La historia de la corrupción política en España tiene capítulos que parecen sacados de una novela de ficción, donde los personajes son políticos metidos en líos, empresarios con negocios turbios y un entramado de favores y prebendas que haría sonrojar al más audaz de los guionistas. Hoy, nos adentramos en la intrincada telaraña de la corrupción en Estepona, Málaga. Acompáñame a conocer cómo se desarrolló esta crónica que nos muestra lo fácil que es olvidar que la política debería estar al servicio de la ciudadanía, y no al contrario.

Un viaje de diez años hacia la luz

No es que los ciudadanos de Estepona estuvieran viviendo en una película de culto, pero entre 2003 y 2018 se desmoronó un entramado corrupto que involucró a miembros del PSOE y del Partido de Estepona (PES), en complicidad con otros partidos como IU y el PA. La trama se fue deslizándose en los estratos de la administración pública, como una gota de aceite en agua. ¿No es curioso cómo a veces el tiempo es un factor crucial para revelar verdades que deberían haber estado allí, a simple vista?

Según un informe fiscal, todo comenzó con declaraciones complejas y acusaciones de corrupción que se fueron agolpando a lo largo de los años. Las armas de esta guerra política no eran explosivos, sino viajes, cenas, regalos ostentosos y, sobre todo, esa odiosa “Caja B” que muchos políticos parecen manejar como si fueran cajas de sorpresas.

Recuerdo una vez que, en una conversación con amigos sobre política, uno de ellos mencionó que “lo único que cambia en la política son los colores de las corbatas”, y aunque lo dijo con una risa sarcástica, lo cierto es que se siente una pizca de verdad en esa frase. ¿No es triste que la misma historia de corrupción se repita en diferentes ámbitos?
El ilustre Antonio Barrientos, un nombre que resonaría en los pasillos de la Fiscalía, era uno de esos políticos que ahorró hasta un 71% de su sueldo gracias a los favores que recibía. ¡Vaya con el amigo Antonio! No contento con su salario, disfrutó de un festín de obsequios que incluía botellas de vino de gran reserva y puros finos. ¿Acaso pensaba que el ciudadano no se daría cuenta de su estilo de vida «exuberante»?

El divertido juego de los regalos con precios desorbitados

Barrientos no estaba solo en este espectáculo extravagante de corrupción. José Flores, el jefe del Gabinete de Alcaldía, demostró ser un experto en lo que los empresarios suelen llamar “relaciones públicas”. Según se detalla en el informe, se le llegó a pagar 932,50 euros para disfrutar de actividades en un club de alterne. Aunque no sé tú, pero a mí no me parece el tipo de «networking» que nos venden en los cursos de marketing. ¡Imagínate a Flores entablando relaciones con los empresarios del futuro en una sala privada!

Y no solo él, su segundo de a bordo, Francisco González, también disfrutó de su parte del botín. Quien fuera su subordinado no solo administraba expedientes; también parecía tener un calendario de vacaciones que incluía destinos exóticos como Tanzania y Zanzíbar. ¿Acaso tenía un pasaporte diplomático? Todo esto es un recordatorio de que a veces nos ahorramos el esfuerzo de analizar la manera en que se mueve el dinero en la política.

Te preguntarás, ¿qué pasaría si hiciera esto un ciudadano común? Probablemente terminaría bajo un buen par de grilletes y con un número asignado en la cárcel. Pero como siempre, hay una corriente en esta historia que suena a “quien tiene el poder, tiene la impunidad”.

Más de un millón de razones para corromperse

Cuando se habla de corrupción, muchas veces se menciona el dinero como el gran protagonista. En el caso de Estepona, las cifras son realmente alarmantes. En total, la Fiscalía investigó a 36 personas implicadas en esta trama y descubrió un ecosistema económico inquietante: desde empresas sin empleados hasta sociedades pantalla que ocultaban las transacciones.

Juan Ignacio Crespo, líder del PES, no se quedó atrás. Se encuentra entre los que manejaban dinero en efectivo como si se tratara de caramelos en una fiesta de cumpleaños. Se suponía que 42.000 euros de sus 136.000 gastados en muebles tenían un origen oscuro, aunque nos gustaría creer que al menos decoraban bien su hogar. ¿Es posible que algunos muebles sean tan caros que oculten el escándalo? Bueno, en este caso, parece que sí.

Y es que esta historia no terminó solo en inhabilitaciones y multas. Se dice que la corrupción es el «VAR de la política», según un abogado defensor que se atrevió a calificar el juicio como tal, después de escuchar cómo muchas pruebas fueron desechadas y cómo las escuchas telefónicas, cruciales para la justicia, quedaron en el aire. ¿Es esta una manera de asegurar que los realmente culpables nunca paguen por sus crímenes?

El triste desenlace: años de impunidad

Después de 17 años, parece que el episodio de Estepona concluyó con un triste eco. Las esperadas penas de prisión se convirtieron en multas e inhabilitaciones para sus protagonistas. La justice delayed is justice denied —una justicia retrasada es una justicia denegada— resuena en los corazones de aquellos que esperaban que finalmente se hiciera justicia.

En el fondo de esta historia, hay una pregunta que quizás deberíamos hacernos. ¿Qué pasará con los ciudadanos que se dieron cuenta y no hicieron nada? ¿Con aquellos que, al ver cómo sus impuestos se evaporan en la corrupción, optaron por mirar para otro lado? Tal vez muchos se sientan desilusionados.

Y es que la verdadera lección aquí es que, a pesar de las leyes y las normativas, la corrupción encuentra siempre una forma de hacerse con el control. ¿Es posible cambiar esta dinámica? Claro que sí, pero para ello necesitamos que la ciudadanía despierte y empiece a ejercer su poder.

Reflexiones finales: el verdadero costo de la corrupción

La corrupción en Estepona ha sido una historia desgastante, que nos deja una amalgama de emociones: impotencia, decepción, y quizás algún atisbo de esperanza. Porque si algo nos ha enseñado esta historia más allá de las lecciones que han dejado las incontables ilegalidades, es que el cambio es posible.

Para mí, un sencillo ciudadano, siempre me queda la pregunta: ¿estamos dispuestos a luchar por la transparencia y exigir accountability de nuestros líderes? Si hemos aprendido algo de siglos de historia, es que la desidia solo alimenta la corrupción. Es hora de abrir la mirada, involucrarnos y, sobre todo, exigir que aquellos que prometen servirnos se queden en el camino de los valores y el honor, no en la senda de la corrupción y la deshonra.

El viaje hacia un futuro que honestamente se alinee con nuestras esperanzas está lleno de desafíos, y aunque puede parecer una batalla cuesta arriba, es una lucha que vale la pena emprender. Porque después de todo, ¿quién no quiere vivir en un lugar donde la justicia y la ética prevalezcan?

Así que, amigos, tomemos esta historia de Estepona como un recordatorio de que la corrupción no tiene que ser nuestro destino. Solo depende de nosotros decidir si vamos a dejarlo así o si actuaremos para cambiar el rumbo.