La catedral de Notre Dame es uno de esos lugares que, independientemente de tu fe (o falta de ella), te hace sentir parte de algo más grande. Cuando hablo de ella, me vienen a la mente las tardes soleadas en París, esas en las que uno se detiene frente a su majestuosidad y se pregunta: «¿Qué historias habrá visto esta catedral a lo largo de los siglos?». Sin embargo, la reciente reapertura de este emblemático monumento tras el devastador incendio de 2019 ha dejado un amargo gusto en la boca de algunos en España, especialmente en el ámbito político. ¿Por qué? Bueno, resulta que el gobierno español no tuvo representación oficial en este evento; y esto ha desatado críticas huecas que resuenan más fuerte que un tambor en un desfile.
Una ausencia que no pasa desapercibida
“No puedes faltar a la misa en la que se reza por los héroes”, decía mi abuela cuando yo trataba de justificar por qué no quería asistir a la de los domingos. Así que, al leer sobre la ausencia de España en la reapertura de la catedral de Notre Dame, no pude evitar recordar esas palabras. El monumental evento tuvo lugar cinco años después de que un incendio arrasara la catedral en abril de 2019, y para muchos, esta no era solo una celebración religiosa, sino un simbolismo de unidad y persistencia cultural que trascendía fronteras nacionales.
La crítica más contundente vino del principal partido de la oposición, el Partido Popular (PP), que no tardó en calificar este desliz como «una vergüenza». La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, también se unió a la sinfonía de críticas, agregando un matiz religioso al comentario. Pero, sin embargo, ¿es realmente la representación en un evento así un indicativo de la vigencia de la política exterior de un gobierno?
El lado familiar de la historia
Para aquellos que se pierden entre discursos políticos y juegos de palabras en las redes sociales, vamos a desmenuzar lo sucedido. Según informes, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, declinó la invitación por «cuestiones familiares», algo que, honestamente, puede sucederle a cualquiera. ¿Quién no ha tenido alguna vez un almuerzo familiar inminente que no puede posponer? Desde luego, la opción de acudir a la catedral no parecía estar en su agenda.
Pero, en un curioso giro, la Casa Real tampoco hizo acto de presencia. La falta de explicación por parte del Gobierno para justificar esta ausencia ha generado más especulaciones que un capítulo de una novela de Dan Brown. Algunos argumentan que era un evento crucial para Europa, ¿cómo es que no hay espacio para un par de representantes que presten sus rostros a este renovado símbolo de resiliencia cultural?
La crítica como respuesta
El portavoz del PP, Borja Sémper, expresó que “Notre Dame representa algo que está incluso por encima de su representación religiosa”. Una afirmación interesante, aunque un tanto abstracta. ¿Qué sería «algo por encima de su representación religiosa»? ¿La pizza? Justo así, uno se queda pensando en lo relativo de las situaciones. Sémper insiste en que la ausencia de España diría mucho más del gobierno que del propio país. En una era donde la política internacional parece estar tan conectada con lo simbólico, estos incidentes se convierten en esquirlas que pueden amplificarse.
Entonces, ¿qué dice esto de nuestro gobierno? ¿Es una falta de interés en nuestras raíces culturales europeas o simplemente un malentendido de protocolo que nadie se ha atrevido a aclarar? Y aquí es donde las cosas se complican. Los comentarios de Sémper y Ayuso merecen atención. ¿Estamos, como país, realmente aislados o es esta una pequeña tormenta en una taza de café?
Las raíces cristianas de Europa: ¿un tema sensato?
Ayuso aseguró que esta ausencia fue un “enorme decepción” y que España debería reconocer las raíces cristianas de Europa. ¿Realmente? Si hubiera un libro de reglas sobre la representación internacional, puede que ella tuviera un capítulo dedicado a este tipo de eventos. Sin embargo, en un mundo cada vez más pluralista y diverso, asumir que todos deben recordar estas raíces de la misma manera parece ser un tanto anticuado, ¿no sería mejor celebrar la diversidad cultural que se ha formado a lo largo de los años?
Sin duda, la Catedral de Notre Dame evoca un sentido de herencia cultural en el viejo continente. Cada ladrillo cuenta una historia de siglos de tradición, conflicto y fe. Pero, ¿es suficiente motivo para desencadenar una crisis de identidad nacional cada vez que un evento como este ocurre sin la representación esperada? Valdría la pena reflexionarlo.
Un recordatorio de la importancia de la representación
Ahora bien, la ausencia de un representante gubernamental no implica necesariamente una falta de interés en un patrimonio común. Pero, a raíz de este evento, surge una pregunta fundamental: ¿cuán importante es realmente que estemos representados en eventos internacionales? ¿Debería ser esta la prioridad número uno de un gobierno? Y lo más importante, ¿tiene esta ausencia un impacto tangible en el día a día del ciudadano español?
Si me detengo a analizar, recuerdo la ocasión en que mi familia decidió pasar las vacaciones de verano en un pequeño pueblo de Italia. Una tarde, deambulando por las calles, nos encontramos con una celebración del santo patrono. A pesar de que nuestra presencia no se sentía esencial, disfrutamos de la calidez y alegría del momento. Quizás la esencia de un evento no radica en la cantidad de figuras públicas, sino en el sentimiento colectivo que une a los pueblos, ¿verdad?
Conclusión: el legado de Notre Dame
Si hay una lección que aprender aquí, es que la historia y la cultura tienden a entrelazarse de forma fascinante. La reapertura de Notre Dame debería ser un recordatorio no solo de la importancia de los lazos culturales en Europa, sino también de nuestra habilidad para dialogar y celebrar nuestra diversidad, independientemente de quién esté presente en la primera fila.
Finalmente, la ausencia española podría haber sido un error de cálculo en el intrincado juego de la política internacional, o podría ser simplemente un recordatorio de que a veces nos obsesionamos con el espectáculo y perdemos de vista la verdadera esencia de lo que significa ser parte de una comunidad. ¿Y tú, qué piensas al respecto? ¿Debería España estar más presente en eventos internacionales?
Al final del día, lo que quede claro es que Notre Dame renació y, con ella, la oportunidad de que todos, incluida España, reflexionen sobre la importancia de ser parte de algo más grande que uno mismo. Y mientras tanto, seguiré disfrutando de mi café, recordando que la cultura y la historia son algo que siempre debemos preservar, más allá de las controversias que puedan surgir.