El pasado 29 de octubre, España fue azotada por una tormenta descomunal, más conocida como DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), que trajo consigo lluvias torrenciales y devastadores desbordamientos. El resultado fue trágico: más de 220 víctimas fatales que dejaron un profundo impacto en las comunidades afectadas. En medio de este doloroso panorama, la ausencia de líderes políticos en el funeral ha suscitado una ola de críticas y preguntas. ¿Estamos realmente en el camino correcto en tiempos de crisis? ¿Qué significa la política en estos momentos de desesperación?

Con el objetivo de arrojar luz sobre estos acontecimientos, exploraremos la actuación de las autoridades, el homenaje a las víctimas, y lo que todo esto implica para la sociedad en general. Acompáñame en este recorrido.


La tormenta y sus devastadoras consecuencias

Ya que estamos en materia, recordemos que la DANA no fue simplemente un evento meteorológico. Fue una tragedia que dejó huellas imborrables en las comunidades afectadas. Las imágenes de calles inundadas, casas destruidas y familias desoladas resuenan aún en nuestras mentes. Para muchos de nosotros, estas inundaciones parecen surrealistas, como una escena de una película de desastres: ¡como si las ventanas del cielo se abrieran y decidieran ver hasta dónde podían llevar el agua! Y aunque la meteorología puede ser caprichosa, lo que no podemos tolerar son las respuestas (o la falta de ellas) de nuestros líderes.

La DANA afectó gravemente a comunidades en la Comunidad Valenciana, especialmente en localidades como Valencia, Paiporta y Torrent, donde la devastación fue palpable. A medida que los días pasaron, el número de víctimas fatales, que ascendía a 222, se convirtió en un recordatorio sombrío de que la naturaleza no tiene piedad. Y hablando de recordatorios, aquí va uno: aunque sean seres humanos, no deberíamos permitir que la política nos deshumanice a todos.

¿Dónde estaban los líderes en un momento de crisis?

En medio del caos y la tragedia, ¿qué hicieron nuestros líderes? Es inquietante ver que, a pesar de las necesidades humanas apremiantes, del dolor desgarrador de las familias que acababan de perder a sus seres queridos, ni el presidente del Gobierno, ni las tres vicepresidentas, ni público alguno del Consejo de Ministros parecieron encontrar un hueco en su agenda para asistir al funeral que se celebraba en la Catedral de Valencia. ¡¿Qué información tenía en su agenda que era más importante que rendir homenaje a más de 220 víctimas?!

La agenda oficial del Ejecutivo, divulgada por Moncloa, incluía una reunión del Comité de Crisis, un evento de 10 de la mañana, pero no una declaración pública de condolencias o un acto simbólico de presencia. En la jerga cotidiana diríamos que se ve casi como una dejadez ante un asunto tan grave. Y a ti, ¿no te atormenta un poco esta desconexión?

Admito que, cuando escuché que Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, se había apresurado a salir de una visita a una de las localidades afectadas porque le lanzaban barro, no pude evitar una risa nerviosa. ¿Es esto lo que hemos llegado a ser? ¿Soplar y hacer botellas? Reuniones, promesas vacías y, al final, escapatorias ante la molestia del pueblo. Quiero pensar |-y honestamente lo espero- que no todo se reduzca a camarillas y estrategia política.

La visita de los Reyes: ¿una medida compensatoria?

Curiosamente, en medio de este escenario desolador, la presencia de los Reyes de España en el funeral se antoja como una especie de intento de compensar la ausencia del Gobierno. ¿Acaso el protocolo monárquico es lo que se necesita para conectar con el pueblo en estos momentos de dolor? En sus múltiples visitas a las zonas afectadas, los Reyes parecen haber tenido una conexión más genuina con los afectados. Escuchar a los vecinos, en lugar de simplemente aparecer para las cámaras, es algo que todos podemos aplaudir. Y hablando de aplausos (o de soportar el barro… ¡literalmente!), no puedo evitar recordar una frase que siempre me ha resonado en la cabeza: “Las palabras se las lleva el viento, pero los actos permanecen”.

Homenaje a las víctimas: una ceremonia cargada de emociones

El funeral en la Catedral de Valencia fue un acto significativo para honrar la memoria de las 222 víctimas. El arzobispo, Enrique Benavent, ofició una misa conmovedora. Es importante destacar que, tras la controversia por la “invitación” a los familiares de las víctimas, se organizó un servicio de autobuses para ayudar a quienes no tenían como llegar. Aquí, sin embargo, surge otra reflexión: ¿es suficiente un autobús para reparar el daño emocional de quienes ya han pasado por una pérdida tan devastadora? Las palabras de consuelo y la cercanía son importantes, pero a menudo olvidamos que el camino hacia la sanación puede ser largo y complicado.

Los familiares de las víctimas se sienten despojados no solo de sus seres queridos, sino también de su dignidad. ¿Acaso no merecen un homenaje significativo y sincero? ¿Se ha olvidado el Gobierno de que, más allá de la política, hay corazones latiendo que sufren? Aquí podría caber una conversación acerca de la empatía en la política, una cualidad que parece jugar a ser esquiva.

La respuesta del Gobierno: promesas y actos de Estado

La delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Pilar Bernabé, anunció que se organizará un acto de Estado para rendir homenaje a las víctimas y dar la bienvenida a los esfuerzos de recuperación de las comunidades afectadas. Está claro que estas medidas llegan tarde, pero no por ello dejan de ser importantes. Sin embargo, yo me pregunto: ¿llegará alguna vez el día en que los actos sean precedidos de una verdadera conexión humana?

En una lucha como esta, con comunidades que se enfrentan a la reconstrucción tras una tragedia, las promesas deben ser seguidas por acciones concretas. Las palabras de los líderes deben transformarse en soluciones, apoyo financiero y una estrategia clara para la recuperación. ¿Es tan difícil darse cuenta de que la vida de los ciudadanos no puede ser un simple número en una hoja de Excel?

Reflexiones finales: el papel de la empatía en la política

Mientras reflexionamos sobre lo ocurrido, es vital considerar el lugar que ocupa la empatía en la conversación política. Al final del día, lo que importa realmente son las personas. Estoy convencido de que quienes están en el poder deberían recordar que son representantes de una ciudadanía con esperanzas, sueños y, en ocasiones, un dolor indescriptible.

La lección que debemos aprender de la DANA es que la verdadera función de nuestros líderes va más allá de las reuniones y la burocracia. Necesitan conectar, escuchar y, sobre todo, actuar cuando su pueblo está en crisis. En este caso, el acto de asistir no solo al funeral, sino también a las comunidades afectadas, podría haber hecho una diferencia significativa en la percepción pública.

Si algo nos ha enseñado esta situación, es que en medio del dolor, la compasión y el acto de estar presente son más cruciales que nunca. ¿Cuándo será el momento de revalorar estos principios y entender que, al final, todos somos seres humanos?

Y así, te dejo con esta pregunta final: ¿podremos construir un futuro en el que la empatía y la acción vayan de la mano?


Espero que hayas encontrado valiosa esta reflexión sobre la DANA, el homenaje a las víctimas y la necesaria evolución de nuestros líderes en tiempos de crisis. Las palabras pueden ser poderosas, pero los actos son los que definen quiénes somos realmente como sociedad.