El pasado 10 de septiembre se conmemoró el tercer centenario de la muerte de Pedro I el Grande, un personaje que, aunque haya estado en la historia durante más de 300 años, sigue resonando en los pasillos del poder ruso contemporáneo. Pero, ¿qué tiene que ver un zar del siglo XVIII con la geopolítica actual? La respuesta puede resultar más complicada de lo que parece, mezclando elementos de historia, identidad nacional y, por supuesto, una buena dosis de intriga política.

Pedro I el Grande: el sembrador de un imperio

Pedro I no solo fue el primer emperador ruso; su historia está marcada por decisiones que transformaron el mapa de Europa. En 1721, tras un largo conflicto conocido como la Gran Guerra del Norte, Rusia salió victoriosa y estableció su poder en el Mar Báltico, lo que le permitió acceder a territorios como Estonia y Carelia. No me malinterpretes, este no es solo un relato de guerras y victorias; es también un relato de un hombre que se destacó por su fuerte personalidad. Un zar que se metía hasta en los asuntos más pequeños, como la agricultura (sí, Pedro I obligó a los campesinos a cambiar su hoz tradicional por la guadaña). ¡Imagínate un zar tomando decisiones sobre tu huerto!

Pedro no se limitó a expandir territorios. Él estaba obsesionado con modernizar su país y traer las influencias europeas a Rusia. Era como aquel amigo que siempre se pone al día con las tendencias de la moda y la tecnología, intentando que nosotros también nos veamos bien. Aunque, en su caso, la moda eran las técnicas militares y la arquitectura barroca, que dieron vida a la espléndida San Petersburgo, una ciudad que él fundó y que no solo es hoy un hermoso destino turístico, sino también un símbolo de su legado imperial.

Vladimir Putin y la sombra de Pedro I

Ahora bien, cruzamos el tiempo hasta el siglo XXI. En un mundo donde incluso las decisiones más simples se sopesan con memes de gatos en las redes sociales, ¿quién podría imaginar que un líder como Vladimir Putin se asocie con un zar del siglo XVIII? Aquí es donde el drama de la política contemporánea cobra vida. Desde su llegada al poder, Putin ha buscado proyectarse como el heredero de la grandeza de Pedro I.

Podemos recordar el notorio discurso que dio en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo en junio de 2022. En medio de la crisis en Ucrania, Putin declaró que “prácticamente nada ha cambiado” desde los días de Pedro I. Habló sobre la recuperación de territorios perdidos y de la constante lucha geopolítica de Rusia. La historia se repite, como suele decirse, pero no siempre es de la misma manera. ¿Podría haber sido más acertado decir que «la historia se recicla»?

La batalla de Poltava como símbolo

Para muchos, la historia gira en torno a la famosa Batalla de Poltava, un evento que, aunque ocurrió hace más de 300 años, sigue siendo relevante en el discurso político ruso. Esta batalla fue decisiva en la Gran Guerra del Norte y marcó un antes y un después para el imperio sueco y el zarato ruso. Si nos vamos un poco más allá, podemos imaginar a Putin aliándose con las tropas ucranianas en un giro inesperado de la historia, ¿verdad? Pero la realidad es que Putin ha utilizado el legado de Pedro I para justificar su expansión territorial y militar. Es un ir y venir de poder entre el pasado y el presente.

Y aquí es donde aparece la figura de Iván Mazepa, el líder cosaco-ucraniano que se unió a los suecos. Curiosamente, Mazepa se ha convertido en un símbolo de traición en la narrativa rusa, en una especie de «villano histórico» que contrasta con el glorioso Pedro I. ¡Los giros argumentales son dignos de una buena telenovela!

De emperador a dictador: la utilización de la historia

La estrategia histórica de Putin se puede entender de varias formas. Por un lado, al utilizar el legado de Pedro I, busca conectarse emocionalmente con un pueblo que, a pesar de todo, anhela la grandeza de su pasado imperial. Por otro lado, la ausencia de un discurso alternativo, que pueda competir con las imágenes tradicionales de los grandes zares, evidencia una debilidad en su narrativa. Es como si alguien intentara venderte un nuevo producto, pero lo único que tuviera son versiones antiguas de lo mismo.

La realidad es que, como destaca el historiador Florentino Portero, el auge del militarismo en Rusia es una respuesta a la falta de opciones viables. «Rusia es solo una potencia militar», dice, y aunque eso puede sonar bastante duro, tiene un trasfondo significativo. Sin una economía diversificada o innovadora, al comparar a Rusia con países como Estados Unidos o China, donde el poder económico se transforma en influencia política, Rusia se aferra a su pasado militar para buscar reconocimiento.

El simbolismo en la memoria colectiva

No todo es estrategia; hay un componente cultural que es igualmente importante. La historia y la memoria juegan un papel crucial en la creación de la identidad nacional. En una invitación del Kremlin para celebrar el legado de Pedro I, Putin no solo busca unidad en la narrativa nacional, sino también reforzar el concepto de sacrificio que ha estado presente a lo largo de la historia rusa. Este sacrificio, que puede compararse con las analogías chiítas sobre la construcción de la nación, se manifiesta en el glorioso pasado militar y en las campañas bélicas.

Curiosamente, durante su visita a San Petersburgo, Putin bendijo la iniciativa del CEO de Gazprom, Alekséi Miller, para erigir un monumento de 82 metros en honor a la victoria sobre Suecia. Lo que puede parecer una simple ceremonia, se convierte en un acto de reafirmación del poder militar ruso en una saga que se puede extender siglos atrás. Pero, ¿realmente necesitan estos actos simbólicos para enraizarse en el presente?

¿Por qué la nostalgia es tan poderosa?

La nostalgia es una emoción sorprendentemente poderosa. Nos lleva a recordar momentos más simples y, a menudo, idealizados del pasado, y puede ser un gran motivador en la política. El uso de figuras históricas en la narrativa contemporánea no es exclusivo de Putin; muchos líderes a lo largo del tiempo han invocado historias de grandeza para conectar con su audiencia.

En este sentido, tenemos un Putin que utiliza el legado de Pedro I para justificar su acción en Ucrania, describiendo su misión como una especie de restauración de antiguos territorios rusos. Sin embargo, la línea entre lo que es historia y lo que es propaganda puede volverse borrosa. Esto trae a la mente la pregunta: ¿realmente podemos confiar en relatos históricos cuando el presente está lleno de intereses políticos?

Reflexiones finales: ¿un ciclo interminable?

Mientras reflexiono sobre todo esto, no puedo evitar evaluar la realidad de la narrativa moderna de Rusia. Como dice el dicho: «La historia siempre se repite, y a menudo se ríe de nosotros». En el caso de la política rusa, parece que el ciclo de expansión y militarismo se repite a través de los siglos, impulsado por líderes que encuentran sus propios Pedro I en una variedad de contextos.

Tal vez lo más significativo de este aniversario de Pedro I es la lección perenne que podemos extraer: la historia no es solo un conjunto de fechas y eventos, sino una fuerza viva que puede ser utilizada, manipulada y reinventada para satisfacer los deseos del presente.

Así que, la próxima vez que escuches a un líder político hablar de héroes y villanos del pasado, tal vez sea prudente recordar que en la historia, al igual que en el teatro, siempre hay más de una interpretación, y quizás, solo quizás, esta interpretación pueda tener repercusiones en el futuro. ¡Y eso es lo que realmente hace que la historia sea fascinante!

Conclusión

El eco de Pedro I sigue resonando en las tierras rusas. Su legado está vivo, no solo en monumentos y batallas, sino en el espíritu de un país que busca afirmarse en el escenario mundial. Y mientras Putin continúa su juego geopolítico quizás la historia se repita una vez más, mostrándonos que el tiempo, en su naturaleza cíclica, es tanto un amigo como un enemigo.

Así que, la próxima vez que te encuentres con la historia, no te limites a leerla. ¡Vívela! Porque como dice un viejo refrán: «El que no conoce su historia, está condenado a repetirla». ¿Acaso el futuro de Rusia está destinado a seguir el camino marcado por sus antiguos líderes? Solo el tiempo lo dirá.