La salud mental es uno de esos temas que, en muchas ocasiones, se trata con guantes de seda. No es de extrañar que aquí surjan más preguntas que respuestas: ¿Qué pasa cuando un médico, responsable de cuidar la salud de otros, lucha con sus propios demonios internos? ¿Hasta dónde llega la ética profesional cuando la salud mental entra en juego? En este artículo, exploraremos el inquietante caso de un médico autónomo en el Instituto Nacional de Seguridad Social (INSS) de España, quien, a pesar de tener graves patologías psiquiátricas, continuó ejerciendo su profesión. Acompáñame en este análisis profundo, donde intentaremos encontrar las respuestas a preguntas difíciles y, como siempre, compartiré un poco de mi propia experiencia en el camino.
El médico y sus battle royale internos
Imagina ser un médico. No solo tienes el peso de la vida de tus pacientes en tus hombros, sino que cada día debes presentarte en el trabajo, lucir profesional, y mostrar una sonrisa, incluso si por dentro te sientes como si estuvieras en una batalla campal. Este fue el dilema de un médico autónomo especialista en medicina del trabajo que, a pesar de sufrir de estrés postraumático, depresión, ansiedad y trastorno obsesivo-compulsivo, se vio obligado a seguir atendiendo a sus pacientes.
Como alguien que ha estado cerca de médicos y profesionales de la salud, puedo afirmar que hay una especie de cultura de “tú puedes hacerlo” que, aunque motivadora, puede volverse tóxica. ¿No deberíamos permitir que nuestros médicos humanicen su experiencia? ¿Por qué, como sociedad, tememos hablar de la salud mental de quienes nos cuidan?
¿Qué es la medicina del trabajo?
Antes de entrar en el meollo del asunto, conviene aclarar qué es la medicina del trabajo. Esta especialidad se centra en la promoción y protección de la salud de los trabajadores, tratando enfermedades relacionadas con el entorno laboral. La idea es que los médicos del trabajo asesoren a empresas y trabajadores para mejorar las condiciones laborales y prevenir enfermedades y accidentes. Bajo esta premisa, este médico no sólo lidiaba con su propia salud mental, sino que también tenía que tomar decisiones que afectaban la salud de otros.
Aquí es donde entendemos la contradicción del sistema: un médico que debe mantener la salud de sus pacientes, mientras él mismo no está en condiciones de hacerlo. ¿Es justo esto?
La situación del INSS y sus implicaciones
El INSS, como institución responsable de garantizar los derechos económicos y asistenciales de los ciudadanos en materia de Seguridad Social, tiene una responsabilidad adicional: vigilar que la labor de sus profesionales no comprometa la salud pública. Pero, en el caso de este médico, fue evidente que había una desconexión total.
¿Fue el médico una víctima de un sistema que prioriza la productividad sobre la salud? Desde luego. Cuando se prioriza el rendimiento sin tener en cuenta el estado emocional de los trabajadores, la pregunta que surge es: ¿cuántos otros profesionales sufren en silencio mientras el sistema no se da cuenta? Si lo miramos desde un ángulo más personal, podría ser como seguir corriendo una maratón mientras te duele una pierna; al final, la carrera podría ser tu fin.
La ética médica: un reto complicado
Así llegamos a la ética médica. Per se, el deber del médico es “no hacer daño” (el famoso «primum non nocere»). Pero, ¿qué sucede cuando el médico es, él mismo, una fuente de daño? Sabemos que el bienestar mental afecta el rendimiento profesional, y esto es especialmente cierto en campos como la medicina. Pero esta situación plantea preguntas sobre hasta dónde puede llegar el deber profesional ante la evidencia de que uno no está en condiciones para continuar.
Experiencias personales y el impacto emocional
Quienes hemos experimentado o visto de cerca problemas de salud mental en amigos o familiares sabemos que no son solo «momentos difíciles», son luchas diarias. En una ocasión, tuve un amigo que, a pesar de sufrir ansiedad severa, decidía ir a trabajar cada día porque temía ser despedido. La presión de ser el “responsable” pesaba más que su propio bienestar. Al final, aunque pudo mantener su empleo, su salud se deterioró aún más.
Al igual que este médico del INSS, hay muchas personas que, motivadas por la necesidad económica o por la presión social, siguen adelante sin considerar las repercusiones en su salud mental. ¿Hasta cuándo podemos cargar ese peso sin que ocurra un colapso?
Consecuencias para el médico y el sistema
En el caso del médico del INSS, las repercusiones son significativas. En primer lugar, hay que considerar la salud del propio médico. Al continuar ejerciendo sin el soporte adecuado, es probable que su situación se haga insostenible. Por otro lado, también debemos pensar en los pacientes que dependieron de sus servicios. Si un médico lucha con su salud mental, lo más probable es que su atención no sea óptima. Alguien en esas condiciones se convierte en un riesgo para los demás.
Entonces, ¿debe el sistema permitir que este médico siga trabajando? La respuesta parece evidente, pero la práctica rara vez es tan sencilla. Muchos en su lugar considerarían la continuación de su labor como una seña de fortaleza, pero en realidad podría ser una manifestación de la falta de apoyo que sienten.
La salud mental: un tema de todos
La situación del médico autónomo nos lleva a un tema de fondo: la salud mental debería ser una prioridad colectiva. Los meses de confinamiento por la pandemia de COVID-19 evidenciaron la fragilidad de la salud emocional de la población. Sabemos que muchas personas, incluidas otras del sector salud, sufrieron serias repercusiones. ¿Cómo podemos, entonces, seguir ignorando estas cuestiones en un sistema que necesita una revisión urgente?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) nos dice que la salud mental es fundamental para el bienestar general. Cada vez más, el estigma está disminuyendo, pero todavía queda mucho camino por recorrer. Debemos dejar de lado el “puedo con todo” y empezar a hablar sobre cuidar de nosotros mismos, así como cuidar de los demás.
Propuestas para mejorar la situación
Es un hecho: necesitamos cambios tanto en la percepción individual de la salud mental como en las políticas organizacionales. Aquí hay algunas propuestas que podrían ayudar:
- Programas de concienciación: Las organizaciones deben invertir en formación sobre salud mental para sus empleados y gerentes.
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Recursos de salud mental disponibles: Ofrecer servicios de salud mental, incluidos terapeutas y actividades de relajación, debería ser un estándar en todas las instituciones de salud.
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Cultura de ‘descanso’ normalizada: Crear un ambiente donde el ‘tomar un respiro’ no se vea como un signo de debilidad. Todos necesitamos días de descanso mental.
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Escucha activa: Promover espacios donde los trabajadores puedan expresar sus preocupaciones sin temor a represalias.
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Evaluaciones psicológicas regulares: Establecer protocolos donde la salud mental de los trabajadores se evalúe regularmente puede prevenir colapsos.
Reflexiones finales
El caso de este médico del INSS es un eco de las luchas que muchos enfrentan en silencio. Mientras las instituciones lidian con la complejidad de la salud mental en el trabajo, es crucial que también nosotros, como sociedad, nos comprometamos a contribuir al bienestar general.
¿Es posible que un cambio cultural ocurra? Sí, pero requiere esfuerzo colectivo. Nos encontramos en un punto crítico donde el bienestar emocional no puede ser secundario. Es hora de poner la salud mental en la conversación, así como la productividad. De verdad, todos podemos hacer un poco más por quienes nos cuidan, y también por nosotros mismos. Así que, la próxima vez que veas a ese médico u otro profesional de la salud, piensa: ¿estará en el mejor lugar para cuidar de mí? ¡Hagamos que sea así!
La salud mental no es solo responsabilidad del individuo, es un tema que nos concierne a todos. Y tú, ¿qué harías por tu salud mental y la de los demás?
¡Nos vemos en la próxima!