En el revuelto mar de la política española, esta mañana tuvo lugar un episodio que, sinceramente, nos dejó a todos en estado de shock. Míriam Nogueras, diputada de Junts y emisaria de Puigdemont en Madrid, hizo su aparición en el Congreso con una frase que resonó, tanto por su contenido como por su forma: «mueva el culo». Y yo aquí, sentado en mi sofá con una taza de café, no sabía si reír, llorar o prepararme para una segunda oleada de memes. ¿Realmente hemos llegado a esto?
Cuando una diputada decide utilizar el lenguaje más coloquial y a veces, digamos, colorido, para dirigirse al presidente del Gobierno, no puede evitarse una mezcla de desconcierto, urgencia y una extraña sensación de dignidad perdida. Si bien la política siempre ha tenido su dosis de teatro –y, a veces, de vodevil– lo que ocurrió este miércoles fue un espectáculo que podría rivalizar con los mejores dramas de la televisión.
Una primera mirada a la legislatura rectal
La elección de palabras de Míriam fue, sin duda, un momento de esos que capturan la atención –y no solo por ser un comentario digno de un afterparty de una fiesta universitaria– sino que representa un fenómeno mucho más amplio dentro del panorama político español. La legislatura rectal, término que me atrevería a sugerir para bautizar este nuevo periodo en la política, parece estar marcada por un uso cada vez más audaz del lenguaje por parte de los políticos y una falta de respeto floreciente hacia el propio Congreso.
¿Qué nos dice esto sobre la comunicación política?
Atrás quedaron los días en que los discurso eran cuidadosamente elaborados y llevaban un halo de formalidad casi religiosa. Hoy, los discursos son, en ocasiones, más cercanos a lo que escucharías en un bar de tapas en el centro de Madrid. Recordando anécdotas de hace unos años, tengo un amigo –llamémoslo ‘Juanito’– que solía citar a Shakespeare al hablar de política. A día de hoy, no sería raro escucharle utilizar expresiones como «mover el culo» en su lugar. ¿Hacia dónde vamos con todo esto?
Momento de reflexión: la urgencia política
Lo que realmente me hace reflexionar es la urgencia que se siente en cada palabra de Míriam. En sus declaraciones, se aprecia una necesidad casi palpable de que Moncloa «pague a los catalanes lo que les debe». Pero aquí surge una pregunta importante: ¿dónde queda el respeto institucional cuando se dialoga de esta manera?
Las palabras pueden ser armas de doble filo. Recordemos, que hablarle al presidente de esta forma puede provocar un bombardeo de reacciones. Aquella mañana, cuando Míriam se marchó casi de un tirón, dejando a Sánchez lidiando con su confusión (confundiendo a su propio compañero con una presidenta, por cierto), significó mucho más que una simple salida del recinto. Representó un grito de frustración que resonó en los pasillos. Bien lo sabemos: en política, las palabras son todo, pero a veces se convierten en un objeto volador no identificado.
La dignidad al aire
Quizás lo más inquietante de toda la situación fue la falta de respeto mostrada hacia el presidente del Gobierno. Hasta el más escéptico de los ciudadanos debe reconocer que, aunque pueda no gustarnos el presente de la política española, existe cierta dignidad que debería preservarse. Este fue un espectáculo doloroso; no quería que mi presidente escuchara esas palabras, aunque sea en un escenario que pueda parecer un laboratorio de ideas locas.
En el fondo, creo que todos queremos lo mismo: un país donde los debates sean civilizados y productivos. Pero es imposible no experimentar una mezcla de risa y desasosiego al ver cómo una diputada se convierte en la portadora de un manifiesto de frustraciones acumuladas.
El papel de los medios: ¿cómplices o testigos?
Sin embargo, queda en la mente la pregunta de cómo los medios están tomando este tipo de episodios: ¿son cómplices en este teatro político, o simplemente testigos que saben aprovechar el morbo del momento? Muchos de los medios se han hecho eco de lo ocurrido como si fuera un nuevo capítulo de un reality show, mostrando la verdadera esencia de lo que hoy representan nuestras instituciones.
Vamos a ser honestos: el escándalo vende. La curiosidad que provoca una diputada hablando de «mover el culo» es más atractiva que un mitin tradicional de un partido político. Pero, ¿dónde nos deja esto? ¿Estamos dispuestos a seguir en esta línea que banaliza la política?
A la búsqueda de certezas
Mertxe Aizpurua, diputada de Bildu, llamó a la calma tras el agitado ingreso de Míriam. «La gente necesita certezas, presidente», dijo, y, sinceramente, ¿cuánto tiempo más vamos a esperar en este juego? Todas las promesas, acuerdos y buena voluntad parecen disolverse ante un contexto caótico. Las palabras de Mertxe abren un espacio a la reflexión; pero, en el fondo, hay una sensación de que nos encontramos ante un callejón sin salida.
Con todo, creo que la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Realmente necesitamos más ruido en un panorama lleno de promesas vacías? A veces, me gustaría que los políticos dedicaran más tiempo a escuchar a sus ciudadanos y menos a propagar estos actos que, aunque divertidos, no llevan a ningún lado.
La economía en humor
Al final del día, este desenfreno verbal en el Congreso es otra manera de escapar de los problemas reales que nos afectan. En estos tiempos de incertidumbre económica, donde los precios se disparan y la gente cuenta sus monedas para llegar a fin de mes, es un alivio reírnos un poco. Pero hablemos de modo sincero: ¿cualquier cosa es divertida cuando las políticas van en dirección contraria a lo que realmente necesitamos?
La aparente frivolidad de los debates, donde el «mover el culo» se convierte en el grito de guerra, no resuelve la crisis del costo de vida. En lugar de reírnos de la trivialidad, quizás deberíamos reflexionar sobre lo que importa de verdad.
El futuro de nuestra política
Así que, ¿cuál es el próximo capítulo de nuestra legislación rectal? La respuesta no es sencilla. En el fondo, todos deseamos un sistema que funcione, uno que escuche, que evolucione y que se adapte a las necesidades de su gente. Pero mientras eso suceda, tendremos el entretenimiento asegurado entre risas y gritos.
Tal vez, solo tal vez, esa sea la esencia de la política moderna: un equilibrio entre el espectáculo y la solemnidad. Y mientras nos movemos entre memes y debates acalorados, quizás sea tiempo de plantearnos: ¿podremos algún día tener un Congreso en el que no se hable solo de mover el culo, sino de mover el país hacia adelante?
Al final del día, la política es como el café: a algunos les gusta fuerte y a otros les gusta con leche. Solo espero que todos podamos disfrutar de la taza y que, al final, sorpresas como la de Míriam se utilicen para construir un diálogo más respetuoso y un futuro más esperanzador para todos.
En conclusión, si alguna lección se puede extraer de este lío, es que, al menos entre risas y gritos, —aunque a veces lo dudo— seguimos siendo un país lleno de vida y color, atrapado en el caos pero, al menos, ¡sin dejar de sonreír!