Los espectáculos taurinos, una tradición tan arraigada en varias regiones de España, han estado en el centro de un intenso debate en los últimos años, especialmente en lo que respecta a la presencia de menores en estos eventos. Hablemos de la normativa actual, ¡porque es más complicado que desmadejar un ovillo de lana!

La ley gallega: un faro en medio de la oscuridad

Comencemos con Galicia, donde solo la Comunidad Autónoma ha puesto el freno y ha decidido proteger a los más pequeños. La ley 10/2017, promulgada el 27 de diciembre de ese año, prohíbe la entrada a los espectáculos taurinos a los menores de 12 años. Suena sensato, ¿no? Después de todo, ¿quién quiere que un niño esté expuesto a la violencia y la sangre de un espectáculo taurino? El artículo 16 de dicha norma establece que el acceso de los menores a establecimientos abiertos al público debe respetar la normativa sobre la protección integral de la infancia y la adolescencia.

¿No es curioso cómo estos temas pueden abrir profundos diálogos en la sociedad? A veces, me pregunto si en las reuniones de bar y café de mis amigos habrá una votación para prohibir que los niños vean ciertos programas de televisión. ¡Pienso en antiguos dibujos animados que, ahora que lo reviso, tal vez no debieron existir nunca!

Baleares: el vaivén de la normativa

No obstante, en las Islas Baleares la historia es diferente. La ley 9/2017 fue inicialmente una defensa de la infancia, prohibiendo la entrada a los menores de 18 años a las plazas de toros. Sin embargo, como un mal día en una corrida, esa prohibición ha sido eliminada por los votos del PP y Vox, permitiendo así que los menores de 18 años, y hasta los de 16 años si están acompañados por un adulto, puedan disfrutar del espectáculo.

Imaginemos a un padre, tal vez yo en un universo alternativo, llevando a su hijo a una corrida. «¡Mira, hijo! Aquí tienes un ejemplo perfecto de cómo ser un hombre (o una mujer) valiente», como si no tuviéramos otras opciones en la cultura pop moderna.

La normativa nacional: entre la protección y la tradición

A nivel nacional, la normativa no es tan clara. El reglamento taurino en España no establece distinciones referentes a la edad para ser espectador. Aquí, el reglamento estatal equipara los derechos y deberes de los espectadores, dejando a la interpretación de cada comunidad autónoma la decisión de permitir o prohibir la entrada de menores.

Incluso en el País Vasco, solo se permite la entrada de menores de 16 años si están acompañados por un adulto, mientras que en Navarra no se permiten menores de 16 entre los participantes de espectáculos populares tradicionales. El requisito general es tener 16 años cumplidos para torear en público. Es como si estuviéramos en un limbo legal en el que no se sabe si los menores deben disfrutar de estas tradiciones culturales o ser protegidos de ellas.

La ley de protección animal: ¿una contradicción?

En marzo de 2023, se aprobó una ley nacional sobre los derechos y el bienestar de los animales que, irónicamente, no impacta en los espectáculos taurinos, pues se considera parte del “patrimonio cultural” de España. Un momento: ¿cómo puede algo que involucra el sufrimiento de un animal ser considerado patrimonio cultural? Esto suena a una charla intensa en la sobremesa, llena de gestos y miradas profundas.

Me imagino a una abuela hablando con un niño de 8 años durante esa comida familiar del domingo: «Bien, cariño, ahora que eres mayor, podemos discutir el por qué un toro debe ser parte del espectáculo cultural». ¿Pero realmente son necesarios esos momentos de reflexión en un almuerzo familiar?

¿Por qué se sigue permitiendo la presencia de menores?

El dilema que enfrentamos en este contexto es la cuestión de los valores culturales frente a la protección infantil. Algunos argumentan que la presencia de menores en eventos taurinos fomenta el entendimiento de las tradiciones culturales. En otras palabras, va más allá de una simple corrida; se trata de una educación en torno a sus raíces. Pero, ¿de verdad necesitamos que nuestros jóvenes aprendan sobre la muerte y la sangre en vez de, yo qué sé, aprender a cocinar un buen plato de paella?

¿Te imaginas a un niño que, tras ver la corrida, se va a casa y decide que quiere ser torero? ¡Un tierno pensamiento! Pero también hay un lado oscuro en esa decisión, sobre la presión que les puede generar la visión de un mundo que está relacionado con la violencia y la agitación.

Las voces en contra

Las voces a favor de permitir a los menores en las plazas de toros se apoyan en la defensa de la tradición y la cultura. ¿No es interesante cómo las tradiciones a menudo chocan con un mundo en evolución? Pero, por otro lado, los defensores de los derechos de los animales y algunos sectores de la sociedad claman en contra de esta norma, argumentando que es esencial proteger a los menores de espectáculos que podrían afectar gravemente su sensibilidad.

En mi experiencia, la sensibilidad infantil es algo que debemos cuidar, como cuidamos un buen cactus en una ventana soleada. Así que, ¿por qué arriesgar esa sensibilidad a costa de una tradición que podría adaptarse y evolucionar en el tiempo?

Una perspectiva personal

Como amante de la cultura y las tradiciones, he podido disfrutar de muchas formas de arte a lo largo de mi vida, ya sea en la música, el teatro o, a veces, en los eventos más sorprendentes. ¿Pero corridas de toros? Ahí es donde muy poco me atrapa. Recuerdo la primera vez que asistí a un evento cultural diferente, una fiesta que celebraba la comida y el vino, donde no había sangre, únicamente sonrisas y deleites en los paladares.

Creo que la cultura puede ser igualmente rica y emocionante sin requerir la exposición a la violencia. Y aunque entiendo que las tradiciones juegan un papel significativo, quizás deberíamos replantearnos cuál es el futuro que queremos para las generaciones venideras.

¿Y ahora qué?

En resumen, mientras que en Galicia hay normas claras para proteger a los menores, en Baleares las leyes fluyen como un río revuelto, permitiendo que los menores se vean inmersos en espectáculos que pueden no ser apropiados. La normativa nacional, por su parte, parece más un laberinto de contradicciones que un formato claro y directo.

El futuro de la presencia de menores en espectáculos taurinos dependerá no solo de la evolución de la normativa, sino también de cómo la sociedad en su conjunto decida equilibrar su amor por la cultura con la necesaria protección de quienes aún están formándose.

Si hay una cosa que queda clara, es que este no es un debate que se resolverá de la noche a la mañana. Pero, ¿no deberíamos aspirar a un mundo donde la cultura no sólo pueda ser cumplida, sino también rica en respeto, sobre todo hacia nuestra infancia? Solo el tiempo lo dirá.

Y ya para terminar, ¿será que algún día podamos ir a una corrida de toros sin sentir que estamos en una película de terror clasificada para adultos? Estoy seguro de que, si me invitan, solo iría por las palomitas.


¡Eso es todo! Espero que, al final, este artículo no sólo les haya proporcionado una comprensión más profunda sobre el tema, sino que también los haya llevado a reflexionar y, por qué no, a compartir algunas risas sobre nuestras experiencias con la cultura y la tradición.