A lo largo de nuestra vida profesional, todos enfrentamos la temida entrevista de trabajo. Ese momento en el que un grupo de desconocidos evalúa si eres lo suficientemente bueno para cumplir un rol que, en la mayoría de los casos, ni siquiera has comenzado a desempeñar. Pero, de vez en cuando, una experiencia peculiar puede cambiar nuestra perspectiva sobre cómo gestionar esta situación. Recuerdo mi primera entrevista de trabajo, cuando entré a la sala y lo primero que vi fue una silla con una pata más corta. Por supuesto, mis pensamientos se centrarían en la posibilidad de caerme por el lado izquierdo. Sin embargo, lo que me dejó pensando, y que ahora entiendo mejor, es cómo esas pequeñas trampas pueden dictar el rumbo de una conversación laboral.

Las primeras impresiones cuentan más de lo que pensamos

Las entrevistas no son solo una mera formalidad donde se verifica que tengas los conocimientos adecuados para el puesto. ¡Oh no! Hay un juego psicológico en marcha. Desde el momento en que cruzas la puerta, el entrevistador comienza a evaluar tu personalidad, tus valores y, lo más importante, tu capacidad para manejar situaciones incómodas.

Esa silla coja que describían en ese fabuloso artículo de Rubén Andrés está diseñada para observar tu comportamiento ante un problema. ¿Te has quedado ahí, tambaleándote? ¿O has sido lo suficientemente astuto como para cambiar de silla? La decisión que tomas, aunque parezca trivial, puede revelar información vital sobre ti que va mucho más allá de lo que puede mostrar tu currículum.

El dilema de la silla: ¿una gran metáfora sobre la vida laboral?

Cuando enfrentas problemas —grandes o pequeños— a menudo hay dos tipos de reacciones: la de aquellos que aceptan la incomodidad y aprenden a lidiar con ella, y la de aquellos que prefieren actuar. Permíteme añadir un poco de humor: ¡me imagino a una persona intentando equilibrarse en una silla coja mientras lanza respuestas como un malabarista profesional! En este caso, un punto para la adaptabilidad.

Entonces, ¿qué elección harías tú? ¿Te quedarías en la silla coja, resistiendo estoicamente la incomodidad mientras intentas proyectar la imagen de la persona perfecta o serías valiente y pedirías un cambio? ¿Serías ese héroe anónimo de la silla, o el «sálvese quien pueda» de un piso de algodón?

¿Eres una persona proactiva o reactiva?

Esta cuestión nos lleva a un estudio de Thomas S. Bateman y J. Michael Crant, publicado en 1993, que identificó que las personas proactivas tienden a tomar el control de su entorno. Entonces, si estás en una situación problemática, como una silla coja, un líder proactivo se levantaría, cambiaría de silla y continuaría la entrevista con una amplia sonrisa. «¡Disculpen, pero necesito un poco más de estabilidad para mi brillante desempeño!», dirían con una confianza admirable.

Por otro lado, y sin querer ser demasiado severo, están aquellos que se quejan de la mala suerte: «¡Esta silla es una pesadilla!». Pero espera, si te ves reflejado en eso, no desesperes. La vida laboral a menudo nos presenta una serie de pruebas que son más sobre cómo respondemos que sobre las habilidades técnicas que poseemos.

La iniciativa puede hacer toda la diferencia

Recuerdo una ocasión en la que, durante una reunión, noté que la luz en la sala era insuficiente. En lugar de permanecer en el silencio incómodo, levanté la mano y pedí que pusieran más luz. ¿Su resultado? No solo mejoró mi visibilidad, sino que también mostró que estaba dispuesto a intervenir por el bien del equipo. De la misma manera, pedirme un cambio de silla durante la entrevista podría ser igual de revelador.

Un estudio realizado por Gary Yukl, un profesor en la Escuela de Negocios de la Universidad de Albany, resalta los rasgos que poseen las personalidades de liderazgo. Para ellos, la acción es primordial. Si bien la vida no requerirá siempre que tomes una decisión fuerte y decidida, una respuesta activa podría ser lo que te separe de otros candidatos.

Trampas comunes: lo que no deberías hacer

Lo peor que puedes hacer es quejarte de la silla coja y quedarte sentado. Esa reacción, además de compasiva hacia ti mismo, hace alarde de una forma pasiva de enfrentarse a los problemas. En vez de concentrarte en la razón de tu presencia ahí, desvían la conversación al terreno personal. Como un foco de atención que en lugar de iluminar lo brillante de tu personalidad, enciende las sombras del pesimismo.

Cómo abordar la incomodidad: estrategia y empatía

Entonces, ¿cómo puedes abordarlo? Aquí hay unos consejos para salir bien parado en esas situaciones incómodas:

  1. Toma un momento para respirar. Antes de hablar, respira profundamente. Te ayudará a calmar tu nerviosismo y centrarte.

  2. Sé sincero. No hay nada de malo en decir: «Siento un poco de incomodidad con esta silla, pero estoy absolutamente comprometido en esta conversación».

  3. Muestra tu sentido del humor. A veces, un comentario ligero puede romper el hielo. «¿Acaso estamos buscando la silla más inestable para la competencia de equilibrio?» Un pequeño giro de humor puede aligerar la atmósfera.

  4. Céntrate en tus habilidades. Aunque la silla cojea, tú no lo harás. Recuerda que tienes mucho que ofrecer y retoma el hilo de la entrevista.

La importancia del contexto y la adaptabilidad

Hay que recordar que el contexto es crucial. En una entrevista, se podría considerar que al cambiar de silla demuestras actitud, respeto por el espacio y capacidad de hacer frente a situaciones que puedan interrumpir el flujo de una conversación. Pero, no olvidemos, cada situación será diferente. Adaptarse correctamente a cada circunstancia siempre será un gran trazo distintivo.

Recuerdo una entrevista en la que el entrevistador estaba más interesado en hablar sobre fútbol que en mis cualificaciones. Aproveché para relatar cómo había liderado un equipo en una competencia local. Esta adaptabilidad no solo mantuvo la conversación fluida, sino que también demostró mi capacidad para conectar y comunicarme.

La reflexión final: sé tú mismo en la sala

En conclusión, entrar a una entrevista de trabajo es como entrar a un escenario en el que debes presentar la mejor versión de ti mismo. Aunque la silla cojee y la situación pueda parecer incómoda, lo más importante es cómo decides manejarlo. En lugar de enfocarte en la incomodidad, centra tu energía en cómo mostrar tu proactividad, tu ingenio y tu capacidad para adaptarte a nuevas circunstancias.

Por lo tanto, la próxima vez que te enfrentes a una situación desafiante, ya sea una entrevista o algún evento en la vida laboral, recuerda la silla coja y pregúntate: “¿Voy a quedarme quieto o me levantaré y cambiaré?”. Está claro que el futuro profesional de uno no se trata solo de lo que sabes, sino también de cómo te enfrentas a las adversidades. La vida laboral está llena de sillas cojas, pero tú decides cómo enfrentarlas. ¡Ánimo y a por ello!