando riesgos personales por desenmascarar la corrupción. En un mundo donde la verdad a menudo se ve sustituida por la desinformación, es refrescante ver a algunos periodistas luchando contra viento y marea para exponer los escándalos. Me imagino a esos periodistas con sus notas en mano, como verdaderos guerreros de la información, dispuestos a combatiendo dragones de la deshonestidad.
Sin embargo, a menudo se encuentran ante un dilema moral. ¿Pueden hacer que la corrupción sea noticia sin caer en el chisme y el sensacionalismo? Aquí es donde entra en juego la ética periodística. Se espera que los medios sirvan como baluarte de la verdad, pero cada vez más, hay quienes sienten que están más interesados en vender titulares que en informar. Hablando de titulares, mencionemos el uso de palabras llamativas que conquistan al lector promedio, que a menudo se siente más atraído por el escándalo que por las verdades incómodas. Aquí todos somos cómplices.
Un vistazo a la política actual
Si miramos hacia la política actual, no es difícil encontrar una mezcla de escándalos y promesas vacías. La sociedad parece estar en una especie de ciclo vicioso, donde cada escándalo provoca indignación durante unos días, tal vez semanas, antes de que la atención se desplace hacia el siguiente escándalo. Después de todo, ¿quién no se ha olvidado ya del último escándalo que nos causó espanto? Mejor no recordar la última vez que me enfadé viendo las noticias.
Como señala una famosa viñeta, parece que el PSOE y el PP están atrapados en una lucha sin fin, donde cada uno intenta tirar del otro en la arena de la corrupción. Lo gracioso es que, a pesar de las acusaciones, ambos partidos parecen olvidarse rápidamente de sus promesas, mientras el escándalo se apodera de nuestras vidas. Una especie de malsano juego de la silla donde los jugadores van cambiando, pero el chisme permanece.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Ahora, ¿qué podemos hacer nosotros, los ciudadanos comunes, ante este fenómeno tan peculiar? Al final del día, muchas veces nos podemos sentir impotentes frente a la grandeza del problema, como en El montaplatos, donde los personajes parecen no tener control sobre su destino. Sin embargo, nosotros sí. Cada vez que votamos, cada vez que exigimos transparencia, estamos haciendo nuestra parte. No se trata solo de quejarse, se trata de integrarse y ser parte del cambio.
Quizás la clave esté en exigir más a nuestros líderes. Antes de que un político pueda escapar con un acto de corrupción, la sociedad necesita tener la confianza y el poder para exigir respuestas. Y, aunque pueda parecer un sueño utópico, empezar a jugar con el sistema puede ser nuestra mejor herramienta. Cada vez que noticias de escándalo emergen, es nuestra oportunidad para tomar acción.
Una nación de pícaros y santos
Al final del día, España es una nación que parece tener un pie en cada lado: pícaros y santos. Esta dualidad nos hace únicos, pero también nos coloca en una encrucijada. Puede que nunca lleguemos a erradicar la corrupción por completo, pero quizás podamos, al menos, hacerlo un poco más difícil. Después de todo, ¿no es eso lo que hacemos todos los días?
Así que la próxima vez que te sentados a hablar con amigos sobre el último escándalo, tal vez podrías tomarte un momento para reflexionar sobre cómo podemos todos contribuir a cambiar la situación. La corrupción puede llenar las páginas de los periódicos, pero con un poco de determinación, podemos trabajar juntos para transformarnos en un país donde los incorruptibles sean celebrados y la picaresca minimizada.
Espero que este recorrido por la peculiar historia de la corrupción en nuestro país te haya sacado una sonrisa, o al menos que haya dado espacio a la reflexión. Porque al final, si no podemos reírnos de las ironías de la vida, ¿qué nos queda? ¡A seguir luchando!