El escenario político español está que arde. Si pensabas que era difícil seguir el hilo de los dramas de la realeza, bienvenido al mundo de la Fiscalía General del Estado. En este último episodio de «¿Quién se ha quedado con mi WhatsApp?», tenemos a Álvaro García Ortiz, el fiscal general, en el ojo del huracán tras un maquinal (aunque sospechoso) borrado de mensajes. ¡Vamos a desglosar esta novela en la que ni siquiera los mejores escritores podrían haber imaginado un giro así!
Un día para borrar y olvidar
El pasado 16 de octubre, un simple dedo del fiscal general del Estado hizo clic en «borrar» y, con ello, se desató una serie de eventos que tendría a cualquier aficionado a las conspiraciones dando vueltas. En ese preciso momento, el Tribunal Supremo lo imputaba por supuestamente filtrar información confidencial relacionada con la pareja de Isabel Díaz Ayuso, Alberto González Amador. ¿Coincidencia? La UCO de la Guardia Civil no lo cree.
Un informe al que tuvo acceso el periódico 20minutos señala que todos los mensajes de WhatsApp fueron completamente borrados intencionadamente. No hay rastro de un solo «emoji» que salve a García Ortiz de una situación que ya de por sí es bastante incómoda. ¿Y quién no ha querido borrar un par de mensajes por vergüenza o, seamos realistas, en un momento de pánico? Pero, como dice el refrán, a veces lo que se oculta termina saliendo a la luz, como ese tarro de encurtidos en la parte de atrás de la nevera.
La búsqueda de mensajes: un juego del gato y el ratón
El juez, en su anhelo por descubrir qué sucede detrás de esta cortina de SMS borrados, solicitó a la UCO investigar la posibilidad de recuperar los mensajes del fiscal general. Sin embargo, parece que la Guardia Civil ha quedado tan desconcertada como si hubiera intentado encontrar el control remoto debajo del sofá. Según el informe, no han podido recuperar nada. Y eso no es todo, ya que el propio García Ortiz decidió borrar su cuenta de Google. ¡Es como si un niño pequeño decidiera morderse la lengua justo antes de que le pregunten si se comió la galleta!
Tener una cuenta de Google sería como tener un seguro de vida en este caso. Se multiplican las preguntas: ¿qué escondía? ¿Estaba realmente tratando de proteger información delicada o simplemente actuó por instinto? A menudo, la verdad resulta ser más extraña que la ficción.
Cuando el teléfono cobra vida: el registro de llamadas
Una de las mayores sorpresas del informe es la cantidad de llamadas que García Ortiz realizó entre el 8 y el 14 de marzo. Un total de 123 llamadas. Eso es más que el promedio de llamadas que realiza un adolescente en plena etapa de enamoramiento. Y todo esto fue antes y durante la filtración de correos confidenciales relacionados con la estrategia legal de González Amador.
Aparentemente, el día 13 de marzo fue el día más ajetreado para el fiscal, con una serie de llamadas a Almudena Lastra, la jefa de prensa de la Fiscalía y, sorprendentemente, a la ex fiscal general Dolores Delgado. Nos preguntamos: ¿qué se decían en esos momentos críticos? ¿Estaría García Ortiz tratando de tranquilizarse con charlas motivacionales mientras el mundo se desmoronaba a su alrededor?
El dilema del Senado y el futuro inminente
El 18 de febrero, el futuro de Álvaro García Ortiz se enfrentará a su mayor prueba: comparecerá en el Senado. Habrá que atarse los cinturones, porque esto promete ser un espectáculo digno de prime time. ¿Se mostrará seguro en sus respuestas o brillará por su ausencia, como un comediante mal preparado?
La Abogacía del Estado, que defiende al fiscal, y la fiscal encargada del caso han interpuesto recursos ante la Sala de Apelaciones del Supremo. El registro de despachos fue clave en esta investigación, pero una decisión favorable para García Ortiz podría lanzar los hallazgos a la papelera de reciclaje. Es el equivalentea tener un superpoder y decidir no usarlo…
Reflexiones finales: ¿Y ahora qué?
A medida que el telón se despliega sobre este drama político, la situación de Álvaro García Ortiz deja muchas preguntas sin respuesta. La ética en el poder, la privacidad de la información y las repercusiones de las acciones, nos hacen cuestionar hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para proteger nuestros secretos. Todos hemos estado ahí; hemos ocultado algo, ya sea por decisión o por un simple olvido. Pero en este caso, las implicaciones son gigantescas.
Cada vez que me siento a escribir sobre política, no puedo evitar recordar un consejo que me dio mi abuelo: «Siempre hay que tener un plan de escape». Pero suena bien en teoría, ¿verdad? En la vida real, cuando un teléfono se convierte en un caso de estudio, se vuelve más complicado.
La historia que estamos presenciando en torno a Álvaro García Ortiz es solo un ejemplo más de cuánto puede ocultar un simple clic. ¿Cuánto se puede perder en un instante? La respuesta, amigos míos, podría costarle la carrera a un fiscal general y abrir una caja de Pandora sobre la confidencialidad en situaciones delicadas.
Por eso, en un mundo donde todo se guarda en la nube, no estaría de más pensar dos veces antes de pulsar el botón de «borrar». ¡Hasta la próxima, y que este episodio sea solo un acento en el camino, y no el final de la historia!