En 2024, se cumplirán 60 años desde que España comenzó su andanza hacia la integración en la Comunidad Económica Europea (CEE). Un viaje lleno de obstáculos, tensiones políticas y, por supuesto, mucha historia. A menudo, en la narrativa histórica, se olvidan las voces humanas detrás de los eventos, esas personas que fueron testigos de un proceso que cambiaría el destino de un país. Pero antes de que comencemos este recorrido, permíteme preguntarte: ¿alguna vez has sentido que el destino de tu vida se jugaba en un tira y afloja político?

Viajemos al pasado, a 1964, un año que marcó el inicio de este complejo viaje. Cuentan las crónicas que, en ese entonces, la CEE se encontraba en una encrucijada. En medio de negociaciones inciertas, España quería ser parte del juego, aunque en un contexto dictatorial bajo el gobierno de Francisco Franco. En realidad, su solicitud fue recibida con más silencio administrativo que una frisadora en una clínica dental.

El silencio administrativo y sus ecos

Pero, ¿qué era lo que realmente pasaba tras la cortina? El Ministro de Asuntos Exteriores de Franco, Fernando María Castiella, mandó una carta a la CEE solicitando abrir negociaciones hacia una asociación que, idealmente, podría culminar en una plena integración. Para entender el impacto de esto, imagina que decides hacer una solicitud para unirte a un grupo exclusivo, pero te ignoraran sistemáticamente. ¿No te sentirías un poco menospreciado? En la comunidad internacional de la época, así se sentía España.

Los eventos dentro de España durante 1962, tales como la brutal represión de la huelga de los mineros en Asturias y la ejecución de Julián Grimau, un líder comunista, jugaron un papel crucial. La percepción internacional de Franco no era precisamente la de un demócrata; más bien, se asemejaba a una mala comedia de enredos donde el protagonista simplemente no sabe cuándo retirarse. “Una candidatura poco simpática”, así lo catalogaría el socialista Fernand Louis Dehousse en el Senado belga.

Los titanes europeos y el dilema español

La decisión de abrir negociaciones no era solo cuestión de cortesías políticas, sino que conllevaba una serie de implicaciones geográficas, económicas y —quizás lo más importante— políticas. La Asamblea Parlamentaria de la CEE, bajo la dirección de Willy Birkelbach, expuso que para que España pudiera ingresar, debía demostrar una forma democrática de gobierno. Es como si le dijeras a tu amigo que solo puedes asistir a su fiesta si llevas un sombrero de payaso. En este caso, los “sombreros” eran muchas veces invisibles y, sin embargo, eran absolutamente necesarios.

Hasta que no se reformaron en Europa las condiciones que requerían un mínimo de democracia, la entrada de España siguió caminando en círculos. Franco, ignorando por completo las condiciones del informe de la CEE, decidió que el enfoque de su gobierno debería ser el económico, como si el dinero pudiera comprar el respeto y la dignidad que tanto se requerían.

Un nuevo viento soplando

Sin embargo, la historia tiene una forma curiosa de avanzar, ¿no crees? Datos interesantes de este periodo nos muestran que en 1961, el 60% de las exportaciones españolas estaban dirigidas a países de la CEE. Esto sí que son cifras que invitan a pensar que había un interés mutuo, a pesar de las diferencias políticas. Cuando el embajador español en Bruselas, Carlos de Miranda, se volvió a dirigir a la CEE en 1964, su misiva era un cóctel de optimismo y desesperación. “Mi país ha llevado con éxito los objetivos del Plan de Estabilización”, proclamó, como si el simple hecho de escribirlo pudiera traer la aceptación.

Y, sorpresa, el 7 de marzo, la CEE no se opuso categóricamente a la solicitud. ¡Vaya! Era como si un grupo de amigos estuviera debatiendo si invitarte a la fiesta y, sin querer, te acabaran diciendo que podrías tal vez ir. Pero este avance, aunque estaba allí, estaba lleno de ambigüedades.

Dinero y política: un matrimonio incómodo

Fast forward a 1964, el belicismo de la guerra fría comenzaba a entremezclarse con las decisiones políticas en Europa. Exactamente a lo que hacía referencia el título, dinero y política iban de la mano y, sorprendentemente, ambos estaban siendo influenciados por la CIA. Se ha conocido que, en un giro inesperado, altos funcionarios europeos, entre ellos Paul-Henri Spaak, fueron incentivados económicamente para promover la unidad europea.

Lo que podría considerarse una oscura red de intereses se convirtió en un facilitador crucial para abrir la puerta del diálogo entre España y la CEE. Aunque la conexión con la CIA puede parecer un thriller de espías, resulta que el dinero estatal no es lo único que puede mover a los diferentes actores en el escenario político.

La lucha por derechos democráticos

El tiempo avanzaba, y en 1967, se autorizaron las conversaciones exploratorias con España, aunque el contexto había cambiado: otros países se encontraban bajo dictaduras, como Grecia, lo que complicaba aún más la situación. Los ministros de la CEE ya empezaban a tener dudas: ¿acaso Franco no era un obstáculo político importante?

Los procesos de negociación fueron lentos y dolorosos, como intentar abrir un bote de pepinillos con un tenedor. Con paso firme, España intentaba demostrar su viabilidad económica, pero la realidad era que el régimen de Franco no estaba dispuesto a hacer concesiones.

Entre el deseo y la realidad

Mientras tanto, la política en España dio giros inesperados y nuevos movimientos sociales comenzaron a tomar fuerza. En 1970, España presentó su petición formal de adhesión a la CEE, pero el dictador de hierro seguía aferrándose a su poder. Era como si un niño pequeño no quisiera soltar su juguete favorito, a pesar de saber que le impide hacer nuevos amigos.

Los españoles, en su conjunto, estaban en una peculiar encrucijada: por un lado, deseaban la modernización y apertura internacional; y por otro, sentían que el régimen de Franco no estaba dispuesto a hacer cambios que permitieran una verdadera integración. El 28 de julio de 1977, poco después de la muerte de Franco, España finalmente solicitó su adhesión formal como miembro pleno de las comunidades europeas. Un mar de emociones y un futuro incierto estaban a la vista.

La llegada a Europa

Finalmente, después de un largo y tedioso proceso que duraría casi una década, el 12 de junio de 1985, España firmó el Tratado de Adhesión. Era un momento de celebración y un acto simbólico de que el país estaba listo para entrar en una nueva era. Después de un maduro lapso de casi 24 años desde su primera solicitud, España se convirtió en un estado miembro de la Unión Europea el 1 de enero de 1986.

Hoy, mirando hacia atrás, podemos reflexionar sobre cómo estos eventos sentaron las bases para lo que ahora conocemos como parte integral de Europa. ¿Estamos listos para asumir las lecciones aprendidas y aplicarlas en el contexto actual? La historia nos enseña que el camino hacia la prosperidad y la unión no es fácil y requiere un delicado equilibrio entre las aspiraciones y la realidad política.

Conclusiones

Esta travesía de España hacia la CEE es un recordatorio de que la política y la economía a menudo se entrelazan de formas que a veces son sorprendentes, desconcertantes y humorísticamente irónicas. Es un viaje que nos invita a pensarlo todo, desde el silencio administrativo hasta la influencia de la CIA, pasando por las luchas internas y el deseo de una sociedad de unirse a una comunidad más amplia y democrática.

Nos queda la pregunta en el aire: ¿seremos capaces de aprender de nuestra historia? En este mundo que parece girar más rápido cada día, recordar el pasado podría ser la clave para afrontar el futuro con éxito y, tal vez, un poco de humor. ¿No te parece?

Si has llegado hasta aquí, gracias por acompañarme en este viaje. La historia de España y su integración en Europa es uno de esos relatos que nos recuerda que, a pesar de las dificultades, siempre hay luz al final del túnel.