En un rincón del mundo donde la adrenalina se mezcla con el arte y el riesgo se transforma en espectáculo, encontramos la Feria de Otoño en la Monumental de las Ventas. El pasado 5 de octubre de 2024, toros de Victoriano del Río se enfrentaron a valientes matadores en una jornada que prometía emociones intensas. Pero más allá del relato de la corrida, hoy quiero explorar lo que significa ser torero, los desafíos que enfrentan y, cómo no, las anécdotas que hacen que este deporte, a veces un tanto controversial, sea tan cautivador.
Un comienzo dramático: el primer toro y la magia del ruedo
Era un sábado cualquiera, pero no para los que aguardaban ansiosos la llegada de la corrida. Para Borja Jiménez, casi cinco minutos antes de la corrida, la sala de espera se sentía como un horno. Uno podría pensar que, siendo torero, uno ya está acostumbrado al nerviosismo, pero yo nunca dejaré de empatizar con ellos. Recuerdo una vez, en medio de una cita de amor incómoda, cuando el corazón me golpeaba tanto que pensé que podría salir a dar una vuelta por el jardín. Pero sólo era una cenicienta comparado con lo que siente un torero.
Cuando Borja se hincó de rodillas frente a la cueva de los miedos, uno podía percibir su tensión. ¿Alguna vez has sentido esa mezcla de miedo y emoción que parece brotar de tus entrañas, justo cuando estás a punto de hacer algo grande? Así se sintió él, pedaleando sobre el umbral del insomnio, confrontando su toro interior —y, sin duda, ¡el toro exterior también!—. En ese ambiente cargado de expectativa, la embestida del primer toro fue casi un alivio.
Toros y toreros: un toreo valiente
La presentación del primer toro fue deslumbrante, un castaño bragado cuya fuerza vibraba en cada rincón del coso. «¡Vente, toro!», le gritaba Jiménez mientras dejaba fluir su determinación. La acción que siguió, esos lances magistrales en los que el torero baila al borde del peligro, fue simplemente deslumbrante. Uno puede ser un notable bailarín de salón, pero esto es otro nivel.
La Monumental se convirtieron en un manicomio de aplausos. De hecho, si las vibraciones del público pudieran ser cuantificadas, estoy seguro de que habríamos superado el umbral de los decibelios de un concierto de rock. La emoción era palpable, y no es para menos, después de todo, estamos hablando de un espectáculo donde el arte y la vida son uno mismo.
Apuntes de la faena: entre la gloria y el silencio
A lo largo de la corrida, la proyección de los toreros fue un tema recurrente. El panorama general disimuló el esfuerzo titánicamente. La entrega de los matadores no fue poca, pero fallaron en sacar todo el jugo a sus toros. Como quien pretende hacer jugo de naranja con una naranja seca, intentaron torear toros exigentes, que pedían más entrega y conocimiento del animal.
Una disculpa de mi parte: cada vez que escucho sobre “faltar al respeto a un toro”, me gustaría hacer una pausa. Seamos honestos, ¡qué difícil es hacer que un “animal de pelea” se comporte! Siendo sinceros, con esas fuerzas desatadas a un lado, ¡yo me quedaría paralizado! Pero ahí estaban, enfocados como flechas, listos para dar lo mejor de sí.
La conexión entre el toro y el torero
Lo que siempre me fascina es la interacción entre el torero y el toro. No es solo un duelo físico; es una conexión casi poética que existe en ese intercambio. En los momentos Museos —esos durante los que tanto el torero como el toro juegan al gato y al ratón—, puedes notar cómo la tensión en el aire se transforma en una danza, donde cada giro, cada movimiento y cada mirada cuentan una historia.
Los banderilleros como Tito y Enamorado también desempeñan un papel crucial. ¿Alguna vez has intentado hacer algo espectacular frente a un grupo de amigos y hacer un espectáculo? Solo un error puede arruinar el momento. Cuando el equipo de Borja intentó sujetar con valentía a esos altivos animales, la plaza estalló en aplausos o, en algunos casos, en pitidos, dependiendo del momento (Doy gracias a esos momentos porque, a veces, es divertido estar en el lado seguro de la barrera).
Las caídas entre risas y reflexiones
A lo largo de la tarde, las estocadas de los toreros iban y venían. La frase “pinchazo hondo, media tendida” no suena muy poética para aquellos ajenos a la corrida, pero para un aficionado, es una sinfonía en sí misma. Pero, como en todas las historias, no todo fue perfecto.
Hubo momentos de desilusión, incluso de “silencio tras aviso”. Borja, a pesar de su disposición infinita, tuvo que enfrentarse a un toro que no le dio oportunidad de lucirse. Y todos hemos estado ahí, ¿no? Aquellas veces que llegamos a una reunión, listos para brillar, pero terminamos con un micrófono roto o en una discusión sobre el clima. Por más que nos esforcemos, a veces las circunstancias no están de nuestro lado.
Sin embargo, la mejor lección que me ha dejado la corrida, más allá de la ovación o el abucheo, es el reconocimiento de que cada vez que uno se atreve a salir al ruedo, hay una posibilidad de triunfo y de comedia. ¿Quién no se ha reído de sí mismo en caso de un tropiezo? Si no puedes reírte de tus caídas, entonces, ¿qué sentido tiene lanzarse al extremo?
Reflexiones finales: ¿qué significa ser torero hoy?
Al concluir la jornada, nos dejamos llevar por una marea de emociones. Borja Jiménez recibió una vuelta al ruedo, una distinción que, aunque no es la máxima, sigue siendo prueba de su esfuerzo. A veces pienso que, a pesar de las luces y la fama, ser torero es un estilo de vida que necesita de determinación, humildad y, sin duda, un buen sentido del humor. ¿A quién le gustaría llevar un estoque al hombro y salir a enfrentar a esos monstruos?
La pregunta queda en el aire: ¿podríamos aplicar la valentía de un torero en nuestras vidas cotidianas? Cada uno, en su propio territorio, enfrenta sus toros personales. Es un arte difícil, donde el riesgo está presente en cada movimiento. Después de ser testigo de esta experiencia, no puedo evitar pensar que, en nuestra lucha diaria, todos llevamos un «torero» en nuestro interior, listo para enfrentarse a los miedos. ¿Tú también lo sientes?
En el fondo, la corrida de toros es más que un espectáculo. Es una alegoría de la vida misma, un recordatorio de que, a pesar de los fracasos y las caídas, lo que importa es tener la valentía de levantarnos y volver al ruedo. La próxima vez que estén en una plaza o enfrenten sus propios desafíos, recuerden que cada “vuelta al ruedo” es simplemente un paso más hacia la redención.
Y así, en este aire cargado de emociones, con la historia de la Feria de Otoño aún palpitando en nuestros corazones, me despido. Hasta la próxima, que el arte del toreo siga vivo en cada uno de nosotros.