A veces, la vida nos presenta historias que resuenan tanto en nosotros que parecen haber sido escritas para ser contadas una y otra vez. Quizás esto es lo que sucede con la historia de La sombra de la tierra, una nueva serie española ambientada en 1896 que, a través de dos mujeres fuertes, nos ofrece un intrigante eco de la lucha por el poder en un entorno empobrecido y lleno de adversidades. Pero, ¿cómo puede una historia de rivalidad entre dos vecinas dejarnos reflexionando sobre cuestiones tan relevantes como la ambición, el egoísmo y la herencia emocional?

Villaveza del Agua: el trasfondo de una lucha épica

La primera vez que escuché sobre Villaveza del Agua, pensé que era un lugar sacado de un cuento medieval, o quizás de uno de esos foros que todos tenemos, donde se discute sobre el «pueblo más bonito de España». Pero no, Villaveza es un pequeño pero significativo vecino de Zamora, con su historia que se remonta a tiempos inmemoriales y, como muchos lugares de España, marcado por una mezcla de belleza y sufrimiento.

Con solo 200 habitantes, este pueblo se convierte en el telón de fondo perfecto para la serie, mostrando cómo de un entorno donde el hambre y la pobreza son protagonistas se puede extraer una narrativa poderosa sobre las relaciones humanas. ¿Acaso no hay algo cautivador en presenciar la lucha de titanes en un escenario que parece tan banal a simple vista?

La serie gira en torno a dos mujeres: Garibalda y Atilana. La primera, interpretada por Adelfa Calvo, es una viuda enferma que ejerce un control estricto sobre la comunidad. La segunda, Atilana, encarnada por María Morales, aspira a tomar ese poder para sí misma. Es un juego de ajedrez humano, donde cada movimiento puede tener consecuencias devastadoras no solo para ellas, sino para sus hijos y todos los que las rodean.

Un guion con más capas que una cebolla

Una de las cosas que más me atrae de La sombra de la tierra es cómo el guion aborda las complejidades de la ambición femenina. Con una narrativa escrita por Elvira Mínguez, quien también dirige y es oriunda de esos lares, la serie no se contenta con una mera caricatura de las luchas de poder. Al contrario, revela las motivaciones profundas y las heridas emocionales que arrastran ambas protagonistas.

Recuerdo una conversación con una amiga acerca de cómo, en el mundo actual, a menudo las mujeres enfrentan la misma tensa batalla por el reconocimiento o la posición que Garibalda y Atilana viven en el siglo XIX. De hecho, muchas de nosotras nos hemos encontrado en situaciones donde parece que nuestra voz debe ser más fuerte para ser escuchada, o donde las rivalidades pueden ser más destructivas que colaborativas.

Esa lucha entre Garibalda y Atilana también nos refleja a todos. ¿No hemos sentido alguna vez que teníamos que luchar no solo contra el sistema, sino también contra aquellas personas que supuestamente deberían ser nuestras aliadas? Es un círculo vicioso, una herencia de la que difícilmente escapamos.

El poder de las actrices: talentosas y cautivadoras

Las actuaciones de Adelfa Calvo y María Morales juegan un papel crucial en transmitir la intensidad de la lucha entre las dos mujeres. Cada poro de sus pieles parece estar cargado de deseos, trivialidades y frustraciones. En el Festival de San Sebastián, donde se presentó la serie, la recepción fue increíblemente positiva. La conexión que establecen las actrices con sus personajes trasciende la pantalla, llevándonos a un territorio donde podemos sentir la tensión casi palpable.

Recordando mi propio camino como escritor, a menudo he luchado con personajes que no terminan de resonar. Me acuerdo de una obra que escribí hace unos años, donde dos amigas se convirtieron en rivales debido al amor de un hombre. Trivial, ¿verdad? Pero lo que aprendí en ese proceso es que cualquier rivalidad puede elevarse a niveles casi míticos si se pone en manos de las actuantes correctas.

La dirección: un sello distintivo

La dirección de Elvira Mínguez no deja mucho al azar. Con un Goya en su haber por Tapas, Mínguez aporta su habilidad innata para construir atmósferas de tensión y emoción. Es como si, en cada escena, pudiéramos sentir el frío aire de la comarca zamorana mezclándose con la calidez de las interacciones humanas.

Y, por supuesto, el simbolismo de la ambientación en un pueblo como Villaveza del Agua no puede ser subestimado. La historia del lugar, sus tradiciones y sus leyendas, se entrelazan con la trama de la serie, proporcionando un sentido de lugar que hace que los personajes y sus conflictos sean aún más palpables. Hay algo en esos parajes naturales y en la iglesia de San Salvador que invita a una reflexión más profunda sobre la lucha entre la luz y la oscuridad, tanto en el entorno externo como en el interno.

Un final que invita a la reflexión

A medida que avanza la serie, la lucha entre Garibalda y Atilana se intensifica, llevando a los espectadores a la pregunta inevitable: ¿qué sacrificios estamos dispuestos a hacer por el poder? Es fácil criticar a las antagonistas desde nuestra cómoda butaca, pero, vamos, ¿quién de nosotros no ha tenido un sueño que nos hizo perder la cabeza de vez en cuando?

Al final de los cuatro episodios, la serie nos deja con una sensación de inquietud. Los hijos de Garibalda y Atilana se convierten en las verdaderas víctimas de esta lucha. Y eso nos lleva a pensar: ¿no es esto lo que sucede en la vida real? Las decisiones tomadas por una generación pueden afectar a la siguiente de maneras insospechadas.

Reflexiones finales: una serie que trasciende su época

La sombra de la tierra no solo es una historia sobre la rivalidad entre dos mujeres; es un testimonio del deseo humano de poder, control y reconocimiento. Nos recuerda que, a menudo, las batallas más duras se libran dentro de nosotros mismos y que, sin empatía y comprensión, podemos terminar haciendo un daño que trasciende nuestras propias luchas.

Con todo esto en mente, puedo concluir que la serie es más que un drama de época, es un espejo donde todos podemos ver nuestras propias luchas y, quién sabe, tal vez empezar a encontrar más colaboración que rivalidad.

Así que, si no has visto todavía La sombra de la tierra, te animo a que te sientes en tu sofá, prepares un buen tazón de palomitas (o solo un buen vaso de vino, no juzgo) y te dejes llevar por esta intrigante historia. Pero, advierto, puede que acabes reflexionando más de lo que imaginas, y, a lo mejor, salgas con una nueva perspectiva sobre el poder y la pertenencia.

¿Y tú, qué opinas sobre las rivalidades femeninas en el contexto actual? ¿Sabes de alguna historia que destaque este tema? Házmelo saber en los comentarios.