En una época donde el cambio es la única constante, la tauromaquia no ha sido la excepción. Hablando de cambios, hace poco la empresa gestora de la plaza de Las Ventas, Plaza 1, anunció que la gala de presentación de los carteles de la Feria de San Isidro 2025 se celebrará el 6 de febrero. Una decisión que ha generado un torbellino de opiniones, reminiscencias de un tiempo dorado y la eterna lucha entre lo que fue y lo que está por venir. Pero, ¿qué significa realmente esta evolución para la fiesta de los toros y, más importante aún, para la afición?
Un pequeño adelanto en el tiempo
Cuando escuché la noticia, no pude evitar recordar mis días en la plaza, con el ambiente electrizante, el sol resplandeciente y ese aroma característico de las tapas de las barras. También evocaba los ecos de las discusiones apasionadas con mis amigos sobre cuál torero era el verdadero maestro. ¿Acaso no es esa tensión la que hace que la fiesta sea tan especial? Mi amigo Juan solía gritar: “¡Ese es un figura! No como el que se pone delante del toro con una muleta de papel!” Y ahí estábamos, haciendo gala de la crítica constructiva que caracteriza a la afición taurina.
Pero volvamos al tema. Esta decisión de adelantar la presentación de los carteles, solo cinco días más que en años anteriores, es digna de un análisis más profundo. Antes, la tradición dictaba que el evento se celebrara en marzo, y ahora con este cambio se perciben varias reacciones. Por un lado, hay quienes celebran la modernidad y la oportunidad de atraer a una nueva generación de aficionados. Por otro, están aquellos que claman por la nostalgia de un pasado romántico, en el que cada detalle se cuidaba al milímetro.
Entre la nostalgia y el pragmatismo
“El toreo romántico ha muerto” es un lamento que se escucha con frecuencia. Pero, ¿es realmente así? Me detengo a reflexionar y veo que la fiesta ha evolucionado, como los grandes toreros que se adaptan a diferentes estilos y temporadas. Esta evolución no puede ser vista solo bajo el filtro de la crítica negativa. Las palabras de Paco Cañamero, periodista salmantino, en su blog Glorieta Digital, dan en el clavo al plantear: “¿Por qué no se dejan abiertas un par de corridas y una novillada para premiar a los triunfadores de las primeras ferias?” Esta pregunta revela una necesidad de reconectar con la esencia de la competición y del mérito, valores que han sido drásticamente afectados por el entorno actual.
Adapting to survive: La realidad del negocio taurino
Rafael García Garrido, uno de los empresarios al mando, no se ha quedado callado. En su defensa, ha reiterado que esto es un negocio. Y no puedo evitar pensar en la realidad de muchos aspectos de la vida, incluidas nuestras pasiones. Quiero decir, todos hemos sido testigos de lo que pasa cuando la pasión choca de frente con la necesidad de generar ingresos. La economía es dura, y si no hay un público dispuesto a llenar las plazas, ¿quién puede mantener la fiesta en pie?
Por supuesto, la nostalgia es poderosa, pero el empresario no puede permitirse ser un romántico en un mundo económico que exige resultados inmediatos. La subida de los precios de las entradas refleja esta realidad. Al fin y al cabo, el negocio debe sostenerse.
Por qué hay más en juego
El sentir vehemencial hacia esta modernización no solo viene de la afición. La presión social y los ataques a la tauromaquia se multiplican por diversos colectivos que ven en la lucha de la corrida un acto anticuado. Es comprensible, justo como nosotros, los aficionados, cuestionamos a los toreros por no asumir los riesgos necesarios en el ruedo. La diferencia es que mientras nosotros, a veces, lo hacemos por aversión al mal espectáculo, otros lo hacen por principios éticos.
La aventura de Garrido y Simón Casas lleva la firma autorizada de la Comunidad de Madrid. Esto nos lleva a un terreno pantanoso. ¿Hasta qué punto la administración pública apoya la tauromaquia como una parte de la cultura madrileña? Mientras la fiesta se debate entre mantener sus tradiciones y adaptarse a una modernidad que parece rechazarla, también nos preguntamos: ¿cuál es la responsabilidad del gobierno en este renacer de la fiesta?
La respuesta está en el contenido
En definitiva, los cambios en la presentación de los carteles de la Feria de San Isidro o el diseño de las corridas son simplemente parte de una narrativa más amplia sobre la evolución de la tauromaquia. La pregunta principal, entonces, no es tanto cuándo se presenten, sino qué se presentará. Como aficionados, siempre hemos buscado la emoción en los toros, los buenos lances y, por supuesto, una conexión emocional con el toro, que hoy se pierde un poco más en cada temporada.
Igual que mi amigo Juan, que se pone a discutir cómo debería ser un buen paseíllo, nosotros también debemos cuestionar el contenido de estas corridas. ¿Estamos dispuestos a salir de nuestra zona de confort y abrirnos a experiencias diferentes? Tal vez, en nuestro afán de querer lo “clásico”, perdamos de vista lo que realmente es la esencia de la fiesta.
Conclusiones y reflexiones finales
La Feria de San Isidro es un evento emblemático que representa mucho más que una serie de corridas; es un reflejo de la cultura, la historia y la pasión de un pueblo. La plaza de Las Ventas, con su arquitectura imponente y su atmósfera vibrante, ha sido testigo de generaciones de aficionados que encuentran en el arte del toreo no solo un espectáculo, sino una forma de vida.
Así que, ¿qué nos deparará el futuro? Tal vez sea hora de abrazar la modernidad sin dejar atrás nuestras raíces. No sé ustedes, pero tengo la sensación de que muchos de nosotros queremos seguir siendo parte de esa conversación. Al final del día, corruptos y empresarios, el romanticismo y la modernidad, lo que realmente importa es nuestro amor por la fiesta y el torero, que sigue adelante, luchando por hacerse un lugar en nuestra memoria.
Así que, queridos amigos, aunque el tiempo avance y las decisiones empresariales sean tomadas, nunca olvidemos que la tauromaquia es un arte que nos permite conocer aspectos profundos de la vida, de nuestras pasiones e incluso de nuestras contradicciones. Y sí, para aquellos que digan que el toreo ha muerto, les sugiero que se acerquen a una plaza y lo comprueben. Porque, al final, el espíritu de la fiesta sigue vivo, aunque los trajes de luces y los toros sean parte de una realidad en constante cambio. ¡A bravío y a bull!