Si hay algo que ha marcado la política española en los últimos años, es sin duda el proceso independentista en Cataluña. Un tema que, como un plaqué de un artista contemporáneo, cuelga en las paredes de nuestro discurso político, suscitando tanto admiración como horror. A menudo me pregunto, ¿cuál es el precio que estamos pagando, como sociedad, por este juego de intereses y poder?
Históricamente, Cataluña ha sido una comunidad clave en la cultura y economía de España. Pero con la llegada de la crisis y el auge de las demandas de independencia, el panorama se ha convertido en un laberinto difícil de navegar. Y todo esto lo abordó de una manera contundente el presidente del Partido Popular de Cataluña, Alejandro Fernández, durante su intervención en los ‘Encuentros Populares’ en Astorga. Según él, el proceso que comenzó en Cataluña no solo estuvo destinado a la independencia, sino, irónicamente, ha traído consigo la destrucción de la sociedad civil catalana.
Un proceso que se expande
Fernández afirmó que lo que alguna vez fue un conflicto puramente catalán ha trasladado sus tentáculos a otras partes de España. «No es solo un proceso catalán», dice, «sino uno español». Un planteamiento que, al parecer, viene respaldado por toda la evidencia de la polarización que observamos hoy en día no solo en Cataluña, sino en comunidades como Castilla y León. Es como si el virus de la división se hubiera replicado y estado en nuestras venas. ¿Cuándo empezamos a considerar que la legitimidad de nuestra identidad regional depende de un carné?
Una pregunta que no sólo nos invita a reflexionar, sino que también debería desencadenar alarmas. La polarización social que vemos hoy es el resultado de un clima de incertidumbre y tensión. Fernández mencionó el «chantaje nacionalista por doquier», y aunque puede sonar un poco extremo, ¿quién puede negar que las palabras tienen el poder de dividir?
La experiencia de vivir en política
Hablemos un poco de la vida política en Cataluña. Recuerdo cuando mi mejor amigo -un fervoroso catalán- decidió involucrarse activamente en la política local. «Me encanta cómo cambias de canal en la tele», le dije, «ahora un programa de RTVE y luego un mítin de Junts». Al principio, pensó que podría cambiar algo, que las cosas podían mejorar. Pero cuanto más se metía, más se desilusionaba. «La vida no es sencilla cuando te dedicas a la política en Cataluña», reconoce Fernández. Y con eso en mente, pienso en todos los jóvenes que, como mi amigo, tienen esa chispa de esperanza en sus corazones.
Pero al final, se encuentran rodeados de mensajes de odio y descontento. La política puede convertirse en un multiverso donde, aunque tú intentes hacer el bien, lo que se emite al aire es confusión y animosidad. ¿Qué futuro pueden esperar esos jóvenes?
Empatía en tiempos difíciles
Volviendo a Fernández, como él menciona, ha notado «el calor de todos los españoles durante los momentos más difíciles del proceso». Aquí hay algo que resuena. La política, al final, no debe ser un campo de batalla, sino un espacio donde se construye unión. Es triste pensar que en vez de unirnos, este proceso ha servido para dividir y generar odio en la sociedad.
A veces, cuando escucho las noticias sobre Cataluña, me viene a la mente una conversación que tuve con un amigo de Madrid. «La cuestión catalana es un espectáculo que ni siquiera deseamos seguir», me decía, «es como ver una serie mala que resulta ser un gran fracaso en audiencia». Es un ejemplo que puede resultar humorístico, pero también refleja la frustración que siente mucha gente. En un país donde hay tantas cosas por construir, ¿realmente debemos permanecer atrapados en este ciclo de descontento?
Las conexiones históricas entre comunidades
Durante la misma jornada, la vicesecretaria de Educación y Sanidad, Ester Muñoz, subrayó los lazos históricos entre León y Cataluña, recordando cómo en el pasado ambas regiones se apoyaron mutuamente. En ese momento, no pude evitar pensar en lo que realmente nos une como españoles más allá de las etiquetas regionales. Al final del día, somos seres humanos, y todos enfrentamos problemas similares, como las incertidumbres económicas, la educación o la sanidad.
Me llamó la atención cuando Muñoz mencionó que «vemos que eres buen o mal leonés dependiendo del carné que llevas». Este tipo de categorización me recuerda a las yardas que se usaban en tiempos de antaño para medir la dignidad y el honor en guerras, en lugar de evaluar la esencia de cada individuo. Eso realmente es aberrante.
El legado del Proceso
El legado del proceso independentista es un tema ampliamente debatido, y muchos creen que su repercusión ha sido negativa. La división, el enfrentamiento y el odio son palabras que parecen haber encontrado un hogar en la narrativa contemporánea de España. Fernández lo resume de manera concisa: «el proceso ha servido para dividir, enfrentar y generar odio en la sociedad». Si no nos damos cuenta de esto y no actuamos, el legado del Proceso podría ser distópico, un mundo donde el diálogo se ha perdido y solo nos queda la confrontación.
La pregunta que queda en el aire es, ¿podemos encontrar un camino hacia la reconciliación, o estamos destinados a repetir los errores del pasado? Las respuestas no son simples ni rápidas, pero reconocer la necesidad de unir fuerzas es un primer paso.
La oferta de sanidad y educación
Finalmente, <
Me pregunto: ¿cuántas personas podrían beneficiarse de un enfoque más solidario? La idea de que en una comunidad se puede vivir mejor que en otra depende muchas veces no de la riqueza regional, sino de la calidad de vida y de las oportunidades que se ofrecen.
A veces parece que estamos atrapados en una competencia de quién puede exhibir números más grandes en estadísticas. Pero, amigos, ¿no deberíamos estar más concentrados en el bienestar humano? La Sanidad y la Educación son derechos fundamentales que deberían ser prioritarios en la política de cualquier región.
Conclusiones: un futuro incierto pero prometedor
Así que aquí estamos, en un país que se siente dividido mientras que al mismo tiempo tiene muchas oportunidades de crecimiento. El proceso catalán ha dejado una marca, y aunque puede que no haya claridad sobre los pasos a seguir, lo cierto es que el diálogo es más necesario que nunca. Es esencial recordar la importancia de escuchar a la otra parte, de abrir nuestras puertas más allá de las etiquetas y de construir puentes en lugar de muros.
Como reitera Fernández, «tenemos cierta experiencia» en esto de lidiar con la división y la polarización, y es una experiencia que todos nosotros debemos considerar. Así que, vayamos a hacer las paces, a escuchar y, quizás, a repararnos como sociedad.
La historia está en nuestras manos, como un lienzo en blanco esperando que lo pintemos. Y ya sea con diálogos constructivos o con un poco de humor y empatía, espero que sepamos crear una obra de arte donde todos tengan un lugar y un motivo para celebrar.