La escena cultural en Madrid ha vivido un renacer entre luces y sombras. Los Teatros del Canal se lanzaron a la piscina con un evento que, no lo voy a negar, me tiene emocionado. Después de diez meses de preparativos, la nueva era comenzaba con el estreno de El alcalde de Zalamea. La obra, un clásico de Calderón de la Barca, se alza no solo como una pieza de teatro, sino como un reflejo de las luchas y dilemas que enfrentamos hoy en día. ¿Quién necesita Netflix cuando tienes clásicos en vivo, verdad?
La pregunta que tengo en mente es: ¿por qué esta obra, que data del siglo XVII, sigue resonando entre nosotros? Quizás porque, tal como dice el director José Luis Alonso de Santos, «la dignidad nunca pasa de moda». Permitidme que os cuente la historia de Pedro Crespo, un campesino que se convierte en alcalde y que, al ver violada la dignidad de su familia por las tropas del ejército, decide actuar. ¡Siempre me ha fascinado el coraje de aquellos que luchan por lo que creen justo!
Un poco de contexto histórico: El alcalde de Zalamea
La historia comienza en el pueblo de Zalamea, adonde llegan las tropas españolas que van a luchar en Portugal. En este escenario, Pedro Crespo, un campesino recién nombrado alcalde, se ve envuelto en un drama de honor cuando el capitán Don Álvaro viola a su hija. ¿Puede una obra escrita hace más de tres siglos hablarnos sobre dignidad y justicia hoy? La respuesta es un rotundo «sí». Esta narrativa transciende el tiempo, haciéndonos cuestionar qué haríamos nosotros en su lugar.
En mi adolescencia, recuerdo haber leído El alcalde de Zalamea por primera vez. La emoción y la tristeza que me provocó la historia de Crespo fueron tan intensas que me obligué a reflexionar sobre la justicia, el honor y el peso de nuestras decisiones. ¿Acaso no nos encontramos, en algún momento, en situaciones donde nuestras decisiones cambian el rumbo de nuestras vidas?
Temas universales: Honor, Dignidad y Justicia
El débil hilo que conecta a Crespo con el espectador contemporáneo es su lucha por la dignidad. Aunque han pasado siglos, los dilemas enfrentados por los personajes son fácilmente identificables. Ante injusticias, muchos de nosotros nos encontramos buscando respuestas y maneras de actuar; algo que, tristemente, sigue siendo tan relevante hoy como lo era en el siglo XVII.
Ahora bien, Alonso de Santos ha hecho un trabajo respetuoso con el texto original, pero, como buen bloguero, me veo obligado a señalar que el ambiente escénico carece de un poco de profundidad. La acción se desarrolla en una frontalidad extrema que me hizo recordar aquellos cuadros de arte donde todos miran al espectador, pero a nadie parece importarle lo que realmente ocurre en el fondo. Es como si se tratase de una obra de teatro utilizando un filtro de Instagram que solo muestra lo superficial.
La falta de dinamismo y juego espacial lo que más me intriga. Imaginen ver a un Crespo que no solo actúa, sino que lucha y se mueve por su pueblo, envuelto en la carga emocional de cada escena. Esa es la esencia que considero necesaria para sostener la tensión dramática. Pero, claro, como buen amante del teatro, lo que busco son propuestas innovadoras que no solo veneren el texto, sino que también lo enriquezcan con una experiencia visual y emocional.
Reflexiones sobre la dirección y el elenco
Con un elenco que cuenta con un póker de ases en la actuación, como Arturo Querejeta y Daniel Albadalejo, es un pecado no utilizar todo su potencial. Durante la rueda de prensa, los aplausos y el entusiasmo eran palpables, pero al mismo tiempo, había un aire de decepción entre los seguidores del teatro clásico, incluyendo a mí mismo.
A veces me pregunto, ¿será la presión institucional el motivo detrás de un enfoque tan conservador? La llegada del consejero de Cultura, Mariano de Paco, tras el estreno, da un sentido de gran presión institucional sobre la obra y su aceptación. En épocas de cambios políticos, tiene sentido que se quiera recoger todos los clásicos bajo la bandera de la cultura nacional. Sin embargo, es fundamental no perder de vista el propósito del arte: desafiar, cuestionar y, sobre todo, divertir.
Personalmente, una de las cosas que más valoro del teatro es su capacidad para hacernos reír, llorar e indignarnos a partes iguales. ¡Como la vida misma! Recuerdo una vez en que asistí a una obra en un pequeño teatro de barrio, donde la actuación fue tan magistral que acabé riendo y llorando al mismo tiempo. Esa empapada experiencia es lo que espero de cualquier representación.
Actores que brillan en la penumbra
Es innegable que tanto Isabel Rodes, como Javier Lara, han hecho bien sus papeles; no obstante, mi corazón se quiebra por la joven Adriana Ubani, cuya interpretación de la hija de Crespo no logra brillar con toda la fuerza necesaria. Hay una escena donde cuenta cómo fue violada, pero se siente casi como si estuviera luchando contra un árbol caído en el escenario. En este punto, me pregunto, ¿dónde está la dirección que debería guiar a cada actor hacia lo que intenta transmitir?
El teatro no puede ser un espacio de ejecución automática; tiene que ser un lugar donde las emociones se desborden, donde cada palabra que se pronuncia lleve consigo un eco que resuene en la sala. Puede que estemos hablando de un clásico de Calderón, pero el ecosistema teatral necesita frescura y emoción en cada interpretación.
Un futuro incierto para el teatro clásico en Madrid
Y aquí es donde entramos en terrenos pantanosos. El futuro del teatro clásico en Madrid parece tambalearse entre la producción de eventos respetuosos con el legado cultural y el hambre de innovación que pide a gritos el espectador moderno. Es evidente que bajo la dirección de Alonso de Santos, como también destaca su papel en la cadena institucional de la cultura de Madrid, hay un deseo de mantener la tradición. Pero, ¿y si esa tradición aplastara la creatividad?
Durante mi etapa como estudiante de dramaturgia, una de mis profesoras siempre decía: “El teatro tiene que tener vida. Cada representación debe ser un nuevo texto”. Esta frase ha permanecido grabada en mi mente. Lo que quiero decir con esto es que, aunque se respete la historia y la narrativa, cada montaje debe ofrecer algo fresco, ya que nuestra percepción y experiencias son siempre cambiantes.
Un llamado a la acción
Así que, si eres un amante del teatro, un curioso de la cultura, o simplemente un buscador de emociones, no pierdas la oportunidad de ver El alcalde de Zalamea. Tómate un café, reflexiona sobre la dignidad, el honor y las injusticias que aún hoy enfrentamos. Al final, ser testigo de este tipo de obras no solo es un ejercicio de apreciación cultural, sino un impulso a cuestionar nuestro propio papel en la narrativa de la justicia y la dignidad social.
Espero que, cuando termine la temporada, cada uno de nosotros podamos salir del teatro con al menos una pregunta más en nuestra mente. Porque al final del día, ¿no es eso lo que el arte busca? Hacernos pensar, sentir y cuestionar nuestra realidad.
Así que adelante, apasionados de la cultura, el teatro está esperando por nosotros. Y en medio de todo esto, no olvidemos reír. Aquí, en el ámbito del teatro, el humor y la tragedia siempre han ido de la mano. ¡Que empiece la función!