Recientemente, la política se ha convertido en un escenario de constantes controversias y, si eres como yo, probablemente te estés preguntando: ¿por qué parece que a veces los políticos se olvidan de que la caja de la que sacan dinero es la de los contribuyentes? En este artículo, vamos a explorar algunas de las más escandalosas y, a menudo, hilarantes polémicas de gastos en el Ayuntamiento de Zaragoza, donde cada tic-tac del reloj parece contar una nueva historia.

Un guiño a la picaresca política

Si hay algo que caracteriza a la política española, y específicamente a la zaragozana, es su peculiar forma de gastarse el dinero público. A menudo me pregunto si los políticos piensan que el dinero es infinito, como en algunos videojuegos donde puedes disparar monedas al aire y nunca se acaban. Y aunque me encantaría vivir en un mundo así, la realidad es que esos 136 euros en hamburguesas no se van a pagar solos.

En noviembre pasado, el número dos del Ayuntamiento, un tal Jorge Azcón, pagó un fin de semana en Barcelona, dinero que salió de las arcas públicas y que justificó con asistir a un acto… al que nunca asistió. Podría ser un argumento digno de una comedia de enredos, pero aquí no hay risa: es dinero de todos nosotros. ¿Acaso no piensa que podríamos habernos ido todos de fin de semana con esa cantidad de dinero?

Hamburguesas y iPhones: ¿un menú para el despilfarro?

Uno de los momentos más jugosos (y no me refiero a las hamburguesas, aunque también) fue la famosa merienda de 136,70 euros que disfrutaron la alcaldesa, Natalia Chueca, y otros tres consejeros poco después de las elecciones municipales. La excusa fue que era una «comida de trabajo» durante el BurguerFest. Claro, porque nada dice «productividad» como una buena ración de hamburguesas y patatas fritas, ¿no creen?

La alcaldesa se defendió alegando que era una comida de trabajo. ¡Claro! Tal vez los grandes pensadores del mundo se reunían con un batido, ¡quién soy yo para juzgar! Parece que el reembolso vino después, pero la cara de los ciudadanos cuando se enteraron de que sus impuestos se habían utilizado para una jornada gourmet es una imagen que no se olvida fácilmente.

iPhones y palabras malintencionadas

Y luego tenemos el episodio del iPhone de 1,200 euros pagado por el Ayuntamiento para María Navarro, la entonces consejera de Hacienda. Solamente puedo imaginar a María con su nuevo juguete, mientras se pregunta si la factura se fue a la ñapa. «Si hubiese sabido que eso podría suponer un sobrecoste… créanme que jamás lo hubiese pedido,» dijo. Como si eso sonara a disculpa genuina y no a un argumento sacado de un libro de cuentos de hadas, ¿verdad?

Imagina que te detienen por exceso de velocidad y le dices al policía: «Oh, lamento haber superado el límite, si lo hubiese sabido creo que jamás aceleraría.» ¿Te dejaría ir? Yo lo dudo.

Churros y otros accidentes fiscales

Otro episodio que te hará soltar una pequeña risa es el famoso «churrogate» —un gasto de 3,60 euros por una docena de churros. Un verdadero anhelo por los placeres culinarios que se terminó cargando al erario. Eso sí que fue un «dulce» regalo para aquellos diputas provinciales. ¡Vamos, que si eso no es un acto de generosidad pública, no sé qué lo es!

Y qué decir de los lazos naranjas comprados por 7,25 euros para protestar contra la Ley Celaá. No es de extrañar que los ciudadanos pusieran el grito en el cielo por estos gastos, aunque quizás al equipo del Ayuntamiento les pareciera que estaban simplemente promocionando la moda del lazo para la temporada.

Un fofisano en busca de glamour

No podemos olvidar el episodio de la gomina de 16 euros adquirida por el anterior alcalde, Pedro Santisteve. Desde que Azcón le criticó en su momento, uno no puede evitar pensar si la gomina debía haber salido de los bolsillos del primer edil o debería haberse considerado un gasto publicitario. ¿De verdad? ¿Un bote de gomina a costo de los ciudadanos? Espera, ¿nos estamos convirtiendo en un capítulo de Cuéntame?

¿Y qué hay de la ética política?

En todo este mar de polémicas sobre el gasto público, surge una pregunta fundamental: ¿dónde queda la ética política en todo esto? Muchos ciudadanos podrían perder la fe en sus representantes si continúan este tipo de comportamientos. La confianza es la base de la democracia, y cuando los funcionarios parecen tener un «cheque en blanco», las cosas pueden ponerse bastante feas.

Una anécdota personal que me viene a la cabeza es una conversación que tuve con mi abuelo un día sobre su visión de la política. «Gobernar es servir, hijo,» dijo. «Si no puedes hacer eso, mejor vete a casa.» Tal vez deberíamos hacerle una visita a nuestros amigos del Ayuntamiento y recordárselo de vez en cuando.

Cómo debería ser el manejo del dinero público

Lo ideal sería que los gastos del Ayuntamiento se destinaran a proyectos que realmente beneficien a los ciudadanos: mejores infraestructuras, educación de calidad, protección del medio ambiente… la lista es larga. Quizás deberíamos hacer más ruido sobre esto. Después de toda la risa y la pena generada por estos escándalos, está claro que se necesita una voz firme que reclame accountability en la gestión de nuestras ciudades.

Pero, ¿qué pasa si nos adentramos en la realidad de hoy? Las redes sociales pueden ser aliadas en la lucha contra el despilfarro. Por ejemplo, si alguna vez ves un gasto absurdo, hashtag que se mueva para hacerlo viral. Con más de 6 millones de usuarios activos en Twitter en España, una buena campaña puede llegar a las altas esferas. Después de todo, ¿acaso no tenemos el deber de velar por el uso adecuado de nuestros recursos?

Conclusión: humor como resistencia política

Así que aquí lo tenemos: un repaso a las travesuras financieras del Ayuntamiento de Zaragoza. Una mezcla de despilfarros absurdos, justificaciones pintorescas y un par de anécdotas que nos dejan con una sonrisa (a veces amarga) en la cara. Al final, espero que este artículo no solo haya sido un recordatorio de lo absurdos que son ciertos gastos absurdos, sino también un llamado a mantener la risa viva en la política —porque a veces, el humor es la mejor arma que tenemos.

Así que la próxima vez que veas a un político intentar justificar un gasto ridículo, piensa en esto: si ellos pueden salir de la situación con una sonrisa, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros? ¿Acaso no son nuestros impuestos los que les permiten disfrutar de esos lujosos almuerzos? En fin, ¡que vivan las hamburguesas y los churros si son bien invertidos en el futuro de nuestros jóvenes! ¡Salud! 🍔✨


Espero que este extenso y animado recorrido por los entresijos del Ayuntamiento de Zaragoza te haya proporcionado una perspectiva refrescante sobre la situación. Recordemos que, aunque pueda parecer que «la política y el gasto público son un chiste», la verdad es que siempre debemos mantener la mirada crítica y hacer valer nuestro derecho como ciudadanos.