La música en vivo tiene esa magia especial que puede hacer que las emociones fluyan a raudales. Recuerdo la primera vez que asistí a un concierto en mi ciudad. Era uno de esos eventos donde la emoción del público se contagiaba como un virus. ¡Incluso se me olvidó que llevaba un abrigo de más porque el calor del ambiente superaba al frío invernal! Puedo imaginar que algo similar debe haber pasado en la reciente presentación de la Academia de Estudios Orquestales, en la que jóvenes talentos mostraron el fruto de su arduo trabajo bajo la dirección de Oksana Lyniv, una reconocida directora ucraniana, y el virtuosismo del violinista Michael Barenboim. Pero, ¿qué ocurre realmente en estos eventos?
La promesa de la excelencia en el talento joven
La Academia de Estudios Orquestales es un faro de esperanza en un mundo donde muchas veces el esfuerzo y la dedicación se ven opacados por el poco apoyo que recibe la educación musical. Cada año, estudiantes de Andalucía y otras comunidades se agrupan para desafiarse a sí mismos en busca de la excelencia. No se trata solo de sostener un violín o de seguir un compás; aquí se forja el futuro de la música clásica. Hay algo muy especial en ver a esta nueva generación de jóvenes talentos empeñarse en crear algo mágico. ¿Acaso no hay algo conmovedor en ver a un grupo de adolescentes y veinteañeros luchando por su pasión?
Los detalles técnicos del evento son impactantes. El programa presentado no era para los débiles de corazón. Con obras que exigen una considerable destreza, la orquesta se lanzó a un repertorio que, dicho sea de paso, muchos de nosotros consideramos un poco… ambicioso. ¿Quién se atrevería a presentarse ante un público con piezas de tal dificultad? Es como si se lanzaran al agua fría sin saber si sabrían nadar.
La obertura ‘El rey Lear’: entre lo trágico y lo sublime
La apertura del repertorio fue con la Obertura ‘El rey Lear’ op. 4 de Berlioz. En mi mente, había imágenes de una historia épica, pero el sonido inicial —una combinación de puntuaciones al oboe y trompa— nos llevó a un ambiente más bien sombrío. Imaginen la llegara al cine y recibir el mismo anuncio de una gran película, pero justo en el primer acto uno se da cuenta de que es una audaz y dramática tragedia. Fue un primer acto patético, como una broma que no funcionó del todo.
La orquesta, compuesta principalmente por jóvenes —un desafío por sí solo—, parecía no estar completamente en sintonía. El sonido que emitían era todo menos claro, y los desajustes empezaron a acumularse. La directora, Oksana Lyniv, aunque fascinante en su interpretación, parecía más interesada en dirigir un balet que una obra orquestal fabulosa. Entonces, uno se pregunta, ¿es una lucha generacional de comunicación? ¿Por qué parece que a veces hay un muro entre los jóvenes músicos y su directora?
El virtuoso Michael Barenboim brilla en el ‘Concierto para violín’
Después del desconcierto inicial, entró en escena Michael Barenboim, bajo el imponente título de solista en el Concierto para violín en Mi menor op. 64 de Mendelssohn. A partir de ese momento, nos encontramos con algo diferente. Con su violín en mano, Barenboim no solo ocupó el escenario; lo conquistó. La musicalidad y fuerza con que se presentó fue, como diría alguien de la vieja escuela, “puro fuego”.
Aunque la orquesta intentó, de alguna manera, mantener la calma, el impacto del violinista era innegable. Me imaginaba a todos los miembros de la orquesta mirando a su alrededor, preguntándose, «¿Cómo nos seguimos en su ritmo vibrante?», mientras los violines en la orquesta parecían pelear entre sí por mantenerse al día. Confieso que, durante esos momentos, casi me sentí yo mismo en el escenario, desafiado y emocionado al mismo tiempo.
Sin embargo, Barenboim tenía una costumbre que me hizo reír en silencio. A veces su interpretación parecía un tanto rutinaria; como si pensara, “estaré tan ocupado mostrando mi virtuosismo que lo que raíz esto, ¡se irá al fondo del mar!”. Pero a medida que avanzaban los movimientos, en especial en el tercero, ¡vaya que demostró que dominar el violín es un arte sublime!
Brahms transforma el ambiente: un épico final
Justo cuando la audiencia pensaba que había presenciado el clímax de la jornada, llegó la Sinfonía nº 1 en Do menor op. 68 de Brahms. ¡Ay, qué transformación! Esos acordes iniciales golpearon como un relámpago en una tormenta de verano. La orquesta pareció resurgir como el ave fénix, ardiente de energía y pasión. La dirección de Lyniv cobró nueva vida, y, en un abrir y cerrar de ojos, se desvanecieron las vacilaciones de antes.
Ahora la coherencia, la fuerza y el calor sonaban a un solo cuerpo. Las secciones de la orquesta se unieron en un espléndido tango musical; los clarinetes, flautas, y trompas se entrelazaban en una excitante conversación. Me pregunté si quizás esto es lo que siente un director en la cúspide de su carrera. Tal vez la música, en todos sus giros y matices, habla su propio idioma; uno que a veces solo los grandes pueden entender.
Y así, de la tragedia a la sublimidad, de lo incierto a lo indiscutible, la sinfonía fue una celebración del arte musical, digna de aplaudir de pie. Al final, un inesperado pasodoble, ‘Amparito Roca’, puso una sonrisa en los rostros de todos los presentes, como un cierre espectacular que contrastaba con la complejidad previa.
Reflexiones finales: la paradoja de las orquestas jóvenes
Después de una tarde emocionante, es imposible no reflexionar sobre lo que vi. Las orquestas jóvenes como la que se presentó han tomado un papel fundamental en la educación musical. A veces, puede haber incertidumbres y desajustes al principio, pero el mero hecho de levantarse en el escenario ya es una victoria. ¿No es maravilloso pensar que cada nota que tocaban era un paso más hacia su futuro?
Por último, es vital apoyar y celebrar estos eventos. Aunque a veces las cosas no salgan como uno espera, siempre hay algo que aprender. Al igual que en la vida, a veces encontramos tropiezos en la travesía, pero cada paso te acerca a la próxima gran melodía. Así que la próxima vez que consideres asistir a un concierto de música clásica (o de cualquier tipo, en realidad), ve con el corazón abierto. Puede que un día, un joven violinista te haga sentir que el mundo se detiene y la magia de la música te envuelva de tal manera que olvidas hasta el frío del invierno. ¿Quién sabe? ¡Quizás tú también te conviertas en parte de la orquesta con tu voz interna!