El Teatro Español ha sido testigo de innumerables obras a lo largo de su impresionante historia, pero la reciente representación de Luces de Bohemia no solo marca un nuevo hito en la programación, sino que también evoca un eco de las urgencias sociales y políticas de nuestro tiempo. Esta obra, escrita por Ramón María del Valle-Inclán hace más de un siglo, ha vuelto a la vida, y lo ha hecho a través de los ojos de un director visionario como Eduardo Vasco. Así, desde el corazón de Madrid, me siento a escribir sobre este asombroso estreno.
Un estreno imponente con un elenco deslumbrante
El primer día que me enteré de que Luces de Bohemia se estrenaría en el Teatro Español, sentí una mezcla de emoción e incertidumbre. Valle-Inclán es uno de esos gigantes a los que, como amante del teatro, siempre se teme por las expectativas. ¿Puede una obra tan emblemática resurgir con la misma fuerza que la primera vez? Y si uno de los momentos más característicos es cuando Max Estrella, interpretado por Ginés García Millán, despliega su ingenio en la primera escena, entonces, sí, el teatro está en buenas manos.
Cuando vi a García Millán por primera vez en el escenario, uno podría haber pensado que el actor estaba aún tratando de encontrar su camino en el papel. Sin embargo, rápidamente se tornó evidente que estaba construyendo un Max lleno de luces y sombras, un personaje que, en lugar de estar sumido en el desasosiego, irradia ternura y humanidad. “¿De verdad es posible que haya un Max Estrella tan ligero?”, pensé. El hecho es que García Millán logró presentar un personaje capaz de hacernos reír y, al mismo tiempo, generar empatía.
La dirección astuta de Eduardo Vasco
Este nuevo montaje no solo se beneficia de un elenco impresionante, sino también de la dirección astuta de Vasco, quien con su conocimiento profundo del material, transforma el teatro en algo más que una serie de escenas en un escenario. En vez de ser un simple lugar físico, el Teatro Español se convierte en un “teatro de cámara”, donde cada conversación, cada murmullo, resuena a través de la intimidad del espacio. Recuerdo mis propias experiencias en el teatro: esos momentos en que el aire se siente cargado de energía y cada palabra parece estar cargada de un significado adicional. Vasco logra eso y más.
Sin embargo, como espectador, no puedo evitar preguntarme: ¿cuántos directores podrían haber hecho lo mismo? Sin duda, la elección de este equipo fue crucial. Me viene a la mente cuando asistí a una puesta en escena de una obra clásica donde el director parecía haber olvidado que la obra tiene un alma. Es como si al asistir a un concierto en el que el solista está completamente fuera de tono. Todos hemos estado allí, ¿verdad?
Reflexiones sobre la interpretación de un clásico
Otro de los aspectos que me impactó fue el tratamiento del personaje de Don Latino de Hispalis, interpretado brillantemente por Antonio Molero. En su interpretación, se torna un fiel reflejo de la Madrid de su tiempo. La conexión que hace con Max es, en muchos sentidos, un vistazo a las vidas que viven un paso al borde de la legalidad. La escena en la que ambos personajes comparten una conversación en el Café Colón evoca las luchas cotidianas de aquellos que buscan un alivio de la dura realidad de la vida. A veces, en nuestro propio recorrido, nos encontramos en una cafetería con un amigo, hablando de sueños lejanos; un momento fugaz, pero que está lleno de humanidad.
Y luego está la escena en la que Max confronta a un oficial de policía… ¡Ay, qué momento! Cuando le dice: «Señor Centurión, ¡usted hablará el griego en sus cuatro dialectos!», entiendes que esta obra, aunque escrita hace un siglo, no ha perdido nada de su vigencia. Como amante del teatro, siempre espero esa chispa, ese momento que te hace pensar: “Esto podría suceder hoy”. La habilidad de Valle-Inclán para capturar la esencia de su tiempo es, simplemente, impresionante.
Un elenco que ilumina el escenario
Luego está la profundidad del elenco, donde cada actor brilla en su propio espacio. Por ejemplo, María Isasi en su papel de Pisa-Bien; le da vida a un personaje que, aunque aparentemente exagerado, aporta la esencia del arrabal madrileño. La autenticidad que trae al escenario es refrescante. Hay una vibración en las actuaciones que recuerda las noches que he pasado en bares de Madrid, donde las risas y las historias se entrelazan con la música.
Hablando de musicar las escenas, la orquesta de tres músicos fue una revelación. No puedo evitar pensar en esos momentos mágicos en los que la música eleva la narrativa. Cuando escuchas los acordes, te transportan hacia otra época. Ese pequeño detalle hace que un momento se vuelva inolvidable. ¿Alguna vez has sentido cómo una melodía puede hacer que un recuerdo se sienta más vívido? Así es como la música aportó un toque de emoción a las escenas de Luces de Bohemia.
El eco del pasado en el presente
El teatro de Valle-Inclán es un espejo de la sociedad. Su exploración de temas como la opresión, la libertad de expresión y la lucha de clases resuenan de maneras poderosas hoy en día. El espectáculo, a menudo, se siente como un cóctel de realismo y esperpento, una forma literaria en la que Valle-Inclán se especializaba para criticar lo que veía a su alrededor. En una escena, Max y Don Latino observan un fusilamiento en las calles de Madrid. El comentario social hecho a través de estas imágenes desgarradoras es lo que nos provoca una reflexión.
¿No te ha ocurrido que, mientras ves algo en el teatro, sientes que lo que está sucediendo en el escenario podría bien ser un reflejo de la conversación que tienes en tu cena familiar? La posibilidad de que la historia se repita es una idea inquietante, pero es parte de lo que hace que el teatro sea tan poderoso.
Temas universales en un contexto específico
El juego de Vascos con el contexto político y social me llevó a pensar en la importancia de hacer teatro en tiempos de confusión. ¿Quién no ha sentido, en algún momento, que los ecos del pasado nos persiguen? La fuerza de esta obra radica precisamente en su capacidad para conectar un periodo tan oscuro de la historia de España con las inquietudes contemporáneas.
La vitalidad de la interpretación de la obra es impactante no solo por la puesta en escena, sino por cómo nos recuerda que el arte puede ser un vehículo de cambio y reflexión. Muchas veces reflexiono sobre cómo el teatro, en lugar de solo entretener, también puede enseñarnos, invitarnos a cuestionar y desafiar el estatus quo.
El eterno enigma del final
Lo que resulta intrigante dentro de la estructura de la obra son las últimas tres escenas. Max muere en la puerta de su casa, un final definido por el mismo Valle; sin embargo, continúa con un velorio y un entierro que, por lo general, confunde a los directores. En algunas puestas en escena, estas partes se sienten como un añadido no necesario, como si la historia no pudiera cerrarse adecuadamente. Es como cuando intentas terminar un juego de cartas, pero alguien se niega a dejarlo ir; los reinos de la narrativa deben cerrarse adecuadamente.
En este caso, Vasco opta por introducir elementos de guiñol y guiños metateatrales en estas escenas de final, jugando con el absurdo de la situación, pero ¿realmente logró encontrar la solución perfecta? Puede que el debate sobre la posición de la obra continúe, y que algunos digan que quizás el final debería ser más claro. Pero también es un reflejo de la ambigüedad actual que a menudo enfrentamos en nuestras propias vidas. ¿Quién sabe? Tal vez eso sea lo que Valle-Inclán pretendía, una reflexión en sí misma.
Un viaje que vale la pena
Finalmente, después de experimentar esta representación, me doy cuenta de cuán crítica es la conversación sobre el teatro en el contexto de España. Luces de Bohemia nos invita a reflexionar, a cuestionar y a, sobre todo, a tomar conciencia. Durante estas tres horas, el teatro se convierte en un refugio donde la risa y el llanto coexisten, y te llevan a un viaje que vale la pena vivir.
Esta obra estará en cartel hasta el 15 de diciembre, y aunque puede que no salga de gira, vale la pena el peregrinaje a la Plaza de Santa Ana. La experiencia es un must para aquellos apasionados del teatro y numerosos encuentros previstos — que no solo activan neuronas, sino que también invitan a una reflexión profunda sobre un país que, aunque tiene un nuevo decorado, sigue enfrentando viejas y persistentes luchas.
¿No es acaso emocionante pensar que, a través del teatro, podemos contribuir a una conversación más amplia sobre lo que significa ser parte de esta sociedad? ¡Definitivamente sí! En un mundo donde todo parece efímero, el teatro nos ofrece una materia prima de significado que perdura mucho después de que se levantan los telones.