El pasado 24 de octubre, la esfera política se vio sacudida por una reciente denuncia de acoso sexual, cuando la actriz Elisa Mouliaá presentó una queja ante la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM) de la Policía contra el político español Íñigo Errejón. Según reportes de medios como El País, este asunto se remonta a septiembre de 2021, con denuncias que revelan un patrón inquietante de comportamiento que se silencia frecuentemente en los corredores del poder. Pero lo que comenzó como una denuncia individual ha desencadenado un torrente de revelations, y la situación se complica aún más con nuevas acusaciones y testimonios.

La cadena de denuncias: el eco de una voz colectiva

Ciertamente, Elisa no se encuentra sola en su lucha. Solo unos días después, Aída Nizar se unió a la ola de acusaciones, presentando su propia denuncia el 29 de octubre. Por si fuera poco, Cristina Fallarás, periodista de renombre, utilizó las redes sociales para resaltar otros testimonios anónimos que detallan experiencias angustiosas de acoso en un ámbito que, idealmente, debería ser un bastión de dignidad y respeto. No sé ustedes, pero esta situación me recuerda a esos impresionantes rallies de denuncias que, cuando comienzan, parecen causar una especie de efecto dominó. ¿Quién no ha sentido la presión de ver a otros romper el silencio e inspirarse en sus relatos?

Y ahora, la directora del pódcast No obstante, Ayme Román, agrega más leña al fuego con sus revelaciones sobre un supuesto acoso por parte de un “dirigente de izquierdas”, aunque no se atreve a nombrar a la persona. ¿Por qué el silencio? Esa es la pregunta del millón. Ayme comparte su experiencia de ser contactada persistentemente en horas inapropiadas, lo que me lleva a pensar… ¿cuántas veces hemos dejado pasar comportamientos que, en nuestros corazones, sabíamos que no estaban bien?

“Me estuvo llamando a las tres de la madrugada”, relata Ayme, y me detengo por un momento, recordando mis años de universidad, donde la línea entre la amistad y el interés romántico a menudo se cruzaba de maneras incómodas. A veces, recibía mensajes de amigos que me hacían dudar si estaban realmente interesados o simplemente buscaban pasar el rato. ¡Es difícil, sinceramente! Pero, por supuesto, la situación de Ayme trasciende la incomodidad de un mensaje de texto: se trata de poder, control y, sobre todo, de la incapacidad de algunas personas de entender límites.

La cultura del silencio y la protección a agresores

Ayme también hace hincapié en un tema vital: los “aliados feministas” que, en teoría, deben ser defensores de los derechos de las mujeres, pero que en la práctica, a menudo no actúan. Ella detalla cómo le llamaba la atención que, aunque el círculo cercano del agresor conocía sus acciones, nadie se atrevió a decirle nada. Esta reflexión resuena profundamente, especialmente cuando consideramos cuántas veces hemos presenciado situaciones problemáticas en nuestros entornos, pero elegimos quedarnos callados.

Es como si en algunos ambientes “elitistas” se sostuviera una especie de pacto no escrito de protección a los agresores, donde se ocultan sus acciones a toda costa. Recordemos que no todo el mundo tiene la fortuna de contar con una red de apoyo potente o tiene la valentía de alzar la voz ante el miedo de represalias. ¿Por qué muchos eligen el silencio en lugar de hablar? La respuesta es tanto compleja como lamentable, y es un tema que debe ser abordado con urgencia.

Marta Sánchez, también involucrada en esta discusión, decidió no quedarse callada, planteando que “cada uno es dueño de sus actos”. Pero, ¿realmente lo somos? ¿Hasta qué punto los actos de unos pocos afectan la seguridad y bienestar de muchos? Esta es otra pregunta que nos invita a reflexionar sobre responsabilidad individual versus responsabilidad colectiva.

Las barreras para denunciar

Uno de los aspectos más dolorosos de este asunto es entender por qué las mujeres no denuncian más frecuentemente. Ayme nos da un vistazo a esto al afirmar que “no puedes pagar unos abogados buenos”, un comentario que resuena en un momento en que el sistema judicial, en muchos casos, se siente inalcanzable para muchos. Las mujeres pueden sentirse desincentivadas a dar este paso por miedo al juicio social, a no ser creídas o, peor aún, a ser culpadas por lo que ocurrió.

Damián, un amigo mío, una vez me dijo que, ante situaciones de acoso, existe la tendencia de pensar que “algo debe haber hecho” la víctima. Puedo recordar momentos en los que yo mismo me hice estas preguntas, preguntándome si con algún comportamiento podría haber contribuido a una situación incómoda. Pero lo cierto es que, NO. Cualquier persona que haya vivido acoso sabe que no se puede justificar el comportamiento de un agresor utilizando la conducta de la víctima como excusa.

Replanteando el acoso: más allá de los conceptos tradicionales

En su declaración, Ayme también nos desafía al decir que “la violencia es un espectro.” Aquí es donde me detengo para pensar en cuántas veces hemos simplificado demasiado el concepto de acoso. Nos enseñan que el acoso es un acto violento, pero pocas veces nos hacen cuestionar qué forma puede tomar este comportamiento. Y la verdad es que, en un mundo donde la sutileza es a menudo la norma, podemos encontrarnos en situaciones donde el acoso no se manifiesta de forma clara, pero sigue siendo inaceptable.

Podemos pensar en ejemplos cotidianos: una insinuación inapropiada en el trabajo o un comentario cruzado en una reunión social. No obstante, cuando estas situaciones no son reconocidas como lo que son, es fácil que tanto las víctimas como quienes responden se encuentren atrapados en un ciclo de normalización del acoso. ¿Nos hemos adaptado demasiado a este entorno tóxico?

La cultura del “no quiero conflictos” ha llevado a muchas a tragarse su voz en lugar de alzarla en defensa propia. La paradoja es que, mientras nosotros callamos, los que perpetran estos abusos no tienen ninguna reserva en seguir adelante.

Las dimensiones del poder: una reflexión personal

A veces, me detengo a pensar en la cantidad de poder que tienen algunos políticos y figuras públicas en nuestras sociedades. Con el poder viene la capacidad de influir, pero también la responsabilidad de ser modelos a seguir. ¿Qué ocurre cuando estos individuos, que deberían ser los defensores de la igualdad y el respeto, se ven implicados en situaciones de abuso? Es un golpe no solo para las víctimas, sino para todos aquellos que creen en un cambio real en la cultura.

En este contexto, las palabras de Ayme sobre lo que significa realmente ser un aliado son fundamentales. Un aliado no es solo alguien que articula las teorías feministas o expresa su apoyo en las redes sociales; un verdadero aliado es alguien que actúa y se responsabiliza, desafiando el poder y defendiendo a las víctimas. Y esto me lleva a preguntarme: ¿cuántos de nosotros tenemos el valor de ser esos aliados en nuestra vida diaria?

Mirando hacia el futuro: el camino hacia el cambio

El hecho de que tantas mujeres estén rompiendo su silencio es un rayo de esperanza en un panorama desalentador. El movimiento hacia adelante debe ser sostenible, y todos tenemos un papel en ello. Hacer ruido acerca de estos temas no es suficiente; debemos estar dispuestos a actuar.

El apoyo debe ir más allá de palabras vacías en redes sociales. Es un compromiso auténtico para cuestionar comportamientos inadecuados y un esfuerzo consciente para educar a las generaciones futuras sobre lo que significa respeto y responsabilidad. Necesitamos crear un espacio donde tanto hombres como mujeres se sientan seguros para hablar y, sobre todo, donde quienes ejercen el poder comprendan que sus acciones deben corresponder a sus palabras. Debemos empoderar a las víctimas para que tengan el respaldo que necesitan para dar el paso al frente.

Conclusiones

El caso de Íñigo Errejón y el eco de las voces de Mouliaá, Nizar y Román son solo una parte de un fenómeno mucho más amplio. Este es un llamado a la acción para que todos nosotros nos cuestionemos nuestras responsabilidades y el papel que jugamos en estas situaciones. La verdad es que tenemos la oportunidad de ser agentes de cambio en un entorno que ha estado marcado por el silencio y la vergüenza.

Es momento de que la conversación sobre el acoso sexual, en el ámbito político y más allá, evolucione. No podemos permitir que más mujeres sientan que deben callar. Debemos unir nuestras voces, amplificarlas y asegurarnos de que cada denuncia sea escuchada y tomada en serio. Porque, al final del día, uno de los principales fundamentos de nuestra sociedad debe ser el respeto, la igualdad y la posibilidad de vivir sin miedo a ser acosados.

Así que la próxima vez que nos enfrentemos a la decisión de permanecer callados o alzar la voz, recordemos estas historias y asumamos la responsabilidad de convertirnos en verdaderos aliados. ¡Hagámoslo por un futuro más seguro para todos!