¿Te imaginas estar en un lugar donde la música te envuelve como un abrazo cálido? Eso es exactamente lo que se vivió en el Movistar Arena de Madrid el pasado fin de semana, durante el segundo concierto de la gira de Amaia: “Si abro los ojos no es real.” Si no estuviste allí, no te preocupes, te invito a que te sumerjas en este relato donde cada nota y palabra tiene su propio brillo. Y si estuviste presente, pues aprovecha para revivir esos momentos mágicos.
El inicio de la noche: la delicadeza de Amaia
Las luces se apagaron y en un instante, el silencio fue la antesala de lo que estaba por venir. Amaia apareció sola en el escenario, con un vestidito rosa que nos hacía recordar a una niña capaz de conquistar corazones, dispuesta a deslumbrar con su delicada voz. Y así empezó todo con “Visión”, el tema que abre su último disco. Te cuento que en ese momento, sentí que el aire se volvió pesado, como si los presentes contuviéramos el aliento, totalmente cautivados por la atmósfera mágica que solo ella puede crear.
Esas primeras notas al piano, acompañadas por su voz, eran como una promesa; algo especial estaba por suceder. ¿Quién no quiere ser parte de un momento así, donde todos parecen estar en la misma sintonía y olvidarse del mundo exterior por un instante?
La alegría de estar juntos
“Esto para mí es muy fuerte, gracias por haber venido, estoy muy contenta. Se os ve impresionantes, estáis para foto”, decía Amaia, con esa inocencia que nos hizo reír y recordar la niña que conocimos en Operación Triunfo. No pude evitar pensar en cómo, a veces, la vida nos da momentos que parecen sacados de un cuento, y esa noche todos éramos parte de uno.
A medida que iban sonando las canciones, ella se iba desnudando emocionalmente ante nosotros. Amaia terminó su primer acto con una mezcla de “Nanai” y una fusión de “La Tarara” de Lorca. Te aseguro que si no te llenó el corazón, probablemente te quedó un poco de las palomitas atascadas en la garganta, porque lo que hizo fue espectacular.
La orquesta en cápsula: una sorpresa que no esperábamos
Y como si eso no fuera suficiente, el segundo acto se presentó de forma aún más grandiosa. Amaia, encerrada en una cápsula, nos reveló una orquesta que acompañaría sus interpretaciones. Fue aquí donde me golpeó una realidad: ¿cuán seguido vemos este nivel de dedicación en un espectáculo? Poquísimas veces.
La voz de Amaia, en “Aunque parezca mentira”, era como coger un trozo de historia musical y transformarlo en algo contemporáneo. La combinación del talento de Amaia y su orquesta fue tal que la sala se detuvo y, tal vez por un instante, el tiempo también. Me río al recordar lo que diría mi madre, «esto es lo que se siente al escuchar una estrella en plena forma».
La parte emotiva: celebrar la vida a través de la música
Amaia, en un momento de honestidad, compartió con el público la pérdida de su abuela, afirmando que «ojalá morir así». ¿No es cierto que suelen decir que la música es el arte que más se asemeja a la vida misma? Esa conexión entre la tristeza y la celebración era palpable. Y así, lo que empezó como un momento melancólico se convirtió en una fiesta en honor a quienes nos han amado.
La parte más emotiva fue acompañada por un coro, que no solo llenó el escenario de armonías, sino que también llenó nuestros corazones de amor y nostalgia. “Yo invito” resonó con una energía renovada y era complicado mantenerse sentados. La música de Amaia tenía ese poder: era como un imán que atraía los buenos recuerdos.
Fiesta final: la magia de una colaboración
Y llegó el momento que todos esperábamos. La aparición de Aitana, quien se unió a Amaia para ofrecer una versión vibrante de “La canción que no quiero cantarte”. En el Movistar Arena, el eco de las voces unidas era tal que incluso los críticos más duros no pudieron evitar sonreír como niños. Aitana, completamente emocionada, exclamaba: “Que ilusión, estoy hasta nerviosa”.
La conexión entre estas dos artistas no solo es palpable en el escenario, sino que también nos recuerda lo sorprendente de la vida y de las amistades. ¡Quién diría que después de tantos años, veríamos de nuevo a estas dos fuerzas de la naturaleza juntas en un escenario! Cada coro que resonaba era un recordatorio de lo que hemos vivido juntos como espectadores.
‘Tengo un pensamiento’: el cierre perfecto
Y como no podía ser de otra manera, Amaia cerró la noche con “Bienvenidos al show”, transformando el Movistar Arena en un auténtico carnaval. Esa capacidad de hacer que cada persona se sintiera parte de un evento extraordinario es lo que la hace especial. La combinación de su voz, su carisma, y esos momentos de conexión genuina con el público, se apoderaron de cada rincón de la sala.
A medida que el espectáculo llegaba a su fin, la sensación en el aire era de pura alegría. Amaia, con su brillo inigualable, se despidió como si nada hubiese pasado, pero todos sabíamos que habíamos vivido algo que permanecería con nosotros para siempre.
Reflexiones finales: el poder de la música y la amistad
Al final del día, lo que realmente importa son las memorias que llevamos con nosotros. La música tiene ese don maravilloso de unirnos, de hacernos sentir, de recordarnos que, aunque la vida a veces puede ser pesada, siempre hay un espacio para el amor, la alegría, y unas cuantas risas.
Recordándome de las palabras de un amigo: “Si estás deseando volver a ver a alguien, no esperes más, ¡escríbeles ya!” La vida es demasiado corta y,no hay mejor manera de celebrar nuestra existencia que con la música y las personas que amamos a nuestro alrededor.
Así que, ¿cuándo volverás a ver a Amaia? O mejor aún, ¿quién será tu compañero en esa próxima aventura musical? ¿No sería genial que todos pudiésemos reunir a nuestros amigos y disfrutar de un momento así? Tal vez, solo tal vez, reunir a las personas que más amamos y vivir juntos un concierto como el que nos brindó Amaia.
Al final, la magia de la música reside en su capacidad para hacer que, incluso los momentos más sencillos, se conviertan en los más extraordinarios. Gracias, Amaia, por recordarnos lo hermoso de ser parte de este viaje, por cada emoción, cada risa y cada lágrima. ¡Hasta la próxima!