Este 2023 ha sido un año de vaivenes políticos en España, y la reciente intention de reforma fiscal del Gobierno de Pedro Sánchez ha dejado más preguntas que respuestas. ¿Realmente esperaban todos estos cambios fiscales? ¿O solo era una ilusión óptica en el gran espejo de la política? En el fondo, lo que ocurrió fue un baile de intereses donde las únicas que no bailaron fueron las reformas esperadas por Bruselas. Y sí, como todo buen drama político, esto tiene sus giros argumentales.

Las grandes promesas que se convirtieron en humo

El Gobierno llegó a este ciclo de reformas con una demostración de intenciones que, honestamente, sonaba bien en el papel. La idea era implementar impuestos a entidades que podrían dar un respiro a las arcas del Estado, como los bancos y las empresas energéticas. ¿Quién no estaría a favor de que esos gigantes financieros aporten un poco más al bienestar social? Suena genial, ¿verdad?

Pero, ¡oh sorpresa! Cuando la música dejó de sonar, el PSOE se encontró en medio de una pista de baile vacía, con sus socios de investidura alejándose rápidamente. La exigencia de Junts de eliminar el impuesto a las empresas energéticas fue el primer golpe en esta lucha que parecía prometedora. Y así, un acuerdo tras otro fue desmoronándose como un castillo de naipes. Recuerdo la última vez que intenté construir uno; apenas llegaba a la segunda fila y ¡boom! El proyecto se esfumaba.

¿A dónde se fueron los impuestos?

Si echamos un vistazo a los verdaderos perdedores de esta serie de eventos, el panorama se torna aún más desalentador. Las reformas propuestas como el impuesto a la banca y los bienes de lujo sufrieron el mismo destino incierto. ¿Y qué de las tarifas a las socimis y los pisos turísticos? Estos cambios parecían tener gran potencial para equilibrar el reparto de la riqueza, y sin embargo, se quedaron en la nada, como esos deliciosos helados de verano que se derriten antes de llegar a la boca.

En su sted, lo que se ha rescatado de esta tempestad política incluye algunas enmiendas que están lejos de ser una solución integral, como el aumento de dos puntos en el IRPF para rentas del ahorro superiores a 300.000 euros. Claro, porque vamos a hacer que los ricos paguen un poco más mientras seguimos ignorando las necesidades de la mayoría.

El desconcierto en la Comisión de Hacienda

La Comisión de Hacienda se convirtió en un escenario de confusión digna de una película de comedia. Los grupos parlamentarios intercambiaban enmiendas hasta el último minuto, intentando discernir qué se estaba votando. Imagínate estar en una cena familiar y que todos hablen a la vez sobre sus vacaciones y tú solo quieras saber dónde está el cuchillo del postre. «¿Qué es lo que estoy aquí realmente intentando votar?», parecían preguntarse.

Cualquiera que haya asistido a una reunión familiar durante las festividades sabe que no es la mejor manera de llegar a un acuerdo. Maravilloso en su caos, se sintió como un episodio de un sitcom donde todos gritan pero nadie escucha. En medio de todo, las enmiendas transaccionales se hicieron evidentes: un aumento en el IRPF, pero, cuidado, olvidemos a los bienes suntuarios. Definitivamente, un final de temporada decepcionante.

La búsqueda de equidad fiscal

Uno de los puntos que se había cocido a fuego lento era la lucha contra la desigualdad. Desde Unidas Podemos hasta Sumar, había un consenso mínimo sobre la necesidad de gravar los bienes de lujo o las grandes herencias. Pero, en una jugada digna de una película de suspense, el tiempo se acabó y el barco se hundió. ¿Por qué siempre parece que las cosas más urgentes nunca encuentran el camino a la superficie?

Y no solo eso, el argumento de que algunas comunidades autónomas, gobernadas por el PP, están abaratando sucesiones y donaciones se esfumó entre acuerdos contradictorios. Tal vez sea un misterio que se deba a la falta de meta física en el Congreso. Si una herencia de un millón de euros pudiera hablar, seguramente gritaría por ayuda.

¿Qué pasa con los artistas?

En todo este lío, también se atisba un leve halo de esperanza para los artistas (porque al parecer, unos pocos gritos de auxilio fueron escuchados). La enmienda que permite reducir la fiscalidad para artistas con ingresos irregulares inferiores a 150.000 euros es una pequeña victoria, aunque suene un poco como darles una palmadita en la espalda mientras se les murmuraba «buena suerte». En un sector donde la inestabilidad es la norma, esto es un pequeño respiro.

Sin embargo, ¿cuánto realmente puede hacer esta pequeña victoria por quienes luchan día a día por sobrevivir en un marco de inseguridad financiera? A veces me encuentro pensando en cuántas veces he escuchado frases como «la esperanza es lo último que se pierde». Pero ay, me temo que en la política, la esperanza puede tener un costo.

Las lecciones que dejan las derrotas

Al final del día, esta serie de negociaciones fallidas evidencian una realidad que muchos en la ciudadanía ya conocen: la política siempre es un espectáculo, pero no siempre un espectáculo que sirve a la gente. Las promesas se disuelven en compromisos políticos, y las reformas caen por el camino como hojas secas en otoño.

¿Acaso no hemos aprendido ya que los cambios significativos requieren no solo iniciativa, sino también unidad? Es como intentar hacer un buen guiso: si falta un ingrediente esencial, podrías terminar con un plato incomible. Tal vez, solo tal vez, los políticos de este país deberían reflexionar real y profundamente sobre lo que significa «trabajar en conjunto».

Reflexión y futuro

Mientras el Gobierno se queda sin una reforma fiscal significativa, los ciudadanos siguen enfrentando la dura realidad de la precariedad económica. La pregunta que queda en el aire es: ¿qué pasará ahora? ¿Seguirán intentándolo? Solo el tiempo lo dirá.

Si algo hemos aprendido en estos días recientes es que la política está llena de sorpresas. Tal vez un día los impuestos a los ricos no sean un tema tabú, y que, algún día, las promesas políticas se conviertan en realidades. Hasta entonces, evocamos esperanzas que, como los helados de verano, pueden derretirse rápidamente si no se cuidan adecuadamente.

Así que, la próxima vez que pienses en los movimientos de Pedro Sánchez y su equipo, recuerda esa imagen de un grupo de bailarines practicando su coreografía en un escenario. A veces parecen sincronizados, pero a menudo tropiezan y se desvían del paso marcado. Y mientras tanto, el público espera con ansias el gran espectáculo de la reforma fiscal que nunca llegó.


En conclusión, el camino de la política española es complicado y a menudo desconcertante. La ausencia de cambios significativos en la reforma fiscal es clara, pero la lucha debe continuar. Así que prepárate, porque la próxima vez que sintonices con la política española, ¡podrías encontrar otra historia tan intrigante como esta!. ¿Te atreverías a intentar bailar al ritmo del cambio?