Ah, la política española. En un país donde la gente puede hablar de sus «amigas de la noche» con la misma facilidad que de las croquetas de su madre, no es de extrañar que a veces nos encontremos con situaciones dignas de una comedia romántica… o un drama de horror. Desde escándalos públicos hasta declaraciones que nos dejan más confundidos que un gato en una tienda de vidrio, el mundo de la política puede ser un circo emocionante. Pero, ¿dónde queda nuestra dignidad en todo esto?

El momento revelador: una anécdota de viaje

Déjenme contarles una pequeña historia personal. Con 18 años recién cumplidos, me embarqué en una aventura europea con mi mejor amiga. Después de recorrer varias ciudades, hicimos escala en París. Estábamos en un vagón del metro cuando un individuo, sin ninguna vergüenza y con una gabardina inconfundible, decidió darnos una «muestra» más que indecente. Las imágenes son difíciles de olvidar y más aún, las reflexiones profundas que surgieron de esa experiencia.

Mientras yo me quedaba paralizada, pensando en las razones que podrían llevar a alguien a hacer eso, mi amiga rompió el hielo con una risa contagiosa. En perfecto francés, le hizo saber que no éramos desconocidas del concepto de pudor. Y ahí estaba yo, preguntándome por qué se sienten algunas personas tan cómodas exhibiendo sus «vergüenzas». Sin embargo, la escena fue una hermosa representación de cómo la risa puede romper las barreras del escándalo y la incomodidad.

Lo que aquella experiencia me enseñó, quizás, es que el público, al igual que en la política, también tiene sus momentos de impudicia. A menudo, las fronteras de lo que consideramos aceptable se desdibujan, y la vergüenza se convierte en un concepto abstracto, donde todo vale. Pero, ¿es realmente así en el contexto de nuestras instituciones?

El escándalo reciente: un reflejo de la cultura del “sin pudor”

Por si no se han enterado, el circo de la política española se encuentra en una de sus funciones más intrigantes —y por momentos ridículas—, donde las vergüenzas se airean con alegría. Hablamos de escándalos, acusaciones y unos cuerpos en la arena que se empeñan más en escandalizar que en recuperar la dignidad. Temas como el “caso Delcy”, las declaraciones de la ministra Alegría y los escarceos corruptos en torno a otros miembros del gobierno son solo la punta del iceberg.

Aristóteles tenía razón cuando decía que «la saciedad cría insolencia». ¿Cómo es posible que aquellos que están en el poder actúen con la misma desfachatez que el exhibicionista del metro parisino? Se nos muestran constantemente las entrañas de un sistema que parece más un juego de niños que una estructura destinada a servirnos.

Es como si estos políticos pensaran que su escándalo personal no debería afectarnos. O peor aún, que simplemente no importa. Tienen la capacidad de “marcar” en la sociedad con sus decisiones, y aún así, ni un ápice de vergüenza. Pero… ¿deberíamos nosotros permitirlo? ¿No debería haber un estándar de conducta?

El significado del pudor: más allá de la modestia

Antes de que nos adentremos demasiado en el ciclo de desesperación política, es fundamental aclarar que abogar por el pudor no equivale a abogar por la represión. El pudor es una forma de expresar respeto por uno mismo y por los demás, algo que parece ausente en muchos discursos políticos actuales.

Algunos podrían decir que este concepto es obsoleto, algo “de otra época”. Pero yo creo que necesitamos un retorno al pudor, tal como lo propuso Wendy Shalit en su obra. ¿Acaso no sería refrescante ver a nuestros líderes actuar con un poco más de discreción?

Recordemos que el pudor no implica ser mojigato, sino un componente esencial para una relación saludable con nuestra intimidad y nuestros valores. Es como el sentido del humor, que puede ser oscuro y cortante, pero siempre debería tener un toque de bondad.

En este contexto, cada escándalo revela las inseguridades de un sistema que busca constantemente ser más grande que la vida. Tal vez la verdadera tragedia no radique en los actos de los políticos, sino en nuestra incapacidad para poner fin a este ciclo —más que anónimo— de exhibicionismo y falta de respeto.

La necesidad de un cambio real y consciente

La verdad es que debemos desear algo más que un mero cambio de caras en el gobierno. Hay un verdadero vacío de integridad que necesita ser llenado con convicciones auténticas y un compromiso con la responsabilidad. No hay otra forma de abordar este estado de las cosas.

Cuando los ojos del mundo están puestos en nosotros, no podemos simplemente mantenernos a la defensiva; debemos actuar con determinación e integridad. Aprender a reirnos de nosotros mismos es vital, pero también lo es reconocer cuándo es el momento de detenerse y cuestionar nuestras decisiones.

Cada vez que un político aparece en la televisión diciendo «no sé de qué me hablan«, creo que se me revuelven los intestinos. En lugar de jugar al «mira, no toques», nosotros deberíamos, como ciudadanos, exigir claridad y honestidad. Parece que olvidamos que tenemos la opción de pedir rendición de cuentas.

El poder del pudor: recuperando el respeto

El pudor, cuando se trata de relaciones personales y políticas, puede convertirse en un poderoso aliado. Puede dar lugar a un nuevo tipo de política, donde se abraza la humildad. ¿Quién podría negarse a la idea de políticos que sienten un respeto genuino hacia su papel? No es necesario un altavoz ni un escándalo para marcar la diferencia; a veces, el silencio y la reflexión son más elocuentes.

Recuperar ese sentido de respeto tanto a nivel personal como institucional no es solo una cuestión de sanidad emocional, sino una verdadera revolución social. Imaginemos un escenario en el que nuestros líderes se abstienen de exhibicionismos innecesarios y adoptan una postura más ética. ¡Qué hermoso sería eso!

¿Y qué hay de nosotros? ¿Cómo podemos contribuir a esta nueva narrativa? A menudo la solución puede ser tan simple como hablar. Al menos, podríamos comenzar a compartir nuestras inquietudes sobre estos temas comunes y hacer eco de nuestros valores en voz alta, sin temor.

Conclusión: el futuro del pudor en la política

En última instancia, no se trata de vivir en un mundo de conveniencias o de dejar de lado el sentido del humor. La realidad es que las sombras de los escándalos nunca desaparecerán por completo, pero podemos elegir cómo reaccionar ante ellos.

Si hay algo que espero que saquemos de estos momentos, es la comprensión de que el pudor puede ser un faro de luz en medio de la oscuridad política. Así que, mientras nuestros líderes corran el riesgo de desnudarse, quizás deberíamos ser nosotros quienes les recordemos cómo es realmente vestirse con dignidad.

Entonces, la próxima vez que escuches sobre un escándalo o un acto de vergüenza, recuerda esa etapa en tu vida, donde el pudor y la risa podían coexistir. Quizás, solo quizás, ese sea el primer paso hacia un cambio real en la política española. Así que, por el bien de todos, ¡abracemos el pudor y dejemos las vergüenzas donde pertenecen: en el olvido!