La reciente declaración de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, en un mitin político, ha encendido el debate sobre la identidad europea y su capital. Meloni propuso que «Roma debería ser la capital de la Unión Europea» porque, según ella, “la capital de la Unión Europea no puede ser el lugar más cómodo para poner oficinas, sino el lugar que represente su identidad milenaria”. A partir de estas palabras, me surgen varias preguntas que son dignas de explorar: ¿Realmente tiene Europa una capital? ¿Es correcta la afirmación de que Bruselas representa a la Unión Europea? ¿Y qué papel juega Roma en esta narrativa?
La compleja geografía de la capital de Europa
Antes de sumergirnos en las aguas profundas de la identidad europea, es importante aclarar que en la historia reciente del continente, el concepto de capital ha tenido un desarrollo específico. Desde la Edad Moderna, los países europeos adoptaron la idea de concentrar el poder político, militar y económico en una ciudad capital. Pero, dejando a un lado el folclore del pasado, ¿podemos decir que Bruselas, de hecho, es la capital de la UE?
La respuesta a esa pregunta está repleta de matices. Según el Tratado de la Unión Europea, existen siete instituciones importantes de la UE: el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, el Consejo de la Unión Europea, la Comisión Europea, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Tribunal de Cuentas Europeo. Sin embargo, las sedes de estas instituciones están esparcidas por varias ciudades: Bruselas, Estrasburgo, Luxemburgo y Fráncfort. Este escenario sugiere que, de alguna manera, la idea de una capital única no se sostiene en el marco de una comunidad tan diversa y multifacética como la UE.
¿No le suena un poco a un rompecabezas? Imagínese armar uno con piezas de diferentes sets y en varias ubicaciones. Cada vez que cree que ha encontrado la esquina, resulta que es la pieza equivocada. Así es como se siente la idea de una capital única para Europa.
Historia: del Imperio Romano a la política moderna
Hablemos un poco de la historia. Si retrocedemos en el tiempo, descubrimos que Europa como la conocemos no habría existido sin el Imperio romano. Las raíces de muchas de nuestras instituciones políticas y jurídicas actuales se encuentran en esa antigua civilización. ¿No es sorprendente considerar que la estructura de lo que hoy consideramos Europa tiene ecos de un imperio que cayó hace más de mil años?
Uno de mis episodios favoritos de la historia de Europa es el Tratado de Verdún de 840. Este acuerdo dividiendo el imperio de Carlomagno en tres partes generó las premisas para la Europa moderna. La historia europea, al igual que una telenovela, es una mezcla de conspiraciones y alianzas en la que los clavos de la identidad se clavan en momentos cruciales.
Desde la coronación de Carlomagno por Papa León III en 800, hasta la influencia de figuras como Otón I, el concepto de identidad europea ha estado en constante evolución. ¿Y Roma? La ciudad eterna, que fue el epicentro de la política y el espiritualismo durante siglos, siempre ha tenido un lugar especial en esta narrativa. Pero, ¿realmente puede Roma reclamar el título de capital de la UE?
Roma: más que un nombre en un mapa
Para entender la posición de Roma en este asunto, debemos recordar que, aunque fue el centro de poder de muchos imperios, su papel cambió con la llegada de la Edad Moderna. A partir de la Reforma y la Ilustración, el papado comenzó a perder su monopolio sobre la autoridad política en Europa. Sin embargo, desde el punto de vista territorial, Roma funcionó durante años como la capital de los Estados Pontificios, un pequeño Estado dentro de una Italia fragmentada.
A medida que la realidad internacional cambió, Roma ha tenido que adaptarse. Aunque es la capital de Italia y de la Santa Sede, su influencia en Europa se ha internacionalizado, convirtiéndose en una ciudad de relevancia mundial en lugar de ser exclusiva de Europa. Es un poco como aquel amigo que, tras un contrato millonario, ya no se encuentra frecuentemente por el barrio.
Identidad milenaria: ¿Qué significa realmente?
La identidad europea ha sido moldeada por símbolos históricos, impresiones culturales e incluso rivalidades políticas. Mientras algunos ven en el cristianismo un hilo unificador, otros advierten que reducir la identidad europea a ello sería simplista y un tanto excluyente. Con tantas culturas, lenguas y tradiciones en juego, es natural preguntarse: ¿realmente el cristianismo es la identidad única y plural de Europa?
Las referencias a la identidad europea son constantes; no inician ni terminan con el cristianismo. Desde las innovaciones artísticas del Renacimiento, las ideas políticas de la Ilustración hasta los debates actuales sobre inmigración y multiculturalismo, Europa se define por un mosaico de influencias.
Con esto en mente, es apropiado volver a la pregunta: ¿debería Roma ser considerada la capital de Europa? A lo largo de los siglos, Roma ha representado una identidad potente, pero esa identidad ha sido parte de un entramado más amplio de culturas.
Un modelo policéntrico para la Unión Europea
La naturaleza misma de la Unión Europea es el resultado de su historia compleja. Las instituciones no se concentran en un lugar, lo que refuerza su carácter policéntrico. En este contexto, elegir varias ciudades para albergar las instituciones no sólo refleja un compromiso con la diversidad, sino que también promueve un sentido de pertenencia entre los diferentes Estados miembros. Este modelo se parece más a un equipo de baloncesto que a una estrella de rock. Mientras que todos los jugadores tienen roles distintos (y a veces desafiantes), cada uno contribuye a la victoria del equipo.
Con sus fortalezas y debilidades, Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo representan ese equilibrio. Bruselas puede ser el lugar que más reconocimiento recibe porque, seamos honestos, la mayoría de la gente no sabría buscar la dirección de la oficina del Banco Central Europeo en Fráncfort si se lo preguntaran a las 3 de la mañana.
La sabiduría en la decisión de la capitalidad
La decisión de los seis Estados fundadores de la Comunidad Económica Europea de repartir las instituciones en varias ciudades no fue casual. Si observamos el mapa de Europa, estas ubicaciones comparten historias, fronteras, y a menudo, mercados. Estas ciudades simbolizan no solo la unión económica, sino también social y cultural.
Ciertamente, elegir Roma habría sido una opción repleta de resonancias históricas, visibilizando su papel en el mundo antiguo y cristiano. Pero, como hemos discutido antes, Roma ya no es solo Londres o París; ha pasado a ser un símbolo de una identidad que ha evolucionado, así como el propio concepto de Europa.
Reflexiones finales: ¿Bruselas o Roma?
Entonces, volvamos a cuestionar el sentido de identidad y representación. ¿Es Bruselas la capital de la UE por la cantidad de oficinas que alberga? ¿Es Roma la representación de los valores y tradiciones que algunos creen que definen a Europa? La realidad es que ninguno de estos lugares puede reclamar la identidad de Europa en su totalidad.
Ambas ciudades traen historias, legados y significados a la palestra. Si bien puede ser que Meloni tenga un punto válido, no debemos olvidar que Europa es un lugar complejo, una mezcla cultural y un cruce de caminos que nos ofrece más de una narrativa.
Como decía un antiguo sabio (y probablemente no tan sabio): “En la diversidad hay belleza y hay fuerza”. Por lo tanto, en este mundo cada vez más interconectado, puede que la respuesta a nuestra pregunta no resida en elegir entre una u otra ciudad, sino en reconocer que la verdadera capital de Europa está en un espacio compartido, una comunidad rica en historia y diversidad, en la que todas las voces tienen cabida.
Esta es la esencia misma de la Unión Europea: una celebración de nuestra historia compartida y de nuestro futuro en común. Así que, ¿quién necesita una sola capital cuando tenemos un continente tan vibrante y diverso?