Los cincuenta años transcurridos desde la muerte de Franco están a la vuelta de la esquina, y el Gobierno español está decididamente dispuesto a recordarlo con una serie de ceremonias y eventos que prometen ser espectaculares. Sin embargo, según una reciente encuesta de GAD3 publicada por ABC, la respuesta de la población ha sido más bien helada. Solo un 14% de los encuestados se muestra favorable a estas celebraciones, mientras que un 50% las rechaza. ¿Por qué hay tal apatía hacia eventos que, en teoría, deberían conmemorar la llegada de la democracia? ¿Qué está en juego en esta «nueva guerra de relatos» en la que Sánchez desea involucrar a toda España?
La desconexión entre el Gobierno y la ciudadanía
Es innegable que la intención del Gobierno es sofisticada: recordar la importancia de la democracia y la transición que siguió a la dictadura franquista. Pero lo que se presenta como un acontecimiento histórico ha suscitado mucho más desinterés que entusiasmo. En un contexto en el que la política se ha convertido en un “reality show”, parece que la efeméride se está convirtiendo en un episodio más del drama nacional, un guion que pocos quieren seguir.
Recuerdo una vez que intenté organizar una reunión familiar para celebrar un cumpleaños. En teoría iba a ser un evento fabuloso: pastel, globos, y un par de juegos para los niños. Pero cuando llega el momento y medio mundo no se aparece, me di cuenta de que mis intenciones no habían logrado captar el interés. ¿Les suena?
La apatía como respuesta social
La encuesta de GAD3 también revela que un sorprendente 30% de los encuestados opta por la indiferencia. ¡Indiferencia! Un porcentaje que podría compararse a la reacción que muchos tienen ante la próxima película de un actor de Hollywood que no ha hecho nada interesante en años. Esa balanza se inclina hacia las risas, pero también hacia el desdén. Si estos eventos no generan emoción ni siquiera entre los propios adeptos del PSOE, ¿qué podemos esperar?
En el PSOE, donde las esperanzas de mostrar fuerza actúan como motor de propósitos, solo un 27% de sus votantes apoya estas conmemoraciones. Así es, amigos, mucho menor que el 35% que expresa abiertamente oposición. ¡Qué tiempos estos en los que incluso los propios aliados se vuelven críticos!
Sánchez y su muro divisor
Desde el momento en que Pedro Sánchez visualizó la necesidad de «dividir» la opinión pública, su análisis político se enturbió. La retórica de «o estás conmigo o contra mí» frente a la amenaza de la ultraderecha, representada especialmente por Vox y el PP, parece haber creado una atmósfera de tensión que dificulta un debate sano y democrático. En lugar de unir, esta estrategia ha contribuido a sembrar más discordia y desencanto. En un país tan diverso y polarizado, esta retórica podría ser más divisiva que constructiva.
Recuerdo vivir un momento similar en el trabajo, donde un compañero intentó hacer una reunión para ponernos «del lado correcto de la historia». Al final logramos que más del 50% del equipo no se presentara. Una gran victoria para la apatía, ¿verdad?
La conmemoración y el gasto innecesario
A medida que se preparan los actos, algunos no pueden evitar mirarlos como una excusa para incrementar el gasto público. Desde la campaña de marketing hasta la logística del evento, cada uno de estos actos podría significar una notable suma de dinero. Y en un país donde la crisis económica sigue golpeando a muchas familias, la idea de gastar en estas conmemoraciones no se ha sentado bien.
Tomando como referencia a la famosa frase de Carl Sagan, «la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia», se podría decir que la ausencia de entusiasmo entre la población es una forma bastante clara de evidenciar descontento con esta celebración. ¡Ah, la sabiduría de la ciencia!
La indiferencia y la política actual
Analicemos este fenómeno de indiferencia más de cerca. La política actual parece estar plagada de desencuentros. La gente ya no se siente representada por los políticas que prometieron un cambio positivo; en lugar de ello, muchos ciudadanos sienten que se les presenta un espectáculo que no quieren ver. Pero, ¿realmente queremos celebrar el pasado, sobre todo con personas que aún viven con traumas asociados a esos años?
Recientemente, en una conversación con algunos amigos, uno de ellos compartió: «¿De verdad crees que celebrar la llegada de la democracia con una fiesta es algo que vale la pena? Deberíamos aprender de nuestros errores y trabajar para no repetirlos». Suena lógico, ¿no creen?
Reacciones por partidos políticos
En la oposición, los partidos como el PP y Vox se han mostrado favorecer una crítica despiadada del evento. Curiosamente, los votantes del PP —el mayor partido de la oposición— se oponen abrumadoramente a estas celebraciones, con un chirriante 71% en contra. Esta oposición se resalta en un contexto donde el propio PP ha sido visto como uno de los partidos que se beneficia de la narrativa dual de la historia.
En contraste, entre los votantes de Sumar, la percepción es menos hostil, con un 39% en contra y cerquita de otro 30% que simplemente elige no responder a la pregunta. Esto sugiere que, entre algunos sectores de la población, esta historia se siente lejana, casi como esas películas que se olvidan en la estantería tras verse.
Una mirada a los grupos de edad
Si observamos las diferencias de respuesta por edad, nos damos cuenta de que los mayores de 65 años son, en su mayoría, los más críticos con estos actos. Curioso, ¿verdad? Ellos son los que vivieron la transición y, sin embargo, parecen ser los que más se ahogan en el mar de la indiferencia que rodea a estos eventos que, en teoría, deberían resonar con su historia personal. Al mismo tiempo, ¿realmente necesita alguien que vivió la tensión del franquismo recordar esos tiempos a través de una serie de actos protocolarios?
Desde mi propia experiencia, es como organizar un almuerzo familiar con platos de la infancia: en teoría, todos deberían estar ansiosos por recordarlo, pero a menudo resulta que los sabores que evocan angustia son más recordados que los momentos felices.
Un futuro incierto
El futuro de estos actos conmemorativos parece incierto. En la medida en que los eventos se ejecuten, será cada vez más difícil ignorar que la mayoría de la población no ve la necesidad de celebrar. ¿Estamos seguros de que estas conmemoraciones encontrarán resonancia?
Eventualmente, es crucial recordar que la esencia de la democracia implica abrir canales de diálogo y comprensión. Debemos pensar en la posibilidad de que la celebración no se convierta en una simple añoranza, sino que funcione como un puente hacia el entendimiento, la reconciliación y, sobre todo, el aprendizaje del pasado.
Para ello, el Gobierno tendría que ir más allá de un simple acto; necesita involucrar, escuchar y ser sensible a la diversidad de la opinion pública. Porque recordar no debería ser una carga, sino una oportunidad para crecer y avanzar.
Así que, amigos, ¿celebrar o no celebrar? Esa es la pregunta del día. Lo único que sabemos es que en un país con tanta historia como el nuestro, la indiferencia es la respuesta más complicada de manejar. Quedémonos con ese dilema en mente. ¿Acaso no es este un momento ideal para reflexionar en lugar de celebrar?