En los pasillos del derecho, donde las palabras son tan afiladas como un cuchillo, ocurren sucesos que nos ponen frente a la realidad del mundo que habitamos. ¿Habías escuchado alguna vez de la abogada Elena Mendoza, y de su valentía por enfrentar no solo a su agresor, sino también a todo un sistema que, en teoría, debía protegerla? Prepárate, porque esta historia es una montaña rusa de emociones, desafíos y, por supuesto, una necesaria dosis de reflexión sobre cómo la sociedad maneja la violencia de género en el ámbito profesional.
¿Qué pasó realmente?
Todo comenzó en junio de 2022 durante una reunión colegial en El Batel, un auditorio en Cartagena que, a día de hoy, debe recordarse por algo bastante triste. Mendoza, una abogada con experiencia, se encontró en una situación que no debería haber sufrido nadie: una agresión sexual por parte de un compañero de profesión. Lo increíble –y triste– es que este tipo de eventos no son tan raros como desearíamos creer.
Imagínate estar en un evento, rodeada de colegas, y de repente, uno de ellos aprovecha un momento para tocarte de manera inapropiada. No es sólo un acto individual, sino un reflejo de una cultura que, con demasiada frecuencia, minimiza la gravedad de estos actos. Mendoza se encontró en tal situación, y tras el incidente, la respuesta del entorno legal fue aún más dolorosa.
Mendoza relata que, tras la agresión, se sintió completamente desamparada. “¡Qué vergüenza, joder, qué vergüenza!”, repetía mientras las lágrimas caían por su rostro. ¿No te suena familiar? Esa sensación de impotencia cuando la víctima es la que, en cierto sentido, debe justificar su experiencia. Tristemente, esto se convierte en un patrón en muchos casos de agresiones.
Reacciones que duelen más que el acto
¿Alguna vez has sentido que los adultos en la sala actúan como si estuvieran en un mal episodio de una serie de televisión? Lo que ocurrió después de la agresión es digno de una crítica feroz. El decano del Colegio de Abogados de Cartagena, Ángel Méndez, al enterarse del asunto, inicialmente trató de calmar a Mendoza preguntándole si estaba «enfadada», pero, ¿de verdad una buena persona hace eso? Permíteme poner en duda esta noción tan normativizada. O de la vicedecana, Ana Ruipérez, sugiriendo una mediación penal con el agresor. ¿Estaría ella dispuesta a hacer lo mismo si fuera una amiga cercana? Nunca lo sabremos, pero la idea de que la mediación penal pueda ser una opción aquí es absolutamente inquietante.
Mendoza no se dejó intimidar. Tras presentar una queja ante el colegio, se le comunicó que no podían actuar porque «no ocurrió en el ejercicio de la profesión». ¿Te imaginas eso? Es como decir que no puedes ser responsable de un accidente de coche si está lloviendo. La inacción del colegio reveló un profundo problema de ética y apoyo hacia sus miembros. Cuando el lugar que debería protegerte se convierte en un espacio de victimización, ¿a dónde puedes acudir?
La búsqueda de justicia
La abogada decidió dar un paso más y llevó a cabo lo que muchas considerarían un acto heroico: denunciar su caso ante el Consejo General de la Abogacía Española (CGAE). Esto probablemente fue una de las decisiones más difíciles que tuvo que tomar. Sin embargo, es necesario destacar que Mendoza, al igual que muchas mujeres que enfrentan violencia de género, no estaba sola. Decidió contar su historia, un paso esencial hacia la visibilidad y la lucha contra la impunidad.
Aunque tras meses de angustia, en diciembre de 2022, su agresor fue finalmente condenado a una multa de 4,845 euros. Sin embargo, la batalla aún no había terminado. Mendoza solicitó su inhabilitación para que no pudiera representar a mujeres víctimas de violencia de género en el futuro. Porque, seamos honestos, es absolutamente desastroso que alguien con un historial así pueda estar en una posición de autoridad.
El camino hacia la búsqueda de justicia es una batalla complicada. Mendoza estaba sufriendo lo que muchos referimos como la «siguiente ola de violencia»: la falta de apoyo institucional. La denuncia ante el CGAE fue solo el principio de un proceso que debería haber sucedido mucho antes. ¿Te has preguntado alguna vez cuánto tiempo y energía se pierde en pelear contra el sistema en lugar de poder enfocarse en sanar?
Avanzando a pesar de los obstáculos
Sin embargo, la historia de Elena Mendoza no terminó allí. En lugar de dejarse arrastrar por el desánimo, se mudó a otra provincia y encontró trabajo en un nuevo despacho donde finalmente comenzó a sonreír de nuevo. “La primera semana que empecé a trabajar en otro sitio empecé a dormir y comer mejor”, declara, mientras sus colegas se unían a su lucha contra la violencia de género. Quizá esto sea un recordatorio de que, a veces, las mejores decisiones incluyen dejar atrás lo que nos lastima. Es el renacer después de un caos.
Hay algo muy poderoso al hablar sobre la resiliencia. Mendoza se convierte en un ejemplo inspirador para muchas mujeres que enfrentan circunstancias similares. La lucha continúa, y aunque su camino ha sido difícil, ha logrado avanzar a pesar de los obstáculos. A veces, las victorias pequeñas, como conseguir un trabajo donde se te respete y se te escuche, son al final del día las más importantes.
Cambiando la cultura: el rol de la sociedad
Elena se da cuenta de que todavía hay mucho trabajo por hacer. El ámbito legal no es diferente a ningún otro en cuanto a la cultura del silencio que a menudo rodea a los agresores. “Hay una dimensión de concienciación social que es necesaria. Los abusos sexuales son delitos muy graves”, dice. ¿Puede la comunidad legal cambiar de a poco esta cultura de encubrimiento? Sin duda, es una tarea ardua.
La historia de Mendoza nos lleva a reflexionar sobre cómo las instituciones pueden fallar en brindar un espacio seguro para sus miembros. ¡Qué ironía! El mismo lugar que debería protegerte se convierte en un campo de batalla. Esta es una de las razones por las que cada vez se hace más necesaria la concienciación y formación en temas de género para todos los sectores, incluido el jurídico.
La importancia de la solidaridad
Volviendo a una idea central: la solidaridad. Mendoza enfrentó el acoso no solo de su agresor, sino de un sistema que, en lugar de apoyarla, le creó más obstáculos para su recuperación. ¿Dónde quedaron los colegas que deberían haberle brindado apoyo en su peor momento? Es preocupante pensar que al enfrentar semejantes circunstancias, es posible que no haya un entorno de apoyo.
Sin embargo, Mendoza logró encontrar esto en un amigo de la universidad. ¿Alguna vez has sentido que necesitas el apoyo de alguien para seguir adelante? A veces, es el gesto más pequeño el que puede hacer la mayor diferencia. La solidaridad de alguien que se atreve a estar al lado de la víctima es el mejor antídoto contra el aislamiento.
El futuro es prometedor
Ahora, con un nuevo trabajo y una nueva perspectiva, su historia es un grito de lucha. En un momento donde la sociedad parece estar dividida sobre cuestiones de igualdad gremial, casos como el de Elena Mendoza sobresalen como ejemplo de cómo, a pesar de todo, una persona puede seguir avanzando. La historia de Elena es solo un ejemplo de muchos y es un claro recordatorio de que debemos seguir luchando para hacer de nuestras comunidades, lugares donde el respeto, la dignidad y la empatía sean la norma.
Cierro este relato recordando que no estamos solos en esta lucha. La historia de Elena Mendoza es la historia de muchas. Nunca dudes que tu voz importa, que tu historia es valiosa y que, al final del día, juntos podemos construir un camino hacia un futuro donde la violencia de género sea solo un eco de un pasado del que aprendimos, pero que nunca volveremos a repetir.