La política en España parece haber entrado en un juego de acertijos donde el enigma principal se centra en las declaraciones del líder de Vox, Santiago Abascal. Hace poco, se atrevió a dejar caer una perla en la red social X (anteriormente conocida como Twitter), sentenciando que “en política internacional y nacional no se puede coincidir con Sánchez”. Podría parecer una obviedad, pero ¿realmente se puede vivir en un mundo en el que una coincidencia es sinónimo de absoluto desacuerdo? Vamos a explorar esta fascinante y caótica dinámica política que parece destinada a hacer que cualquier observador se rasgue las vestiduras.
Coincidir con Sánchez en cualquier contexto: un silencio incómodo
Voy a intentar recordar un evento en el que la política no se había convertido en una especie de teatro absurdo. Imaginemos, por un momento, que hace unos años alguien se frota las manos al leer las intervenciones de las figuras políticas. Era un tiempo en el que, hasta cierto punto, podías encontrar puntos de contacto (más o menos) entre los distintos actores del panorama político. Pero, según Abascal, coincidir con Sánchez en cualquier aspecto —por pequeño que sea— te convierte ipso facto en un cómplice del socialismo. Su razonamiento es tan contundente que puede dar lugar a momentos hilarantes.
Por ejemplo, si mañana Sánchez anunciara que la mejor manera de celebrar un triunfo futbolístico es sólo comiendo churros con chocolate, ¿tendría Vox que declarar la guerra a los churros? Suena ridículo, pero ahí radica la esencia del argumento de Abascal. El riesgo es elevado: en un contexto donde el líder del PSOE se mueve como un político en un partido de ajedrez, ¿cómo se desmarcan todos los demás sin caer en el campo de la contradicción?
Buscar la lógica en el caos: los dilemas de la política
Aquí es donde la cosa se complica. Hoy en día, la política no se parece en nada a la de hace unas décadas —y tampoco a la de hace solo unos años. Santiago Abascal y Vox nos plantean una situación que resulta digna de física cuántica. Cuando uno se plantea si es posible coincidir con Pedro Sánchez, la respuesta más sensata parece ser: “depende”.
Pongamos un ejemplo que no es del todo ficticio: en la última crisis, cuando Sánchez prometió hacer frente a Puigdemont de la forma más severa posible, ¿alcanzaría Vox algún momento de luz en el que dijera “bueno, quizás aquí hay algo que podamos aprobar”? Si lo hicieran, estarían contradiciendo la propia ley que ellos mismos han propuesto.
Y ahí entra en juego el dilema del ser y no ser: ¿es posible explicar que no hay coincidencia sin mencionar lo innecesario? La confusión se vuelve cada vez más densa.
La paradoja del desacuerdo: ¿una batalla imposible?
Santiago Abascal parece vivir en un mundo donde declaraciones rotundas y absolutas son la norma. “No se puede coincidir con Sánchez”, dice. Pero, en un sentido casi cómico, ¿qué sucede si Sánchez da la vuelta a la tortilla y dice “no se puede coincidir con Vox”? Ahora estamos en un bucle sin fin; un juego en el que el ego político se transforma en una especie de divertimento existencial.
En esta danza de desacuerdos, incluso podríamos llegar a preguntarnos: si no podemos coincidir en declaraciones evidentes como “el agua es H₂O”, ¿deberíamos concederle que el cielo es azul? Solo si Aladino se aparece con su lámpara mágica podríamos estar dispuestos a cambiar de opinión.
Y aquí es donde el juego se vuelve divertido y ridículo a la vez. En el próximo momento de la agenda política, imagínate a los dirigentes de Vox, bajo los árboles de un parque, sosteniendo un ukelele y cantando “haz el amor y no la guerra”. Claro, porque resulta que coincidimos en que “hacerse la guerra” nunca es una buena idea, y eso tiene que significar algo importante, ¿no?
De la esencia de la guerra: Ucrania
Hablemos de un tema algo más complicado: Ucrania. Esta es la gran cuestión política que está ocupando los titulares actuales y que parece hacernos girar en círculos, al igual que los mismos líderes que se critican entre sí. Si seguimos la lógica de Abascal, “coincidir” con Sánchez en este campo significaría ser acusado de tener un posicionamiento pro-Putin. ¡Vaya conjunción de ideas!
Resulta irónico que Vox —en muchas de sus intervenciones— mantenga en su discurso ciertos puntos que resuenan más con los planteamientos de la izquierda que con aquellos que tradicionalmente habría considerado su oposición política. Es decir, si se encuentran en la misma línea que aquellos que se dicieron pro-diplomacia para detener la guerra, entonces, según su propia lógica, se están alineando con sus antiguos enemigos.
Es un rompecabezas. Es como haber estado pensando que construías un rompecabezas en 3D y, al final, te das cuenta de que todos los resultados son círculos. Es grotesco desde el punto de vista de la retórica política. ¿Seguirá Vox insistiendo en que no puede compartir mesa con Sánchez, mientras que sus acciones llevan a la anárquica coincidencia de intereses con la extrema izquierda o con partidos radicalmente opuestos?
Reflexiones sobre la hipocresía política
Las premisas de Abascal nos hacen preguntarnos sobre la hipocresía política. En un mundo donde los discursos se multiplican y las ideologías a menudo se diluyen, nos encontramos en medio de un juego de adivinanzas de lógica. Si Vox continúa con la línea de «no nos coincidimos jamás», ¿podrían terminar sentados a la misma mesa como si estuvieran discutiendo sobre el último reality show de Netflix?
En ocasiones me pregunto: ¿acaso las ideologías no han perdido su vigencia y se han convertido en plataformas para competir en el espectáculo de la política? He visto debates en los que la cantidad de aplausos y abucheos a veces se manifiestan más como una sinfonía cómica, que como un análisis profundo sobre el destino del país.
Por lo tanto, mientras observamos la dinámica de confrontación entre Vox y el resto del panorama político, resulta obvio que el dilema es menos sobre encontrar la verdad y más sobre guardar las apariencias.
Conclusiones: Un laberinto de contradicciones
La política en España se ha vuelto un laberinto de contradicciones, y al mismo tiempo, un espectáculo lleno de giros inesperados. Así como en una comedia clásica, a veces las respuestas parecen hiladas con el hilo de la ironía. El liderazgo de Abascal es un gran espejo que refleja no sólo su propio absurdo apoyo a sus políticas, sino también la construcción de un escenario político cuyo resultado es cada vez más impresionante, pero cada vez más confuso.
En definitiva, aunque a veces pueda parecer que la política se asemeja a un gran circo y que sea imposible ponerse de acuerdo, sigo creyendo que en su caos hay un atisbo de sentido. Aunque el camino esté sembrado de contradicciones, la política siempre será un ejercicio de diálogo y reflexión, aunque a veces nos haga reír, llorar y preguntarnos si alguna vez realmente entenderemos lo que se está cocinando en la cúpula del poder.
Así, mientras la historia continúa desdoblándose en esta danza de coincidencias y desencuentros, me pregunto: ¿quién más estará dispuesto a poner su mano sobre el fuego para resolver el laberinto? Sin embargo, lo que parece claro es que, si hay algo que abunda en esta baraja de cartas, son precisamente las ironías.