La música tiene esa extraordinaria habilidad de crear lazos, abrir diálogos y provocar debates intensos. Sin embargo, a veces se convierte en el escenario de batallas absurdas. Recientemente, el cantante Dani Martín se unió a Santiago Auserón para arremeter contra una de las tendencias más populares de la actualidad: el reguetón. Ambos artistas expresaron que preferirían «morir» antes que escuchar lo que ellos etiquetan como «basura sonora». Pero, ¿acaso vale la pena caer en la trampa del desprecio musical y las etiquetas?

Un viaje al pasado: cuando el rock era el enemigo

¡Ah, los años dorados del rock! Recuerdo estar en mi habitación, oído pegado a la radio, mientras los locutores hablaban emocionados de la nueva ola de rock que cruzaba el Atlántico. En ese entonces, era común escuchar a los más viejos «despotricar» contra estas nuevas tendencias musicales. Mi abuelo, un amante del tango, también se unía a esta crítica. «¡Esa música es un caos! ¿A dónde vamos a parar?», me decía mientras tarareaba temas de Carlos Gardel, tal cual como Santiago y Dani desde la otra espada de la balanza musical.

La crítica al reguetón parece repetir un ciclo muy familiar. Siguiendo la misma línea argumentativa de los defensores del rock en su día, esta postura se fundamenta en lo que a menudo se denomina «nobleza del arte», elevado por aquellos que sienten que han pasado una «prueba de gusto». Sin embargo, como bien sabemos hoy, el gusto musical es subjetivo. No hay una única forma correcta de disfrutar la música.

El reguetón: una fusión de culturas

Es curioso que personas como Dani y Santiago, quienes se consideran individuos abiertos y apreciativos de la música, opten por mirar por encima del hombro a un género que ha alcanzado una resonancia global, convirtiéndose en la voz de toda una generación. Entre Bad Bunny, Karol G y Maluma, el reguetón no solo ha encontrado su hogar en América Latina, sino que ha llegado a las listas de éxitos en los Estados Unidos y Europa.

Cuando escucho a mis amigos sudamericanos hablar con pasión sobre el reguetón, es difícil no sentir una cierta envidia por su conexión con este ritmo. Ellos abrazan a artistas que, en lugar de ser una «basura sonora», están tejiendo en el tapiz de la cultura popular. La fusión de ritmos, la mezcla de géneros y el uso del lenguaje coloquial hacen que surjan verdaderas joyas musicales que resuenan con sus vivencias y anhelos. No es “solo música”; es identidad.

¿De verdad somos tan diferentes?

No puedo evitar reírme cuando escucho la crítica hacia el reguetón y también recordar aquellas risas de mi abuelo al escuchar a Los Beatles o a Elvis Presley. En sus ojos, eran meros «gritos de juventud». Y sí, quienes defienden so capa de sabiduría las letras profundas del rock deberían lidiar un poco con la rica tradición literaria del reguetón. ¿Alguna vez se quedaron embobados escuchando una letra de Calle 13?

¿Es que acaso es más significativo hablar de amores y desamores en un lenguaje rebuscado que en uno que es claro y directo? ¿No refleja esas sensaciones del día a día las rimas pegajosas que canturreamos en la ducha? Tal vez, lo que realmente otorga valor a la música no es su complejidad lírica, sino su capacidad de conectar con nosotros.

Una burbuja de elitismo musical

Pero, ¡ay! El elitismo es un fenómeno que ha existido por siglos. Recuerdo un amigo crítico que casi me perdió el respeto cuando mencioné que disfrutaba de los baladas de Julio Iglesias; como si mi gusto musical óxido contaminara la altísima definición de su apreciación. Menospreciar lo propio en busca de un «modelo de superioridad» es algo que, lamentablemente, sigue on fire en nuestra cultura.

Así como en los años 70 había quienes quemaban discos de Bee Gees en choques de cultura, hoy en día pareciera que se repite el mismo patrón. Solo cambia el blanco del ataque. No hay lugar para el reguetón en la casa del roquero, el género que representa rebelión y autenticidad. Sin embargo, esta parece ser una falta de perspectiva monumental sobre el verdadero aparato de la música y la culturalidad humana.

Un cambio de narrativa

Los artistas como Rosalía han demostrado que se puede abrazar nuevos sonidos y, al mismo tiempo, poner en valor nuestras raíces. No hay que renunciar a lo nuestro por algo que venga de fuera. ¡Se puede amar tanto a Camilo Sesto como a C. Tangana!

Así que mientras que Dani y Santiago se agrupan alrededor de esa idea de «basura sonora», nosotros, como aprecien su música, podríamos comenzar a pensar en la maravilla que en este mundo contemporáneo ofrece el reguetón: un canal para el arte latinoamericano que finalmente ha comenzado a resonar en el escenario global.

¿Que hay detrás del desprecio?

El desprecio al reguetón a menudo se encuentra arraigado en el clasismo y el racismo solapado hacia la cultura latinoamericana. Europa, y en particular España, debe lidiar con una herencia cultural de colonización que a veces se traduce en prejuicios hacia lo que no proviene de sus propias tierras. La música, como cualquier forma de arte, es un espejo de nuestra sociedad. Es esencial reflexionar: ¿será que estos prejuicios están más relacionados con nuestra propia inseguridad cultural que con la música en sí?

La evolución de la música y su valoración

La historia de la música está llena de rechazos y críticas. Justamente Santiago Auserón y Dani Martín saben bien esto. La historia musical a menudo nos recuerda episodios en los que lo nuevo es inmediatamente menospreciado por lo viejo. Pero, tal vez, deberíamos dejar de apuntar con el dedo y enfocarnos más en cómo todos estos géneros, viejos y nuevos, forman parte de un gran collage cultural.

Igualmente, la música no solo pertenece a quienes la crean. No son únicamente los artistas o los críticos quienes tienen voz, también lo son los miles de oyentes que disfrutan de las diversas vertientes de la música y que encuentran en ellas sus propias historias y experiencias.

Unificando fragmentos culturales

Así que, ¿por qué no celebrar lo que surge de la mezcla de lo tradicional y lo moderno? En un mundo cada vez más globalizado e interconectado, la música nos permite explorar identidades diversas. La fusión de ritmos, letras de amor y desamor, historias de lucha y pasión que emergen del reguetón deben ser vistas como un reflejo rico y valioso de nuestra contemporaneidad.

¡Olé por el reguetón! ¡Olé por Rosalía, Bad Bunny, y todos aquellos que han llevado el ritmo latino a toda parte! Claro, no jugamos a desmerecer lo que viene de afuera. Pero, ¿por qué un género que integra nuestras raíces y nos ofrece una conexión tan profunda con la cultura contemporánea debe ser descalificado? Debemos aprender de la historia y dejar atrás la postura de los puristas. La música es para ser disfrutada por todos, un espacio de encuentro, no de separación.

La resurrección con el reguetón

Deberíamos estar celebrando el resurgimiento de la música latina en todos sus matices. No se trata de elegir entre lo que es clásico y lo que es contemporáneo, sino de coexistir en esta rica diversidad musical. Venimos de una herencia histórica que nos invita a mirar hacia atrás y hacia adelante, a reconocer lo que hemos perdido y lo que hemos ganado, y a disfrutar de cada fragmento de arte que nos llega. Porque, al final, somos nuestros propios enemigos si nos negamos a celebrar nuestra diversidad musical.

Así que, un brindis por el reguetón y por todos, aquellos que han encontrado su voz en este género. ¡Que la música nunca deje de unir, de mover y de desatar la vida en cada rincón del mundo!